18
Acacia continuó asistiendo a sus clases con normalidad y le sorprendió comprobar que sus estudios le siguieran pareciendo importantes a pesar de todo lo que había descubierto en los últimos meses. Habían comenzado las clases de otra de sus asignaturas optativas, Antropología de la Medicina, y tenía que preparar su primer ensayo. Esa tarde habían estado reflexionando sobre las asunciones básicas y los conceptos que motivaban las diversas formas de curación, tanto médicas como religiosas. Le interesaban especialmente los temas que estudiaban el ritmo y el sonido de las canciones empleadas por los chamanes, la biomedicina y los principios de la medicina china.
—Vaya una brujería más académica —murmuró para sí moviendo incrédula la cabeza mientras se dirigía a la biblioteca—. ¿Qué importa que el mundo se venga abajo mientras pueda seguir teniendo acceso a mis libros?
Varios días después de la marcha de Iris, Eric y Acacia se encontraron en el parque de Magdalen. Hacía frío, pero necesitaban aire fresco y ambos acogieron la brisa helada con satisfacción. Eric había desaparecido, como tenía por costumbre, y al verlo después de cuatro días le llamó la atención el aspecto tan demacrado que presentaba.
—¿Estás bien? —le preguntó reparando en sus profundas ojeras y en su aire general de derrota.
Hubiera deseado tanto tocarlo, pasar los dedos por sus revueltos rizos castaños, darle un abrazo que aliviara su carga y dispersara las sombras, pero antes de que pudiera hacer siquiera un gesto en su dirección, Eric se encogió de hombros y comenzó a andar con las manos hundidas en los bolsillos del abrigo.
Acacia notó la cálida presencia de Enstel a su lado, los dedos enlazándose entre los suyos, y siguió a Eric en silencio.
—¿Me vas a contar por qué ahora mismo no se tienen noticias de otros espíritus como Enstel? —le preguntó después de un rato.
Eric asintió con gravedad. Acacia lo vio echar una ojeada a su alrededor con el fin de asegurarse de que estaban realmente solos.
—Enstel está aquí, ¿verdad?
Acacia asintió. Eric le había pedido que, por seguridad, permaneciera invisible y no se materializara más que en la privacidad de sus habitaciones. Aunque no les había revelado de quién se tenían que proteger, Enstel había seguido sus instrucciones.
—Además del riesgo que supone su invocación —comenzó Eric—, hay otro motivo. El número de personas capaces de hacerlo siempre ha sido escaso, pero todavía más desde que los miembros de la Orden empezaron a morir de forma misteriosa.
—¿Asesinados? —preguntó Acacia con los ojos muy abiertos—. ¿Por los mismos que perseguían a mi madre?
—Creo que sí.
—¿Cuántos años lleva esto sucediendo?
—Unos veintitrés. Sospecho que mi padre fue la primera víctima.
—Oh, Eric... creía que había sido un accidente.
—Encontraron su cuerpo sin vida en Chapel Porth, una playa a unas dos millas de St. Agnes. Según las pruebas forenses, parece ser que resbaló, cayó por el acantilado y se ahogó estando inconsciente. Cada vez estoy más convencido de que no se trató de un suceso fortuito.
Aunque ni el rostro ni la voz de Eric dejaban traslucir emoción alguna, Acacia había aprendido a detectar las inflexiones más sutiles. En ocasiones abierto y hablador, otras cerrado herméticamente, supo sin lugar a dudas que, a pesar de su contención, Eric albergaba heridas sangrantes en su interior.
—Eric, ¿sabes cómo murió mi padre? —se forzó a preguntar.
—Un incendio en su casa —respondió en tono neutro—. Los bomberos pensaron que podría haber sido causado por una vela que se dejó encendida durante la noche.
—¿Murió quemado vivo? —exclamó Acacia tratando de contener el horror que le agarrotaba la garganta.
Eric hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Seguramente el monóxido de carbono acabó con él primero. Creo que los asesinos pensaron que tanto tu madre como tu padre se encontraban en el interior. Quizás tu madre logró escapar o había ido a visitar a alguien y no estaba en casa esa noche.
Continuaron paseando en silencio durante unos minutos. La presencia de Enstel reconfortó a Acacia, mitigando el opresivo dolor de su pecho.
—He estado investigando el paradero del resto de tu familia. Kenan era hijo único y tus abuelos, tanto maternos como paternos, murieron hace años. También la hermana de tu madre, Talwyn Olde, conocida por sus habilidades psíquicas y su talento curativo, desapareció poco después de la muerte de tus padres. Un accidente de tráfico esta vez.
Acacia se dio cuenta de que Eric estaba esforzándose por mantener la calma y sintió a Enstel transmitiéndoles una suave energía tranquilizadora.
—Esto ha estado ocurriendo a nivel global. El asesinato de los miembros de la Orden y de personas relacionas con ella suele ser discreto y muchas veces parecen accidentes comunes. No obstante, está claro que no se trata de una coincidencia. El rector y otros profesores dirigen desde aquí la operación destinada a desenmascarar a quien sea que se encuentre detrás de esto. Es a lo que me he estado dedicando en los últimos años, pero siempre parecen adelantársenos. Resulta devastador, el esfuerzo que supone localizar y contactar con los miembros de la Orden diseminados por todo el mundo para descubrir que hemos llegado tarde.
—Lo siento tanto, Eric —murmuró Acacia.
—Cada vez cuesta más encontrarlos. Saben que están en peligro y hacen todo lo posible por borrar su rastro. Cegados por el miedo, no saben ya distinguir a sus amigos de sus enemigos. Y, ¿cómo culparlos?
Aunque nunca le había hablado de su trabajo en la Orden, ahora se daba cuenta de que iba mucho más allá del terreno académico y entendía el desaliento con el que regresaba tras algunas de sus desapariciones.