¡Ding-dong!
El timbre sonó justo al mediodía. Laura, con una sonrisa de oreja a oreja, se apresuró a abrir la puerta. Al otro lado estaban Natalia y sus padres, elegantemente vestidos, irradiando ese aire sofisticado que se gana con los años —y con los viajes por Europa.
—¡Bienvenidos! —exclamó Laura, entusiasmada—. Pasen, el almuerzo ya casi está listo.
Felipe apareció desde la cocina, los saludó cordialmente y ofreció algo de tomar mientras todos se acomodaban en la sala. La casa se llenó de una energía distinta, como si el tiempo se hubiera detenido por un instante solo para permitir ese reencuentro.
—¿Y Max? —preguntó Natalia, mirando alrededor con disimulo.
—Ya no tarda en bajar —respondió Laura con un guiño cómplice.
Y como si lo hubieran invocado, los pasos de Max retumbaron por la escalera. Apenas puso un pie en la sala, una voz femenina lo envolvió.
—¡Maxi!
Natalia corrió hacia él con los brazos abiertos, lanzándose a un abrazo que dejó a todos en silencio por un segundo.
Max la saludó amigablemente, correspondiendo el abrazo con una sonrisa cordial.
—¡Qué sorpresa verte, Natalia! —dijo con tono amable, aunque su expresión se mantenía serena.
Luego, se acercó a los señores Valencia y les extendió la mano con respeto.
—Señor Valencia, señora Valencia, bienvenidos. Es un gusto verlos de nuevo —dijo con educación.
Felipe, desde la cocina, asintió con una sonrisa mientras servía unas bebidas.
—Espero que tengan hambre, porque Laura se esmeró con el almuerzo —comentó con tono amistoso.
—No puedo creer cuánto has cambiado… aunque sigues con esa misma mirada seria —dijo Natalia con una sonrisa juguetona mientras se sentaban en la sala.
Minutos después, todos se sentaron alrededor de la mesa, donde Laura había servido una comida deliciosa. La conversación fluyó con ligereza entre anécdotas, risas y recuerdos de años atrás.
—¿Y qué ha sido lo más emocionante que han hecho estos últimos años? —preguntó Felipe con amabilidad, mirando a los Valencia.
—Oh, demasiado como para resumirlo —respondió el padre de Natalia entre risas—, pero digamos que Europa nos mantuvo bastante ocupados.
—A Natalia le ha ido increíble —intervino su madre, orgullosa—. Ha participado en campañas de moda, sesiones fotográficas, incluso estuvo en una portada importante.
Natalia sonrió con modestia, pero no tardó en lanzar una mirada a Max.
—Pero nada como volver a casa… extrañaba todo esto —dijo, moviendo la mano en el aire, señalando la casa y las personas—. Y a ciertas personas también.
Laura sonrió, encantada con el ambiente.
—Esta mesa necesitaba una visita como la suya.
Aunque solo estaría por unos días, Natalia comentó con entusiasmo que quería aprovechar al máximo su estancia.
—Me gustaría recorrer los lugares donde solía andar de pequeña —dijo con una sonrisa—. Hay muchas cosas que ya casi no recuerdo, pero siento que si vuelvo a verlas, algo en mí va a despertar.
Laura asintió con calidez.
—Claro que sí, hija. Aquí todo sigue más o menos igual… aunque con unos toques nuevos por aquí y por allá.
—Max, ¿te animarías a darme un tour uno de estos días? —preguntó Natalia mirándolo con naturalidad, como si fuera lo más lógico del mundo.
Max la miró por un segundo, sin mucha expresión, y luego respondió con un gesto leve.
—Claro, cuando quieras.
—¿Podemos empezar por la casa, cuando terminen de comer? Me gustaría ver los lugares que solía frecuentar, ya sabes, los recuerdos.
Max asintió, un poco sorprendido pero dispuesto a complacerla.
—Claro, sin problema. Vamos a dar una vuelta por la casa después.
Subieron las escaleras mientras ella miraba cada rincón con curiosidad y cierta melancolía. Max le mostró las remodelaciones y detalles nuevos, y también lo que seguía igual desde que eran adolescentes. Finalmente llegaron a su habitación.
—¿Todavía tienes el mismo desorden? —bromeó ella al entrar, mirando con una sonrisa los libros, los tenis junto a la cama y una chaqueta colgada en la silla.
—Lo justo para sentirme en casa —respondió él, sentándose en la orilla de la cama.
Natalia se sentó a su lado, cruzando las piernas sobre las sábanas estiradas.
La voz de Laura se asomó desde la puerta con tono animado:
—Max, Natalia… vamos a ir al club con los Valencia, ¿quieren venir?
Natalia giró ligeramente la cabeza, como si lo pensara por un momento. Luego sonrió con un aire tranquilo.
—Creo que mejor voy por un café. ¿Todavía existe esa cafetería que me gustaba tanto?
Max la miró con una media sonrisa.
—La han remodelado varias veces, pero el café sigue siendo igual de bueno.
—Perfecto —respondió ella—. ¿Vamos?
Max asintió con la cabeza y respondió:
—Sí, claro... pero, ¿te molesta si invito a Nico? ¿Te acuerdas de él?
Natalia soltó una pequeña risa, ladeando la cabeza con nostalgia.
—¿Cómo olvidarlo? Era casi imposible verlos por separado. Ustedes siempre estaban juntos. Por mí no hay problema.
Lo decía con amabilidad, aunque la verdad era otra. Max lo sabía. No quería estar a solas con ella. Algo en la forma en que lo miraba le confirmaba que aún sentía algo por él, y a pesar del cariño que le tenía, sus pensamientos estaban en otra parte… con otra persona.
Con Alexa.
Max se apartó un poco mientras Natalia revisaba unas fotos en su celular. Marcó rápidamente el número de Nico.
—¿Qué pasó, sobreviviste? —bromeó Nico apenas contestó.
—Apenas —dijo Max con una risa breve—. Oye, ¿tienes planes ahora?
—Iba a salir con Valentina, ¿por?
—Pensé en pasar por la cafetería con Natalia. Quería saber si te querías unir… tú sabes, como refuerzo —dijo Max, bajando la voz.
Nico soltó una carcajada.
—¿Refuerzo o escudo humano?
—Ambas —respondió Max con resignación.
—Va, me apunto —dijo Nico con entusiasmo—. Le digo a Valen y los esperamos allá. Así no sufres solo.