Entre sesiones y enredos

Capítulo 7: Las sombras de Andrés

Narrado por Andrés

Llevo tres noches soñando con ella.
Marina Torres.
Su nombre se repite en mi cabeza como un eco que no termina de apagarse.

Y no, no son sueños románticos. Tampoco son de esos que uno confunde con deseo.
Son sueños raros, difusos, de esos donde solo se escucha una voz que sigue hablando incluso después de despertar. Una mirada que se queda tatuada detrás de los párpados, y que, aunque abras los ojos, sigue ahí.

Marina.
La psicóloga del control perfecto, de los silencios medidos, de las manos que tiemblan apenas, cuando cree que nadie la está viendo.

Hay algo en ella que me perturba.
No en el mal sentido. En el real.
Porque me ve.
No la versión que suelo mostrar, sino la que intento mantener bajo llave.
Y eso, aunque no lo admita, me asusta más de lo que debería.

La verdad es que no llegué a su consulta porque mi hermana me obligara.
Quizás al principio fue así, sí. Pero después… se convirtió en una excusa.
Una manera de justificarme.
Lo que realmente me llevó fue algo más simple, más crudo: el vacío.
Esa sensación muda de estar vivo, pero no sentirte parte de nada.

Mi vida funciona como un reloj: trabajo, entreno, sonrío cuando toca, y luego me encierro a escuchar música que no debería doler tanto.
Todo en modo automático.
Todo en pausa.

Hasta que un día, Sophia —mi hermana— me miró y dijo:
—Estás vivo, pero no estás aquí.

Y tenía razón.
Desde Clara, me quedé en pausa.
Esa fue una historia que viví en silencio, algo efímero. Ni siquiera Sophia conoce esa parte de mí.

Clara.
Mi gran error.
Mi espejo.

Éramos dos llamas que ardieron demasiado rápido.
Nos conocimos en un proyecto artístico: ella pintaba, yo restauraba murales comunitarios.
Pasábamos horas hablando de sueños, de libertad, de no repetir los errores de nuestros padres.
Y, sin darnos cuenta, empezamos a construir algo que quemaba más de lo que iluminaba.

Un día se cansó.
No de mí exactamente… sino de mi intensidad.
“Todo contigo pesa”, me dijo.
Y se fue.

No hubo gritos, ni portazos, ni finales dramáticos.
Solo ese silencio devastador que deja quien alguna vez fue tu casa.

Desde entonces me prometí no volver a entregar nada que no pudiera recuperar.
Y cumplí. Hasta que llegó ella.

En la segunda sesión, cuando la vi por la pantalla, supe que algo había cambiado.
No en ella… en mí.

Ya no estaba jugando. No quería provocarla, ni esconderme detrás de respuestas ingeniosas.
Quería hablar. Pero no de mi hermana, ni de la confianza, ni de Clara.
Quería hablar de lo que me estaba pasando ahora.

Y era eso. Ella.

La forma en que pronuncia mi nombre.
El modo en que intenta alejarse cada vez que me acerco un poco más.
Y la mirada que se le escapa cuando cree que no la estoy viendo.

Hay algo magnético en su intento por mantener las distancias.
Cuanto más levanta muros, más quiero entender qué intenta proteger.

Antes de que terminara la sesión, las palabras salieron de mi boca sin pensarlo:
—No intentes entenderme. Solo… no huyas.

No sé por qué lo dije.
No era una advertencia. Era una súplica disfrazada.
Porque lo vi en sus ojos: esa mezcla de miedo y curiosidad.
La misma que yo sentí la primera vez que alguien me importó de verdad.

Esa noche, la lluvia golpeaba las ventanas del apartamento.
Encendí el equipo de sonido y busqué una canción.
Constellations, de Jade LeMac.

La melodía llenó el silencio.
Dulce. Triste. Honesta.

Y pensé en ella.En su voz suave, el cabello recogido.
En la manera en que contenía todo lo que sentía, como si temiera que el mundo se diera cuenta de que también tiembla por dentro.

Cerré los ojos y la imaginé en su consultorio:
La luz cálida bañando su rostro.
El sonido lejano del reloj marcando el tiempo.
Sus dedos jugueteando con el bolígrafo mientras intenta no mirar demasiado.

Y me descubrí sonriendo. Como un idiota.

Tal vez debería dejar de verla.
Tal vez debería hacer lo correcto y cancelar las sesiones antes de que algo se rompa.
Pero… ¿y si ya está roto?

Porque cuando cierro los ojos, la veo nítida, como si estuviera frente a mí.
La forma en que me miró la primera vez.
Esa tensión eléctrica que se forma en los silencios.
Ese instante en el que todo se detiene, y lo único que existe es su respiración mezclándose con la mía.

“And in your eyes, I see the stars aligning…”

La letra me atravesó como un eco.
Y lo supe. Quizás ella no lo sepa todavía, pero ya forma parte de mis constelaciones.
De esas que uno dibuja sin querer,
y que no se borran aunque cambie el cielo.

Y mientras la canción se apagaba, me descubrí con un pensamiento que no debería tener:
Que tal vez, solo tal vez, ella no es la psicóloga que vino a salvarme…
sino la persona que, sin saberlo, va a enseñarme a sentir otra vez.



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En el texto hay: nuevos comienzos, risas, amor ternura

Editado: 03.11.2025

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