apenas tocaba los pasillos del campus mientras Alexa se apoyaba en una esquina, con la mirada atenta, como si intentara ubicar a alguien entre la multitud. Estaba inquieta, aunque intentaba parecer casual.
De repente, sintió un brazo rodear sus hombros con familiaridad.
—¿Buscando a alguien? —preguntó la voz inconfundible de Max, justo al lado de su oído.
Ella se volteó, fingiendo sorpresa.
—¿Yo? Para nada —dijo con una ceja alzada y tono ofendido—. ¿Por qué habría de estarlo?
—No sé… te veías algo perdida, como si esperaras que cierto chico apareciera por aquí —insinuó él, sonriendo de lado.
Alexa rodó los ojos y cruzó los brazos.
—Tal vez estaba esperando a alguien interesante. Pero mira tú… me encontré contigo —añadió con tono juguetón.
Max fingió estar herido.
—Eso dolió.
—No más que una rodilla vieja —disparó ella, recordando la broma del cumpleaños.
Ambos rieron, y la complicidad que habían empezado a construir seguía fluyendo, como si aquel beso no hubiera complicado nada… o quizás lo hubiera aclarado todo.
Justo cuando Alexa iba a decir algo más, una voz familiar los sacó de su burbuja.
—Vaya, vaya… —dijo Nico, cruzándose de brazos mientras se acercaba con una ceja levantada—. ¿Ya repartiendo pasteles y flores en rincones escondidos?
Max dio un pequeño salto, sorprendido, y Alexa escondió la rosa detrás de su espalda con torpeza, como si eso sirviera de algo.
—Nico… —murmuró Max, intentando sonar casual—. ¿Qué haces aquí?
—¿Yo? Pasaba. Pero ustedes… —miró a ambos con una mezcla de diversión y seriedad—.
Ustedes deberían tener más cuidado. Fui yo quien los vio, pero pudo haber sido cualquiera. Y ya sabes cómo son los chismes por aquí.
Alexa bajó la mirada, un poco incómoda, mientras Max suspiraba.
—No fue planeado —dijo él—. Solo… pasó.
Nico asintió.
—Y no estoy diciendo que esté mal. Solo que… si esto va en serio, no lo arruinen por descuidos.
Alexa lo miró con una expresión más suave, agradecida por el tono más fraternal que acusador.
—Gracias, Nico.
Él les guiñó un ojo antes de alejarse.
—No digan que no les advertí.
Cuando se alejó lo suficiente, Max se volvió hacia ella con una sonrisa apenada.
—Bueno… eso fue incómodo.
—Solo un poco —dijo Alexa, sonriendo también—. Pero al menos fue Nico.
Ambos sabían que la burbuja en la que habían estado unos minutos antes se había roto, pero la rosa aún estaba en su mano. Y eso ya era suficiente señal de que algo había comenzado.
Max llegó a casa al anochecer, todavía con una sonrisa que no lograba disimular. Dejó las llaves sobre la mesa y se pasó una mano por el cabello mientras se dirigía a su habitación. Había sido un buen día… uno de esos que se sentían como el principio de algo, aunque aún no supiera exactamente qué.
Pero no podía distraerse más. Tenía trabajo pendiente.
Encendió su portátil, extendió los apuntes sobre el escritorio y abrió los planos del proyecto. Sabía que debía comenzar cuanto antes si quería terminar a tiempo. Alexa tenía razón —como casi siempre—: dejarlo para después solo lo complicaría.
Mientras ajustaba una línea en el diseño, su mente vagó por un segundo. Recordó la expresión de Alexa al oler la rosa. Recordó sus palabras, su sonrisa ladeada, su voz diciéndole “quiero no complicarme”. Él entendía ese impulso. Pero también sabía que algunas complicaciones valían completamente la pena.
Sacudió la cabeza, enfocándose. Ya tendría tiempo para pensar en ella. Por ahora, tenía que demostrar que no solo era bueno en palabras dulces. También era capaz de cumplir.
Tecleó algunas líneas más, ajustó una idea que había anotado días atrás, y poco a poco, fue entrando en ritmo. Los minutos se convirtieron en horas.
Y mientras la noche avanzaba, Max trabajaba en silencio, con una determinación renovada.
Por fuera, era solo un proyecto.
Pero para él… era parte de algo más grande. Una manera de estar listo. Para lo que viniera.
Max trabajó así durante días, casi sin darse cuenta del paso del tiempo. Se levantaba temprano, comía apenas lo justo, y pasaba horas frente a su escritorio con papeles, bocetos y documentos digitales. Cada línea trazada, cada ajuste que hacía en el diseño, lo acercaba más a su objetivo.
A veces pensaba en Alexa y la promesa silenciosa que había sentido dentro de sí: si iba a lanzarse a algo nuevo, tenía que estar preparado. Y eso significaba hacer bien las cosas desde el principio.
Finalmente, tras muchas noches en vela y varias tazas de café, lo tuvo todo claro. El concepto, los costos, los tiempos, los pasos a seguir. Sabía qué iba a hacer, por qué y cómo.
Ese mismo día, llamó a sus padres.
—¿Tienen un momento para mí? —preguntó, mientras acomodaba su computadora en la sala y conectaba el proyector.
Sus padres se sentaron, curiosos. Max respiró hondo, organizó sus láminas y comenzó su mini exposición como si estuviera en una verdadera sala de reuniones.
—Sé que esto puede sonar un poco loco —dijo, proyectando la primera diapositiva con el título "Proyecto Max: una idea con futuro"—, pero he estado trabajando en esto por días. Es algo que me entusiasma, y creo que puede funcionar.
Durante los siguientes minutos, les explicó todo: desde la idea base hasta los detalles técnicos. Habló de inversión, plazos, riesgos, y sobre todo, del porqué detrás del proyecto.
Sus padres lo escuchaban en silencio, sorprendidos por la seriedad con la que había armado todo. No era solo entusiasmo: Max hablaba con seguridad, con pasión, y con una madurez que no siempre se notaba en su día a día.
Cuando terminó, dejó el control remoto a un lado y los miró.
—No necesito que me den una respuesta ahora —dijo, algo nervioso—. Solo quiero que lo piensen. Y que sepan que voy a hacerlo, con o sin ayuda. Pero preferiría tenerlos conmigo.