El sol subía y bajaba como un sube y baja invisible, marcando el paso del tiempo sin que nadie pareciera notarlo. Alexa lo hacía. Lo sentía en la piel, en la luz cambiante del cielo, en la presión constante del tiempo que pasaba y que no podía detener.
Había evitado cruzarse de frente con Max desde aquella conversación. Sabía que él probablemente querría continuar lo que había empezado a decirle, pero ella no podía permitirlo. No ahora. No así.
Se limitaba a observar desde la distancia. A hacer su trabajo. Analizar patrones, estar atenta a rostros nuevos, vigilar la rutina. Todo como de costumbre. Todo sin emociones.
Esa tarde, al salir de una de las aulas, se encontró con Valentina en la entrada principal del campus. Llevaba gafas oscuras, el cabello suelto y una sonrisa encantadora.
—Valentina —llamó Alexa, deteniéndose junto a ella—. ¿Tienes un momento?
La joven se giró, un poco sorprendida.
—¿Sí? ¿Todo bien?
Alexa dudó un segundo.
—Llevo meses aquí y... aún no conozco bien la zona. Necesito hacer unas compras, cosas básicas, pero no tengo idea de dónde hay un buen centro comercial. Pensé que tal vez podrías ayudarme.
Valentina abrió los ojos con entusiasmo.
—¿De compras? Claro que sí, yo te acompaño encantada.
—Gracias. No debería llevar mucho tiempo.
—No importa, me viene perfecto para despejarme un poco —respondió Valentina con una sonrisa radiante mientras caminaban hacia el estacionamiento—. No creí que fueras de las que salen a comprar por gusto.
—No lo soy —dijo Alexa mientras abría el auto—. Es una necesidad, no una distracción.
—Claro, claro… —Valentina se rió mientras se acomodaba en el asiento—. Pero quién sabe, quizá hasta la pases bien.
El camino hacia el centro comercial fue largo, lo suficiente como para dejar que el viento entrara por la ventanilla y la música llenara los silencios. A Valentina le gustaban los temas retro. A Alexa, el silencio. Aun así, no fue incómodo.
—¿Siempre eres así? —preguntó Valentina mientras observaban los árboles por la carretera.
—¿Así cómo?
—Reservada. Vigilante. Como si siempre estuvieras pensando diez pasos adelante.
Alexa sonrió de lado, sin mirarla.
—Digamos que es parte de mi naturaleza.
—¿Y alguna vez desconectas?
Alexa tardó en responder.
—Estoy aprendiendo.
Valentina no insistió. Solo subió el volumen de la canción y cantó una parte del coro con soltura, como si la carretera fuera su escenario personal.
Alexa, sin quererlo, sonrió.
Finalmente llegaron y se estacionaron sin problemas. Alexa apagó el motor mientras observaba a su alrededor con atención, por simple costumbre. El lugar era amplio, luminoso, con fachadas de vidrio y gente entrando y saliendo con bolsas y sonrisas despreocupadas.
Valentina se desabrochó el cinturón con entusiasmo.
—¡Perfecto! —dijo—. Sé exactamente por dónde empezar. ¿Tienes una lista o solo vas a improvisar?
—Necesito más ropa casual… y tú podrías mirar algo también mientras —respondió Alexa, abriendo la puerta con calma.
Valentina le sonrió con complicidad, bajando del auto con una energía ligera que contrastaba con la discreción de su compañera.
Alexa la miró con una leve sonrisa que desapareció tan rápido como apareció, cerrando el carro detrás de sí y siguiéndola con su andar sereno, el mismo con el que se movía por la universidad. Aunque ahora, internamente, un ligero nerviosismo le recorría el cuerpo. No por Valentina, sino por lo que significaba bajar la guardia.
—Vamos, mujer misteriosa. Hoy te toca ser civil por un rato —dijo Valentina abriendo la puerta de la tienda y sosteniéndola para que Alexa entrara.
Y así, entre estantes de ropa, música ambiental y probadores llenos, comenzó una pequeña pausa en la rutina que Alexa no había sabido que necesitaba.
Estuvieron de tienda en tienda y compraron lo necesario… y un tanto lo que no. Rieron, probaron ropa que no necesitaban, discutieron colores y estilos, y por primera vez en mucho tiempo, Alexa se permitió relajarse.
Ya cargaban un par de bolsas cada una cuando caminaron por uno de los pasillos principales del centro comercial. El reflejo del sol se colaba entre los ventanales superiores, proyectando destellos sobre el suelo brillante. Entonces, pasaron frente a una tienda de vestidos de novia.
Alexa, que venía escuchando distraída algo que Valentina decía sobre un suéter que no necesitaba pero igual compró, se detuvo en seco.
A través del cristal, un vestido blanco atrapó su mirada.
Era sencillo pero elegante. Caía en líneas suaves, con detalles bordados en la cintura y mangas sutilmente transparentes. No tenía la opulencia de los vestidos de revista, pero tenía algo… algo que dolía.
Valentina siguió caminando unos pasos más antes de notar que Alexa ya no estaba a su lado. Se volteó con una expresión de sorpresa, la vio inmóvil y se regresó de inmediato.
—¿Alexa?
La mujer no respondió de inmediato. Solo tenía la mirada fija en el vestido, como si no pudiera apartarse de él.
Valentina se acercó con suavidad, bajando un poco la voz.
—Es hermoso… —dijo con una sonrisa—. ¿Te gusta?
Alexa asintió muy despacio. Su voz salió apenas como un susurro:
—Sí… es precioso.
Valentina notó el brillo en sus ojos, el modo en que apretaba ligeramente los labios.
—¿Te casas? —preguntó, genuinamente interesada, casi ilusionada por la idea.
Alexa negó con una leve sacudida de cabeza. Luego respiró hondo.
—No. Pero estuve a punto… o eso creí.
Valentina frunció el ceño, confundida.
—¿Qué pasó?
Alexa apartó la mirada del vestido y comenzó a caminar lentamente, como si necesitara moverse para poder hablar.
—Mateo, lo conocí poco después de llegar a esta ciudad. Fue... extraño, porque todo fue tan rápido. Y real. Un chico increíble, de esos que no se esconden ni se disfrazan de nada. Era auténtico, divertido, de espíritu libre. Excursionista. Amaba la naturaleza, los caminos largos, las noches bajo las estrellas…