Entre sombras

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Acacia apenas le echó una ojeada a la tarjeta de cumpleaños que yacía sobre la mesa de la cocina y salió ignorando la mirada de silenciosa desesperación de su madre. De Lillian, se corrigió. La fecha de su cumpleaños había resultado ser tan falsa como todo en su vida, se dijo mientras recorría el camino hasta la carretera principal. El autobús del colegio no tardó en aparecer y se desplomó en el primer asiento libre, sin saludar ni mirar a nadie. Otro lunes en la vida de una adolescente malhumorada, pensó mientras subía el volumen de su iPod.

Hacía un año hubiera apreciado la belleza primaveral del paisaje del oeste de Devon, el modo en que la luz reflejaba el verde brillante de los terrenos que rodeaban Burton College y resaltaba el encanto neogótico de su edificio principal. Hacía un año no se hubiera escabullido junto a Robbie a fumar hierba antes de la asamblea. Hacía un año hubiera besado a su madre antes de salir de casa.

Hacía un año acababa de cumplir los quince y la vida era perfecta.

Entonces tenía una familia.

Y sabía quién era.

 

 

 

 

 

 

PRIMERA PARTE

 

ACACIA

 

 

 

 

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—¿Acacia?

La joven levantó la cabeza y se quedó mirando al señor Blanchett con expresión vacía.

—¿Te importaría responder?

—Brasil —replicó aun sin saber cuál era la pregunta. Este tipo de información siempre aparecía de inmediato en su mente. Qué lástima que lo que de verdad necesitaba saber la estuviera eludiendo.

El señor Blanchett la miró desconcertado, pero no tuvo más remedio que dar por válida su respuesta. Acacia siempre había sido una buena alumna. Era atípico verla tan distraída.

Poco después sonó el timbre. Acacia se retiró el largo mechón de cabello castaño claro que le caía sobre los ojos y comenzó a recoger los libros de geografía de su pupitre, preguntándose una vez más dónde demonios se había metido Enstel. Era la hora de comer, pero no se sentía capaz de probar bocado.

Millie la cogió del brazo en el pasillo.

—Robbie está castigado otra vez.

—¿Ah, sí?

—Por pintarse las uñas.

Acacia sonrió. A Robbie le gustaba pensar que se parecía a su héroe, el cantante de My Chemical Romance, solo que con ojos azules. Se había teñido el pelo de negro y lo llevaba más largo de lo que permitían las reglas del colegio. Siendo hijo de un juez, solía bromear, solo le quedaban dos opciones: ser como su progenitor o seguir el camino contrario.

—Espero que sus padres no se enteren y le retiren el permiso para venir el sábado —continuó Millie—. ¡Ah, qué ganas más locas tengo! Es estupendo tener quince años, ¿verdad?

Como parte de su regalo de cumpleaños, los padres de Acacia iban a llevarlos a la batalla de las bandas en Exeter. Solo conocían a uno de los grupos, una banda de rock local, pero era su primer concierto sin supervisión y eso ya era motivo de excitación. De su pandilla de amigos, Millie y ella eran las únicas alumnas externas. Todos los demás estudiaban internos en Burton y solo recientemente habían obtenido permiso para salir con cierta independencia algunos fines de semana.

Se unieron a la cola en el comedor, Millie parloteando sin cesar como de costumbre, sin percatarse del silencio de Acacia.

Mike, James, Hugo y Gertie se sentaron con ellas. James miró a Acacia, que estaba moviendo distraídamente el tenedor sobre la superficie del puré de patatas.

—¿Estás bien? —le preguntó en voz baja mientras los demás hablaban de los entrenamientos de rugby de la tarde y del próximo torneo de natación.

Acacia levantó la mirada con sorpresa y observó su cara pecosa, su boca ancha y sus amables ojos de color avellana casi ocultos bajo el flequillo.

—Sí, es solo que no he dormido muy bien.

James asintió en silencio.

—¿Todavía necesitas ayuda con las ecuaciones simultáneas?

Acacia recordó entonces que James se había ofrecido a echarle una mano con los deberes de matemáticas.

—Sí, gracias.

Después de clase tenía una hora de natación y luego ensayo con el coro hasta las siete, lo que dejaba los deberes de educación religiosa para después de cenar. Pensó en el examen de piano del viernes y suspiró. Las clases extraescolares nunca le habían supuesto un esfuerzo, pero esa semana se sentía tan cansada.

Ojalá pudiera dormir sin la misma pesadilla persiguiéndola cada noche, dejándole como único recuerdo una horrible sensación de pánico y esa necesidad de huir, de escapar, de ponerse a salvo.




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