19
Acacia se sintió repentinamente pequeña sentada en uno de los imponentes sillones de cuero marrón del despacho del doctor Weber. Eran apenas las tres de la tarde, pero el día estaba tan encapotado que apenas sí entraba luz por las ventanas y, a pesar de las numerosas lámparas esparcidas por toda la estancia, la iluminación todavía resultaba bastante tenue y hasta inquietante.
El legendario profesor Weber, uno de los catedráticos más respetados del Departamento de Arqueología, era un hombre atractivo de poco más de cuarenta años, sienes prematuramente canosas y penetrantes ojos oscuros. Acacia lo había escuchado en algunas de sus conferencias, pero era la primera vez que hablaba con él en persona. Lo acompañaban la doctora Hayne, una de sus profesoras del curso anterior, y el doctor Muraki, jefe de la División de Ciencias Matemáticas y Físicas a quien Acacia acababa de conocer.
—La Orden del Templo Blanco está consagrada a la verdad y dedicada a la perpetuación y transmisión del conocimiento —declamó el profesor Weber—. Mediante la disciplina, el estudio progresivo y la aplicación de lo aprendido, te irás perfeccionando, superando tus deseos y limitaciones personales. Desarrollarás tus facultades superiores y llenarás tus lagunas personales. Comprenderás las leyes que rigen lo físico y los misterios de la mente y el espíritu. Estas lecciones tratan sobre nuestra misión en la vida, nuestra relación con el cosmos, el cuerpo y la mente, la mejora de nuestros poderes mentales, el tratamiento de enfermedades, alquimia, leyes kármicas, curación metafísica, proyección de la conciencia más allá del tiempo y del espacio, empleo de la energía interior, simbología… El Gran Secreto es un conocimiento interior que hace libres a aquellos que lo poseen y es nuestra misión preservar ese conocimiento, manteniéndolo a salvo de los profanos, reservándolo para aquellos elegidos que demuestran ser merecedores de acceder a él.
La doctora Hayne, que había escuchado al profesor Weber con adoración, se volvió hacia ella.
—A cambio de este profundo conocimiento de la naturaleza física, mental y espiritual del ser humano, el desarrollo de la conciencia y del despertar a realidades superiores, en la ceremonia de investidura se te pedirá un voto de pobreza en espíritu, pureza y obediencia.
—La mayoría de los componentes de la Orden proceden de familias tradicionalmente asociadas a ella —le informó el doctor Muraki con un apenas perceptible acento japonés—. Es bastante inusual, sobre todo en estos tiempos, aceptar a miembros que no han sido entrenados desde niños.
—No obstante —continuó el doctor Weber—, nos han llegado noticias sobre tu talento natural y tu buena disposición a la hora de aprender a desarrollar tus habilidades y estamos dispuestos a hacer una excepción.
—Tus ensayos, exámenes y la memoria sobre los trabajos de campo que llevaste a cabo durante el verano son realmente notables —apuntó la doctora Hayne—. En realidad, no hemos encontrado a una alumna tan académicamente madura desde Eric Mumford.
—Gracias —replicó Acacia fingiendo una confianza que no sentía. El sentimiento que le producían estos miembros de la Orden era muy diferente al experimentado con Iris y Eric.
—He recibido informes detallados durante varios meses —comentó el doctor Weber cogiendo un documento del que comenzó a leer—. El trabajo llevado a cabo por Acacia Corrigan demuestra una perspectiva amplia y heterogénea, una equilibrada combinación de datos bien documentados, observaciones agudas, ejemplos y teorías relevantes y argumentos convincentes. Sus respuestas y ensayos presentan una estructura muy sólida y se expresa con total fluidez y confianza tanto de forma verbal como por escrito. Resulta especialmente destacable el modo en el que establece correspondencias entre temas diversos e incluye argumentos antropológicos en cuestiones arqueológicas y ejemplos arqueológicos en temas antropológicos.
—Además, sabemos que estudiaste latín y griego y que dominas el francés y el castellano —dijo el doctor Muraki.
—También entendemos que tienes nociones de italiano y alemán a través de tus conocimientos musicales y el coro —añadió la doctora Hayne—. Nos serás muy útil en la traducción de textos y en los proyectos internacionales.
—Veo que mi vida es un libro abierto —comentó Acacia tratando de no pensar en que todo el asunto le parecía más que un tanto siniestro.
—Comprenderás que no podemos permitir que cualquiera tenga acceso a la Orden y todo lo que representa —replicó el doctor Muraki con severidad.
—Soy consciente del honor que supone —les aseguró Acacia con humildad.
Inesperadamente, el doctor Weber lanzó un pesado pisapapeles contra ella. Acacia lo vio aproximarse a gran velocidad y de repente fue como si el tiempo se detuviera, dejándolo suspendido en el aire a pocos centímetros de su rostro. El doctor Weber rodeó la mesa y lo tomó con la mano.
—Impresionante —comentó con una sonrisa admirativa.
—Bien hecho —la felicitaron los profesores.
Acacia los miró incrédula, pálida y con el corazón palpitante. ¿Qué habría pasado si no hubiera sido capaz de detener el pisapapeles?