Entre sombras

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Después de las Navidades recibieron varias charlas sobre diferentes carreras y también fueron a visitar algunas universidades. Con una presión escolar constante, eran conscientes de la importancia de encontrar un equilibrio entre tiempo libre y el resto de sus obligaciones. Millie, Mike, James y Acacia comenzaron a salir juntos con frecuencia y casi todos los viernes iban a cenar, al cine, a la bolera o a bailar. Aunque Burton organizaba una gran variedad de actividades para los alumnos internos, Mike y James obtenían a menudo permiso para salir por su cuenta. De vez en cuando los cuatro cogían el autobús a Plymouth, iban a competiciones deportivas, vagaban por la calle principal y el área comercial de Tavistock o salían a montar a caballo por los páramos de Dartmoor. Millie y James, que habían nacido con dos días de diferencia, celebraron su decimoséptimo cumpleaños en una fiesta conjunta en la que Acacia invitó a James a bailar una de las canciones lentas.

Varias noches más tarde, al finalizar el ensayo del coro, James se acercó a ella.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Claro.

Tomó aire, todavía indeciso, y Acacia le dedicó una sonrisa de aliento.

—¿Estás saliendo con alguien? —se atrevió por fin.

—Nadie fijo.

—Entonces, ¿vendrías al cine conmigo? ¿Tú y yo, solos?

—Sería un placer.

El rostro de James se expandió en una sonrisa enorme.

La película resultó ser una comedia romántica sorprendentemente buena. Rieron juntos y compartieron una bolsa de palomitas de maíz. James estaba tan orgulloso al comprobar que Acacia había disfrutado de la película como si la hubiera dirigido y protagonizado él mismo.

De nuevo en la calle, la temperatura había descendido varios grados. Sin pensarlo dos veces, Acacia cogió a James del brazo y se acercó a él en un intento por preservar su calor corporal.

—¿Qué te parecería ir a tomar un chocolate caliente? —sugirió James—. ¿Tenemos tiempo?

—Diría que sí —respondió Acacia consultando el reloj y tratando de controlar el castañeteo de sus dientes—. Podría llamar a mi padre para que venga a recogernos dentro de una hora.

—¿No le importará?

Acacia le lanzó una mirada de soslayo y pensó en lo diferentes que eran sus vidas. James se había criado en internados, pasando la mayoría de sus vacaciones escolares en campamentos o visitando a sus abuelos. Mientras Acacia siempre había vivido junto a unos padres que la adoraban y estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por ella, aunque eso les supusiera una molestia, James apenas veía a los suyos cuatro semanas al año. Por primera vez tuvo una visión certera de la magnitud de su traición. Ella contaba con su familia, con Enstel, con sus amigos, pero James había estado recibiendo el apoyo que normalmente procede de la familia a través de sus profesores y de un reducido grupo de amigos que ni siquiera eran conscientes del lugar tan importante que ocupaban en su vida. Cuando Acacia, una de sus amigas más antiguas, mostró tal desprecio por sus sentimientos, la herida había sido realmente profunda.

En cuanto llegaron a la cafetería, Acacia desapareció en el baño para recomponerse. Necesitaba unos minutos a solas. Al salir, James la esperaba sentado con las manos alrededor de una de las humeantes tazas. Se sentó frente a él y lo miró en silencio.

—¿Qué pasa? —preguntó al observar su semblante serio—. ¿Va todo bien?

—James, quiero que sepas que aprecio de verdad tu amistad. Lo que te hice no tiene perdón.

El joven le devolvió la mirada, claramente sin saber qué responder. Acacia extendió la mano y le apretó los dedos. James miró la mano de Acacia sobre la suya y enrojeció.

 —No te quiero como amiga —balbució por fin.

—¿Cómo?

—Lo que quiero decir es que recuperar tu amistad ha supuesto para mí mucho más de lo que te puedas imaginar, pero confiaba en que pudiéramos ser algo más.

—¿Me estás pidiendo que salgamos juntos?

—Con una torpeza imposible —admitió James, su corazón expuesto tan abiertamente que Acacia se sintió abrumada.

—Eres tan bueno —respondió en un murmullo—, mucho mejor que yo.

—¿De qué estás hablando?

Acacia lo miró con angustia. ¿Cómo decirle que temía manchar su pureza? Los temores sobre sus orígenes diabólicos todavía la acosaban y, si bien no le quedaba más remedio que aprender a aceptar su naturaleza y una vida entre sombras, otra cosa muy diferente era corromper almas inocentes.

—No podría empezar a explicarte las cosas que he hecho, lo que soy.

—Y no quiero que lo hagas. El pasado, pasado está. En realidad, te admiro por haber descendido a las profundidades del infierno y haber tenido la fortaleza de salir.

—Es mucho peor que eso.

De repente, James se levantó, se inclinó sobre ella y la acalló con un beso.




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