—¡Valen! —gritó Max desde el otro extremo del campus.
Valentina no respondió de inmediato. Estaba sentada sobre el césped, con el celular en alto, tratando de capturar el juego de luces entre las nubes y el sol poniente. Solo cuando escuchó pasos rápidos acercándose levantó la vista.
—¿Ah? ¿Sí? ¿Qué pasa, Max?
—Escuché que hace unos días saliste con Alexa —dijo él, un poco agitado, pero con un brillo curioso en la mirada.
—Sí —respondió Valentina con naturalidad, bajando el teléfono—. Fuimos de compras, nada del otro mundo.
Max vaciló un segundo antes de seguir.
—¿Y qué tal?
—¿Qué tal qué?
—¿Te dijo algo de mí?
Valentina arqueó una ceja.
—¿Por qué tendría que hacerlo?
—No sé… solo... —Max se frotó la nuca, visiblemente incómodo— pensé que tal vez hablaron de mí. Que me mencionó, no sé.
—Max —dijo Valentina, esta vez con un tono más serio—. Mejor déjala en paz.
—¿Por qué? ¿De verdad te dijo algo?
Valentina suspiró y desvió la mirada al cielo otra vez. No porque estuviera molesta, sino porque no sabía si decir más. No quería traicionar la confianza de Alexa… pero tampoco ignorar la expresión que Max tenía en el rostro.
—Solo creo que hay cosas así —respondió, sin afirmar ni negar nada.
Max frunció ligeramente el ceño, como queriendo entender más de lo que le estaban diciendo. Pero Valentina ya había vuelto a levantar el celular para capturar otra foto del cielo, cerrando así cualquier posibilidad de seguir la conversación.
Él se quedó allí de pie unos segundos más, en silencio, antes de dar media vuelta.
Valentina la buscó por todo el pasillo antes de asomarse a la cafetería. Entre el murmullo de las conversaciones y el ruido de las bandejas, divisó a Alexa sentada sola junto a la ventana, con un café medio frío entre las manos y la mirada perdida en el jardín. Caminó directo hacia ella, esquivando un par de sillas, y se dejó caer frente a ella con una sonrisa cargada de intención.
—Alexa, me acabo de encontrar a Max… y no vas a creer lo que me dijo.
Alexa parpadeó, saliendo de su ensimismamiento.
—¿Qué cosa? —preguntó, algo intrigada.
Valentina se inclinó un poco hacia ella, bajando la voz.
—¿Te dijo eso? —repitió Alexa unos segundos después, mientras sacaba un cuaderno de su mochila, sorprendida por la visita repentina.
Valentina asintió y se acomodó el cabello mientras cruzaba las piernas bajo la mesa.
—Sí, me preguntó si habías dicho algo de él. Tenía esa cara de niño curioso, pero también como si necesitara saber algo urgente.
Alexa bajó la mirada, dibujando con el dedo sobre la tapa del cuaderno.
—¿Y tú qué le dijiste?
—Nada. Solo que era mejor dejar las cosas en pausa. No iba a traicionar tu confianza.
Hubo un pequeño silencio, y luego Valentina agregó:
—Pero Alexa... a él le gustas. No sé desde cuándo exactamente, pero ya no es el mismo. Siempre decía que su única novia era el fútbol, ¿te acuerdas? Y míralo ahora. Está raro. Está… distinto. Como si algo dentro de él se hubiera movido sin permiso.
—No te preocupes, Valentina —dijo Alexa con firmeza, dejando el cuaderno a un lado—. Yo hablaré con Max.
Se levantó de inmediato, como si algo dentro de ella hubiera hecho clic. Ya no quería seguir dándole vueltas al asunto. Era hora de enfrentar lo que fuera que estaba empezando a crecer entre ellos.
El patio trasero estaba lleno de risas, rebotes de pelota y el eco metálico de las paletas chocando. Max jugaba ping-pong contra Nico, mientras los demás chicos observaban y bromeaban desde los escalones.
Alexa lo vio desde la entrada y respiró hondo antes de avanzar. Con pasos firmes, cruzó el jardín hasta quedar a unos metros de él.
—¿Podemos hablar un momento? —preguntó con voz clara.
Max giró, sorprendido al verla allí. Bajó la paleta y se limpió el sudor de la frente con el dorso del brazo.
—Claro —respondió enseguida.
—Uy, Max, te metiste en problemas —bromeó Nico con una sonrisa amplia.
—¿Seguro que no fue por hacer trampa? —añadió otro, entre carcajadas.
—Cállense —dijo Max sin perder la sonrisa, dejando la paleta en la mesa y siguiendo a Alexa hacia un rincón más tranquilo, cerca de un árbol.
Ella caminó en silencio hasta detenerse, dándole la espalda un segundo antes de voltearse para mirarlo directo a los ojos.
—No quiero que esto se vuelva más raro de lo que ya es —empezó, cruzándose de brazos—. Pero... Valentina me dijo que hablaste con ella.
Max asintió con calma, esperando que ella continuara.
—¿De verdad te interesas por mí, Max? ¿O solo estás confundido?
Él la miró con una mezcla de seriedad y ternura, como si las palabras se le acumularan en la garganta, esperando el momento correcto para salir.
—Alexa, de verdad me gustas. No estoy esperando una gran historia, solo... quería ser honesto. Si hay una mínima posibilidad de que esto sea mutuo, me gustaría conocerte más.
Ella respiró hondo, luchando contra el impulso de evitar esa mirada tan directa.
—No, Max… no lo es.
Su respuesta fue serena, sin dureza, pero firme. Max la sostuvo con los ojos un segundo más, luego asintió, aceptando la respuesta con dignidad.
—Está bien. Gracias por ser clara.
Y con eso, se giró para volver al patio, sin resentimientos, pero con algo distinto en su mirada.
Cuando Max regresó al patio, los chicos seguían riéndose entre juegos y bromas, pero al verlo, algunos se quedaron en silencio por un segundo.
—¿Y? ¿Te regañaron mucho? —bromeó uno, empujándolo con el codo.
—Nada importante —respondió Max, tomando de nuevo la paleta de ping pong como si nada hubiera pasado.
Pero Nico lo miró con el ceño apenas fruncido, sin creerse una palabra. Lo conocía desde siempre, y esa forma en que Max evitaba mirar a nadie directo a los ojos solo significaba una cosa: algo le dolía.
No dijo nada, solo se acercó y le tendió la pelota.