—¡Feliz cumpleaños, Maximiliano! —gritaron Laura y Felipe desde la puerta de su habitación.
Max, aún medio dormido, se cubrió con las sábanas intentando evitar la escena.
—¡Baja ya! Tenemos algo para ti —insistió Laura entre risas.
Minutos después, Max apareció en pijama y con el cabello alborotado. En la mesa del comedor lo esperaban un pequeño pastel con una vela encendida y un sobre blanco con un lazo rojo.
Felipe, con su cámara en mano, le indicó:
—¡Vamos, sopla la vela! Pero primero abre el sobre.
Max tomó el sobre con curiosidad. El día apenas comenzaba, pero algo en su interior le decía que este cumpleaños iba a ser diferente.
Max rompió el sello del sobre con cuidado. Dentro, había un documento impreso en papel grueso, con el membrete de una de las firmas de arquitectura más prestigiosas de la ciudad.
Sus ojos se abrieron al leer el encabezado:
“Proyecto de renovación – Centro Comercial Alameda. Arquitecto encargado: Maximiliano de la Fuente”
—¿Qué es esto…? —murmuró, volviendo a leer su nombre una y otra vez como si no pudiera creerlo.
Al pie del documento se detallaban los planos generales del proyecto, una nota del director del estudio reconociendo su trabajo en las propuestas previas, y la mención directa de su asignación oficial como arquitecto a cargo del diseño y ejecución.
Max bajó el papel, con la mirada llena de asombro.
—¿Esto es real? —preguntó en voz alta, como si esperara que el aire le respondiera.
Laura se acercó con una sonrisa:
—Sí, Maxi. Lo es. Te lo mereces.
—¡Feliz cumpleaños otra vez, Maxi! —dijo Laura, abrazándolo por detrás mientras él aún tenía el sobre en las manos.
Felipe se cruzó de brazos y sonrió, aunque con una expresión que Max ya conocía bien: la de alguien que venía con un “pero”.
—Todo lo bueno… tiene algo no tan bueno —dijo con tono enigmático.
Max lo miró con una ceja levantada, aún asimilando lo del proyecto.
—¿Qué tan "no tan bueno"?
—Nada grave —respondió Felipe—. Solo que, como ahora vas a estar más expuesto, y esto implica un proyecto público y de alto perfil… decidimos contratar un guardaespaldas.
—¿Qué? —soltó Max, frunciendo el ceño—. ¿En serio? ¿Eso no es exagerado?
Felipe levantó las manos.
—No fue idea mía. Y aún no lo conocés, pero pronto sabrás su nombre. Ya está contratado.
Max se dejó caer en la silla, procesando todo: su primer gran proyecto como arquitecto a cargo… y ahora alguien lo estaría siguiendo a todas partes.
—Feliz cumpleaños para mí —murmuró, sin saber aún si reírse o preocuparse.
Con el sobre aún entre las manos. Miró a Felipe, buscando una señal de que todo era una broma.
—¿Un guardaespaldas? ¿Para qué? ¿Qué peligro podría haber? —preguntó con el ceño fruncido.
Felipe se acercó, serio por primera vez en la mañana.
—Maxi, este proyecto no es cualquier cosa. Hubo empresas que quedaron fuera, inversionistas que querían quedarse con el terreno. Hemos recibido amenazas veladas… llamadas anónimas, rumores de sabotaje. No vamos a correr riesgos.
Max lo miró con incredulidad.
—¿Y nadie pensó en decírmelo antes?
—Queríamos que primero aceptaras el cargo. Si lo sabías desde el inicio, habrías dicho que no. —Laura intervino con suavidad—. No es solo una plaza, Max. Es el primer paso para que tomes las riendas del legado familiar.
Felipe asintió.
—Y no estarás solo. La seguridad ya está en marcha. El guardaespaldas estará cerca, aunque no sabrás quién es de inmediato. Queremos que todo se vea natural, sin alterar tu rutina.
Max desvió la mirada hacia el sobre abierto. Las palabras “Arquitecto encargado: Maximiliano de la Fuente” seguían allí, nítidas y firmes, como una promesa... y una carga.
Mientras tanto, en su habitación, Alexa sacaba vestidos del clóset y los probaba frente al espejo. Uno tras otro, los descartaba con una mueca, hasta que encontró uno que le quedaba perfecto. Se miró detenidamente: cabello suelto, maquillaje sutil, un toque de brillo en los labios.
Inconscientemente, sonrió.
—Vas a sorprenderlo —murmuró para sí.
Pero de pronto se detuvo. Se miró de nuevo, más seria esta vez. Bajó el vestido y se sentó en la cama, pensativa.
—No, no voy a eso —dijo con firmeza—. No es el momento... ni la razón.
Suspiró y volvió a guardar el vestido. La decisión estaba tomada, aunque su corazón dijera otra cosa.
La música vibraba en las paredes del Prisma Club, luces de colores cruzaban el aire y todos bailaban celebrando el cumpleaños de Max. Pero él no parecía del todo ahí. Con una sonrisa a medias, saludaba a los que se acercaban, agradecía, pero sus pensamientos estaban lejos.
Caminó hacia la barra, donde Nico bebía algo tranquilo.
—¿No deberías estar en la pista? —bromeó Nico al verlo acercarse.
—No tengo muchas ganas —dijo Max, apoyándose en la barra—. Esta mañana me dieron un regalo inesperado… pero también me lanzaron una bomba.
—¿Tus papás? —preguntó Nico, bajando el vaso.
Max asintió.
—Me dieron el proyecto del centro comercial. Es mío. Y eso ya era una locura. Pero después me dijeron que van a ponerme un guardaespaldas.
Nico abrió los ojos con sorpresa.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué peligro hay?
—Eso mismo pregunté. Me soltaron cosas sobre amenazas de gente que no quiere el proyecto, competencia desleal, posibles protestas. Me lo pintaron como una medida preventiva, pero me dejó... inquieto.
Nico asintió con seriedad.
—Eso es grande, Max. Muy grande. Ya no es solo un cumpleaños... es como si tu vida estuviera por cambiar.
Max lo miró en silencio por unos segundos.
—Sí... y aún no sé si estoy listo.
Nico estaba a punto de responder cuando la puerta principal del club se abrió con un leve destello de luz. Tres figuras femeninas entraron juntas, riendo y hablando entre sí. Valentina, con su energía de siempre, lideraba; Natalia, elegante y segura, le seguía el paso. Pero Max solo vio a una: Alexa.