El ruido de las protestas aún resonaba en la cabeza de Max mientras caminaba por el terreno, rodeado por ingenieros, arquitectos y representantes de la empresa. El suelo era amplio, irregular y polvoriento, pero cada metro cuadrado era una pieza crucial del rompecabezas que él debía armar.
—El terreno tiene buena base —le decía uno de los ingenieros, señalando unos planos—, pero hay filtraciones cerca del borde oeste. Eso implicaría modificar la estructura original.
Max asintió, serio, aunque su mente estaba en otra parte. No solo por los ajustes técnicos, sino por las miradas que había sentido desde que llegó. No todas eran de curiosidad profesional. Algunas eran de desconfianza, otras de incomodidad.
A unos metros, Alexa observaba con atención. Su actitud era distinta: espalda recta, mirada escaneando el entorno constantemente, como si aún esperara que alguien más se abalanzara sobre Max. Desde la protesta, su presencia se había vuelto más evidente, y eso no había pasado desapercibido.
—¿Eso es seguridad privada? —preguntó un trabajador al pasar junto a Nico, que acababa de llegar al lugar y ya se había enterado de quién era Alexa realmente
—No deberías hablar de eso aquí —respondió Nico, en voz baja—. Pero sí, y te aconsejo que no difundas nada.
Mientras tanto, Max intentaba concentrarse en la conversación, pero las palabras del ingeniero se hacían más borrosas con cada paso. Las decisiones que tomara aquí afectarían a muchas personas, y ahora lo sabía más que nunca.
—No quiero que este proyecto cause daño —dijo en voz baja, mientras tomaba nota de los puntos críticos.
Un poco más tarde, mientras revisaban los planos en una mesa improvisada, Alexa se acercó sin interrumpir. Solo lo miró, con esa calma contenida que parecía protegerlo incluso en silencio.
—¿Estás bien? —preguntó con voz baja, apenas audible para los demás.
—No lo sé. Siento que todo el mundo me está mirando... y no solo por el proyecto.
—Porque lo hacen —respondió Alexa, con sinceridad—. Eres la cara de algo grande. Y eso, Max, siempre llama la atención.
Él suspiró, dejando el bolígrafo sobre la mesa.
—No quiero ser una carga.
—Entonces conviértete en la solución —dijo ella, con una ligera sonrisa, antes de volver a alejarse.
Y Max, por primera vez en ese día, sintió que esa idea tal vez no era tan imposible como parecía.
Esa noche, en la casa de Max...
La cena había terminado y todos se habían retirado a sus habitaciones. Pero Max no podía dormir. Desde el momento en que pisaron el terreno y las protestas estallaron, algo en él había cambiado. Y no solo era por el proyecto.
Salió al jardín trasero, con una chaqueta ligera y la cabeza llena de preguntas. Sabía que Alexa seguía despierta —la había visto salir con su celular unos minutos antes—, así que la buscó. Ella estaba recargada contra una de las columnas, mirando el cielo oscuro.
—¿No puedes dormir? —preguntó Max, acercándose.
Alexa lo miró brevemente y luego volvió la vista al cielo.
—No realmente. Estoy repasando todo lo que ocurrió hoy... y lo que podría pasar después.
Hubo un silencio entre ambos, uno de esos que cargan más significado del que uno está preparado para enfrentar.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo Max finalmente.
Alexa lo miró de nuevo, esta vez con más atención.
—Claro.
—¿Qué fue lo que pasó ese día en la fiesta...? —preguntó, directo—. Ese beso, Alexa. Para mí no fue parte del trabajo. No fue una distracción, ni una táctica. Fue real. ¿Para ti también lo fue?
Ella pareció tensarse un poco, como si esa pregunta fuera inevitable pero igual de difícil de responder.
—Max... no fue algo que planeé. Ni que debía pasar. Pero sí... también fue real para mí.
Él asintió con lentitud, como si lo necesitara escuchar en voz alta para convencerse de que no estaba imaginando las cosas.
—Entonces, ¿por qué te alejaste después? ¿Por qué no dijiste nada?
—Porque todo esto es complicado —respondió ella, bajando la voz—. Tú estás involucrado en un proyecto que tiene demasiados ojos encima, demasiadas consecuencias. Y yo... soy alguien que tiene una función clara: protegerte. No enamorarme de ti.
Max dio un paso más cerca, sin romper la conexión de miradas.
—¿Y lo estás? ¿Enamorada de mí?
Alexa tragó saliva, desviando la mirada por un segundo. Pero no pudo sostener la evasión.
—Estoy en una línea muy delgada, Max. Me importas más de lo que debería... y sí, estoy sintiendo cosas que no debería sentir. Pero no sé si esto tiene futuro. No sé si vamos a poder con todo lo que viene.
Max suspiró, dolido pero tranquilo.
—Yo tampoco sé lo que viene. Pero quiero averiguarlo contigo. No quiero que esto sea algo que solo recordemos como un error o una confusión. No quiero dejar que pase como si no significara nada.
Alexa se acercó entonces, apenas unos centímetros, lo justo para que él sintiera su cercanía sin tocarlo.
—¿Y estás dispuesto a arriesgar todo lo que tienes por esto? —preguntó, sincera—. ¿Tu nombre, tu proyecto, tu familia?
Max no dudó.
—Sí. Porque creo que lo único que vale la pena arriesgar... es lo que te hace sentir vivo. Y tú me haces sentir eso.
Alexa bajó la mirada y sonrió, por primera vez en toda la noche con ternura.
—Esto va a ser difícil.
—Pero no imposible —respondió él, y se quedaron ahí, bajo la noche tranquila, sin necesidad de más palabras por ahora.
— Alexa, yo... Yo no quiero que esto te limite. Si es por miedo a perder tu trabajo, entonces renuncia. Renuncia y da un paso adelante. Te mereces la oportunidad de ser feliz, de amar sin restricciones.
Alexa lo miró, los ojos brillando con una mezcla de incredulidad y preocupación.
— Max, no es tan sencillo como parece. — su voz tembló ligeramente al decirlo, como si cada palabra le pesara. — Yo ya estoy arriesgando mucho por ti. Si ellos se enteran de lo más mínimo... Estoy fuera. No solo perdería este trabajo, perdería todo lo que he construido. Este no es un pequeño empleo de oficina... es mi carrera, mi vida.