Entre Segovia y Montreal.

Capítulo 2 :Ecos del silencio

Capítulo 2 :

“Ecos del silencio”

No dormí.
Tenía demasiadas preguntas.
Si me acosté con mil, amanecí con diez mil más.

El cielo empezaba a teñirse de un azul suave. Sabía que mamá saldría dentro de poco rumbo a Galicia.
No me apetecía verla. No podía.

Cogí mi cámara. No tenía ni idea de a dónde ir, pero necesitaba alejarme un rato.
Esperaría a que se marchara. Y cuando la casa estuviera vacía, volvería.
Quizá entonces…
Quizá entonces encontraría algo. Alguna respuesta.

Me dispuse a caminar hacia el acueducto o, quizás, hacia lo alto de alguna montaña más alejada. Necesitaba volver a encontrar mi calma interior. Estaba al borde del colapso, a punto de explotar. No aguantaba más.

Mientras salía hacia los alrededores de Segovia, me puse los cascos y dejé que la música me aislara del mundo. Poco a poco, empecé a sumergirme en mis pensamientos.

Mientras subía, empecé a hacerme preguntas que me asfixiaban.
¿Por qué se fue realmente mi padre?
¿Me faltaba algo?
¿Quién escribió, en realidad, las cartas de ayer?

Cada una era como una piedra más en el pecho.
Intenté distraerme con la cámara. Hice varias fotos por el camino. Quedaron bastante bien. Transmitían justo lo que yo no tenía: paz interior. Un lugar donde respirar, donde calmarse.

Cuando el sol salió por completo, decidí que era hora de volver a casa.
Pero justo entonces, vi que tenía varios mensajes de mi madre sin leer.

Mensaje no leído: Nora, sé que no me quieres ver, pero sinceramente no entiendo cuál es la razón de tu actitud.

Estuve a punto de bloquearla.
La ira me subía por las venas como fuego.
¿Que no ve una razón? ¿De verdad?
¿No es suficiente el silencio, las evasivas, la forma en la que me oculta cosas importantes?

Mensaje no leído (2): Solo te pido una cosa: deja la casa bien ordenada y limpia.

No podía más. Sentía que me hervía la sangre.
Ya no pensaba con claridad.
Tenía que hacer lo que fuera por desaparecer, por sacarme de dentro todo eso, por poner mis pensamientos en orden y pensar incluso en otras cosas.

Me encaminé de nuevo hacia casa. Sabía que ella ya no estaría. Y eso era lo único que necesitaba para empezar a buscar pistas… donde fuera, como fuera.

Llegué a casa.
Las manos me temblaban, y no sabía si era por los nervios, la rabia o por lo que esperaba encontrar. No sabía si sentir miedo o ganas de saber la verdad. Fui directa a la habitación de mi madre.

La habitación olía a jazmín, como siempre. Olía a ella. Por un momento recapacité y me lo pensé dos veces. Di una vuelta por la habitación antes de tocar nada. Todo estaba en orden: la cama hecha con esmero, los libros apilados en la mesilla, la luz del atardecer filtrándose por las cortinas claras. Parecía imposible que en un lugar tan tranquilo se escondiera algo. O al menos eso aparentaba desde fuera.

Abrí los cajones del escritorio. Pero no había nada para mi. Solo fotos de clientes, alguna libreta con notas… pero nada más.
Debajo del colchón encontré la carta de ayer.
La sostuve un segundo, como si pudiera arrancarle algo que no había visto antes. Pero no. Antes de empezar a leerla quería saber si podría encontrar algo más.La dejé a un lado. Sabía que tenía que haber más.

Me lancé a revisar entre su ropa, sacando prendas una tras otra, dejándolo todo patas arriba. Pero nada. Solo quedaba una opción: el armario.
Siempre había estado ahí, discreto, cerrado, como si se empeñara en pasar desapercibido. Pero hoy, me había llamado la atención de más.

Abrí las puertas. Nada, solo trajes colgados de perchas. Un ligero olor a naftalina pero nada que pudiese ayudarme.

Estaba a punto de rendirme. Ya no sabía qué más buscar.
Entonces, al fondo, vi algo.
Una caja gris oscura, encajada como si la hubieran escondido a propósito. Como si no quisiera que no la encontraran. Debía sacarla, era mi última opción.
Intenté sacarla, pero pesaba demasiado. No era que estuviera atrapada. Estaba llena. Hasta arriba
Tiré poco a poco, con cuidado, hasta que logré sacarla por completo. Tenía polvo por arriba y su color de base no era gris. La habían pintado. ¿Sería que mi madre no quería enseñarme nada de lo que había ahí?

No podía resistirme más. Necesitaba saber. Respuestas. Después de esto necesitaba abrirla, y eso hice.

Dentro, había muchísimas cosas.
Fotos en blanco y negro de una boda.
Dos personas sonriendo, abrazadas. Supuse que eran ellos. Mis padres. Hacía años que no veía su cara. Se me hizo extraño incluso, aunque luego lo recordé vagamente.

Luego aparecieron fotos de bebés.
Detrás de cada una, mi nombre y una mi edad de ese momento:

“Nora – 6 meses”, “Nora – 1 año”…
Pasé las imágenes como quien repasa un libro ya leído, hasta que una foto me descolocó.

Eran dos niñas. Una mayor que la otra. Como unas hermanas. Pensé que serían unos amigos de mis padres pero yo tenía un parecido con la que era más mayor.
La giré. Como si en el fondo ya supiera que había algo escrito. Y ahí estaba:
“Vega y Nora (1 y 3 años)”

Me quedé inmóvil. La mayor era yo. La otra… ¿Quién era Vega? ¿Era mi amiga de infancia? ¿Por qué no me acordaba de ella?

Vega.
Ese nombre hizo eco en mi cabeza, rebotando una y otra vez hasta que me sentí mareada.
Lo conocía. No sabía cómo, ni de dónde, pero mi cuerpo lo recordaba, pero mi mente estaba bloqueada.

Cogí todo lo que pude y me senté en el suelo, con las piernas cruzadas. Empecé a analizar cada detalle de cada imagen. Intenté ver si alguna me daba una respuesta pero nada. Había alguna que otra foto más de Vega conmigo o incluso sola. ¿Por qué querían una foto individual de una niña que no era suya?
Necesitaba entender.



#1939 en Otros
#35 en No ficción
#135 en Aventura

En el texto hay: familia, descubrimientos, drama

Editado: 19.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.