Entre sombras

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Los días transcurrieron con rapidez y pronto llegaron los tonos rojizos y dorados del otoño. Acacia había vuelto a competir con el equipo de natación y estaba más ocupada que nunca. Todo parecía marchar bien y su relación con Enstel había alcanzado una nueva profundidad y significado. 

Aunque seguía estudiando piano, en las últimas semanas se había enamorado de la guitarra. Su hora de clase semanal no podía satisfacer su impaciencia y practicaba durante horas en su habitación con Enstel como único público. Empezó a aprender por su cuenta, ayudándose de manuales y material didáctico encontrado en internet.

Era una época de bastante actividad en la granja y Acacia ayudaba en lo que podía. Su padre estaba ocupado con la venta de los corderos y terneros, asegurándose de que el maíz se almacenaba correctamente para alimentar al ganado durante los meses de invierno y supervisando la recolección de manzanas y ciruelas. Mientras tanto, el huerto de su madre era una explosión de berenjenas, coliflores, patatas, cebollas, calabazas, puerros, alcachofas, remolachas y nabos.

Un domingo por la mañana de principios de octubre, Gerard visitó la granja por última vez. Al regresar del servicio religioso, sus padres los encontraron en la cocina tomando una taza de té.

—¿Por qué no vais a recoger zarzamoras mientras termino de preparar la comida? —sugirió su madre percibiendo la atmósfera sombría—. Hace un día fantástico y hasta es posible que encontréis las últimas frambuesas de la temporada.

—Volveremos en una hora —respondió Acacia besándola en la mejilla.

Gerard la tomó de la mano mientras se dirigían hacia al río.

—¿Estaba tu madre tratando de deshacerse de nosotros?

Acacia lo miró con una sonrisa afectuosa. A pesar de sus buenas cualidades, Gerard nunca había destacado por su perspicacia.

—Creo que quería darnos un poco de intimidad.

—Ah.

Cuando llegaron al río, Gerard la empujó con gentileza contra un castaño.

—Bésame —le pidió Acacia sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas—. Bésame dulce y tormentosamente.

—Eh, pequeña, ¿qué te pasa?

—Es la última vez que nos vemos.

—¿Por qué dices eso? No tiene que ser así. Solo me marcho a trabajar a Australia por un tiempo. No es como si me fuera a morir.

—No, claro. No me hagas caso.

Acacia no podía explicarle que estaba segura de que sus caminos no volverían a cruzarse y que hasta ese día no se había dado cuenta de que sentía un sincero cariño por él.

Gerard tomó el rostro de Acacia entre sus manos y besó sus lágrimas. Cuando sintió que se había calmado, sus besos se tornaron más largos y profundos. Acacia lo rodeó con sus brazos, sintiendo el calor de su cuerpo a través de la ropa. Gerard siempre había poseído una enorme presencia física que le resultaba extrañamente reconfortante. Los dedos del joven se deslizaron por debajo de su blusa y le desabrocharon hábilmente el sujetador mientras ella comenzaba a aflojarle el cinturón. Sin dejar de besarse, se dejaron caer hasta quedar tendidos sobre la hierba y las hojas secas. Entonces fue cuando Acacia vislumbró el resplandor pulsátil de Enstel vibrando cerca de ellos y tendió una mano en su dirección.

Cuando Enstel se introdujo con suavidad en el interior de Gerard, Acacia percibió con claridad el cambio en su vibración. Se apartó un momento y lo miró a los ojos mientras le acariciaba la mejilla, dándose cuenta de que el joven no había notado nada.

—¿Estás bien? —preguntó Gerard.

—Muy bien, ¿y tú?

—Nunca he estado mejor —replicó besándola con redoblado ardor.

 

Acacia había permanecido en la sala de estudio durante casi una hora, disfrutando de cada minuto, hasta que empezó a pelearse con uno de los acordes.

—La sexta cuerda siempre da más problemas a la hora de buscar la nota a armonizar —dijo una voz a su espalda.

Acacia se giró sorprendida y vio a James avanzando hacia ella. Era la primera vez que le dirigía la palabra en meses.

—Es porque tiene ambas partes del arpegio —continuó—, tanto mi como sol sostenido.

—Entonces, ¿cuál es la mejor?

—La tónica, mi. Es fácil si colocas el índice en la tercera cuerda, el corazón en la quinta y el anular en la cuarta. Pruébalo.

Acacia así lo hizo y comprobó que tenía razón.

—¡Vaya! ¡Muchas gracias, James!

—Para buscar mi menor tienes que cambiar sol sostenido por sol, que es la tercera menor, y así obtendrás el siguiente arpegio.

La joven lo probó y miró a James con una gran sonrisa. Al verlo cara a cara después de tanto tiempo advirtió que no quedaba mucho del niño mono que había conocido. Su rostro había perdido los rasgos infantiles, había crecido mucho, sus hombros se habían ensanchado y lucía un nuevo y favorecedor corte de pelo. Sin embargo, sus amables ojos color avellana continuaban siendo los mismos.




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