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El siguiente año y medio transcurrió como una exhalación entre mil trabajos y actividades, clases, exámenes, lecturas, viajes escolares, fiestas, competiciones, visitas a universidades y nervios.
La vida de Acacia había dado un giro radical en los últimos meses y la joven se esforzaba al máximo por ser la hija, la hermana, la amiga, la novia y la estudiante perfecta. Tanto empeño era el único modo que conocía de compensar el daño que había causado, enmudecer la maléfica oscuridad que adivinaba en su interior y mantener a raya la desazón que se apoderaba de ella cuando se cuestionaba las implicaciones de su naturaleza.
James iba a menudo a la granja de los Corrigan y pasaba allí numerosos fines de semana. Ahora que Acacia se había recuperado por completo y la granja volvía a funcionar sin problemas, Andy ya no los visitaba con tanta frecuencia, sobre todo desde que había empezado un nuevo trabajo en Salisbury. A James le encantaba ayudar a Bill en la granja y entre ellos se había forjado un fuerte vínculo. El joven, a quien habían conocido desde que llegó a Tavistock, siete años atrás, se había convertido en un miembro más de la familia Corrigan.
Acacia había decido, bastante rápida e inesperadamente, estudiar Arqueología y Antropología en Magdalen College, Oxford. Desde que había conocido el programa de estudios y visitado la universidad, sentía en cada célula de su cuerpo que ese era su lugar.
No había requerimientos específicos sobre las asignaturas estudiadas en el bachillerato, pero sí que debían resultar todas en sobresaliente. Como parte de su solicitud, a principios de noviembre presentó dos ensayos sobre temas distintos que habían de demostrar que estaba preparada para pensar y escribir de modo analítico y exponer en trescientas palabras su entendimiento de las relaciones entre la arqueología y la antropología social, cultural y biológica. Magdalen solo admitía dos o tres estudiantes en ese curso por año y la competencia era feroz. Revisó la lista con los quince libros que se sugerían como lectura preliminar y se preparó a conciencia para la entrevista, aunque la selección no habría de producirse hasta después de Navidad.
Cuando supo que había logrado una entrevista, estaba lista. Respondió con aplomo a las preguntas de los tutores sobre la relación entre las distintas subdisciplinas dando puntos de vista tanto humanísticos como científicos e interpretó con soltura los artefactos y mapas que le mostraron. La expresión de los profesores al escuchar sus respuestas le indicó que se encontraba en el buen camino incluso antes de que alabaran su habilidad a la hora de digerir y asimilar grandes cantidades de datos y argüir a partir de las pruebas. Detrás de ellos, Enstel vibraba orgulloso.
Su convencimiento interior de que Magdalen estaba escrito en su destino era tal que no necesitó aguardar a la llegada de la carta oficial para saber que había sido admitida. Si bien ella acogió las noticias con bastante sobriedad, sus padres y sus amigos se mostraron mucho más entusiastas.
—¡Acacia va a ser la Indiana Jones de Tavistock! —gritó Millie por todo Burton.
Millie había elegido estudiar Astrofísica en Edimburgo, donde Mike la iba a seguir en un curso de Ciencias del Deporte después de pasar el verano entrenando.
James obtuvo entrevistas con representantes de cuatro de las principales universidades de Estados Unidos, Harvard, Brown, Columbia y Yale, y tres de ellas le ofrecieron un puesto. Acacia estaba muy orgullosa de él. A pesar de haber sido su intención estudiar en Harvard, donde sus padres daban clase, al final se decidió por Columbia.
—Todavía quiero ser neurocirujano —les explicó—, pero estoy convencido de que es mejor para todos si voy a otra universidad. No tiene sentido ponerme en una situación en la que las comparaciones serán inevitables.
—Por no hablar de los comentarios de los otros estudiantes, acusaciones de favoritismo y todo eso —comentó Mike.
—¡Bien hecho, James! —lo felicitó Millie—. Dispuesto a seguir tu propio camino en la vida, lejos de la sombra de tus padres.
James sonrió, bajando la mirada ruborizado.
—No estoy tan seguro de eso. Es una sombra bien larga…
Poco después del baile de graduación, James se instaló en el dormitorio de invitados de los Corrigan. Su curso empezaba a mediados de agosto y había acordado ayudar a Bill en la granja durante unas semanas antes de regresar a Estados Unidos. Sabía que, una vez en Nueva York, no tendría muchas oportunidades de volver a disfrutar de ese estilo de vida.
Otra de las actividades que habían organizado ese verano era visitar algunos de los numerosísimos monumentos megalíticos de las Islas Británicas. A Acacia le atraían especialmente los círculos de piedra de Avebury, Stonehenge, Castlerigg y Rollright Stones y esperaba poder desarrollar su interés en los tres años que había de pasar en Oxford.
Muchas noches, Acacia y James tocaban juntos, cantaban y componían sus propias canciones. Para entonces, Acacia había alcanzado un buen nivel con la guitarra y Bill y Lillian los escuchaban con deleite.
—Si alguna vez la medicina deja de interesarte, podrías muy bien dedicarte a esto —le aseguró Lillian.