los puestos del mercado de la isla ADONNIS estaban llenos de personas lista para comprar, lo que sea que estuvieran vendiendo.
yo y Heley caminábamos por las húmedas calles, encontrando un lugar donde nos diera un inicio donde podría estar la siguiente piedra luna, en todo el trayecto me pareció ver a personas que nos miraban con cara de querer matarnos, el sonido de las botas detrás de nosotras sonaban con extremo sigilo.
—nos están siguiendo—susurro Heley mientras caminamos, la gente parecía ver a los hombres que nos estaban siguiendo incluso bajaban la cabeza por miedo a ellos—.
—lo se
—¿Qué hacemos?—dijo una Heley nerviosa—.
pero mientras mas nos alejábamos del mercado mas hombres se integraban a lado de sus amigos que nos seguían, no fue hasta que empezamos a notar que las calles por las que avanzábamos se encontraban abandonadas al igual que los locales donde en algún momento del año estuvieron llenas de gente ansiosa por comprar, de repente vi mas de veinte hombres detrás de nosotras.
otro grupo de hombres salió por delante de nosotras, todos vestidos de cuero con gabardinas negras, heley y yo nos pusimos espalda contra espalda, hasta que unos de los hombres rompió el silencio.
—pero miren que tenemos aquí—dijo un hombre detrás de mi Heley parecía nerviosa ante el hombre que la veía—unas Darquis, en los mares de Sarez, no se ve todos los días—algunos se burlaron—¿no es verdad?
—¡SI!—gritaron algunos—.
—Bien, pues ya saben qué hacer —dijo uno de ellos con una sonrisa torcida, mientras se acercaban, seguros de su ventaja.
Justo cuando dieron el primer paso hacia nosotras, el aire se tensó. Mi corazón latía con fuerza, pero no de miedo... de poder. Froté los dedos y una nube blanca con destellos azulados emergió de mi piel, como si fueran llamas frías bailando entre mis manos. El suelo bajo mis pies crujió, cubriéndose de escarcha.
Heley, sin decir una palabra, sacó una pequeña daga de su bolsillo y la sostuvo con firmeza, su mirada fija en ellos.
Uno de los atacantes soltó una risa burlona.
—Oh, salieron mágicas —dijo con tono sarcástico, Y entonces, sin más aviso, se lanzó directo hacia mí—.
Le bastó un paso más para caer en la trampa: uno de mis hilos helados lo envolvió en el aire como una serpiente blanca. El frío lo alcanzó antes de que pudiera tocarme. Su cuerpo se congeló en pleno movimiento, los ojos abiertos, atrapados en cristal de hielo.
Sin vacilar, extendí la mano y toqué su brazo. Su cuerpo se desintegró en polvo de nieve.
Pero no hubo tiempo para respirar. Otro de ellos rodeó a Heley, confiado, creyéndola vulnerable.
—¿Y tú qué vas a hacer con ese juguete? —le gruñó —.
—Acércate y ve —le respondió ella con firmeza—.
Y mientras el combate estallaba, yo me preparaba para liberar aún más de mi magia. El aire ya no era solo frío... era letal.
Heley esquivó por centímetros la hoja que le lanzaron, girando con agilidad. Su daga trazó una línea en el aire, rozando el costado del enemigo que la subestimó. Él gritó, retrocediendo, y Heley no lo dejó respirar: lo siguió con otro corte rápido que dejó una marca roja en su brazo.
—¿Sigo pareciendo débil? —le soltó con una sonrisa ladeada—.
Mientras tanto, yo dejaba que los hilos de hielo se extendieran como raíces invisibles por el suelo. Sentía el latido de cada uno de ellos. Eran extensiones de mí, listos para cazar. Otro enemigo se acercó con una lanza, rápido, más cuidadoso. Su energía era distinta... más controlada.
—Tú eres la que congela —dijo, y su voz sonaba casi interesada—Nos dijeron que eras peligrosa.
—que rápido corren los rumores—dije yo—.
Le respondí con una mirada helada y lancé uno de los hilos hacia él. Pero este lo esquivó, rodando por el suelo y lanzando una pequeña bomba de humo. La nube gris se extendió, y por un instante perdí de vista todo.
—¡Heley! —grité, retrocediendo —.
—¡Estoy bien! —respondió su voz desde algún punto en la niebla —.
Entonces lo sentí. Una presencia justo detrás de mí.
Me giré de golpe, levantando ambas manos. Un enemigo estaba a escasos centímetros, pero ya era tarde para él. Mis dedos rozaron su pecho. Sus ojos se abrieron de par en par cuando el hielo trepó por su cuerpo como fuego inverso. En un suspiro, se convirtió en nieve.
La niebla comenzó a disiparse... pero con ella llegó otra figura. Más alta. Más oscura. Su paso era lento, pero cada pisada dejaba el suelo quebrado por la escarcha.
—Es un cazador de Selias—murmuró Heley, a mi lado otra vez, con sangre en el borde de la daga—.
—Ese no es como los demás —le dije, con los hilos flotando alrededor mío como serpientes de escarcha—.
El nuevo enemigo levantó una mano cubierta por un guante negro. El aire se volvió aún más pesado.
Y por primera vez... sentí frío que no venía de mí.
La lanza de sombra y escarcha negra temblaba en la mano del enemigo, lista para ser lanzada contra nosotras. La sentí como una amenaza real, más allá de cualquier poder que hubiera enfrentado antes. Mis hilos titilaban, nerviosos, incluso pude ver como se apagaban, el representaba la oscuridad o parte de ella, Heley se tensó a mi lado.
Y entonces, como un trueno sin relámpago, una voz resonó en el aire con una autoridad imposible de ignorar.
—¡Detente! —le grito antes del fin—.
El tiempo pareció quebrarse. La lanza se deshizo como humo al viento. El enemigo se congeló, no por mi magia... sino por presencia.
Desde la neblina espesa de la batalla, una figura emergió.
Era un hombre alto, de andar firme y seguro. Su piel era blanca como la luna llena, casi irreal. Los ojos, de un gris brillante, resplandecían con una calma que ocultaba algo más profundo: poder contenido. Su cabello negro caía, entrelazado con destellos plateados que parpadeaban como estrellas fugaces.
Él no necesitaba levantar la voz para que el mundo obedeciera.