21
La improvisada fiesta de cumpleaños que había dado comienzo en su cuarto se había acabado por trasladar a la sala común con el fin de acomodar a los agregados espontáneos.
El día anterior había recibido un paquete de sus padres con mermelada casera, un par de novelas que estaba deseando leer y un vale para una de sus tiendas de ropa favoritas. Su habitación estaba cubierta de postales de felicitación, entre ellas las procedentes de Millie y James, y regalos de todo tipo.
Lucía el precioso pañuelo de seda y los pendientes de plata que le habían enviado Andy y Lorraine y se sentía feliz, rodeada de sus amigos, pretendiendo por unas horas ser una joven normal y corriente. Ahora que ya no tenía tiempo de cantar en Jericho Tavern cada semana, sus seguidores se tenían que conformar con una actuación mensual y tratar de convencerla para que cantara cada vez que se presentaba la más mínima oportunidad.
Un aplauso atronador celebró el final de su última canción, una de las que había compuesto hacía apenas una semana, y al alzar la vista se encontró con Eric mirándola fijamente desde el fondo de la sala. Le cedió la guitarra a Jenna y se dirigió hacia él, intentando ocultar su incomodidad pero incapaz de forzar una sonrisa. No habían vuelto a hablar desde el incidente de la semana anterior y, aunque por su propia salud mental había decidido apartar el asunto de su cabeza, no estaba resultando una tarea nada fácil.
Eric apenas hizo un gesto en su dirección e incluso desde la distancia Acacia percibió sus nervios y malestar. Estaba tan acostumbrada a verlo dueño de sí mismo, siempre con las emociones bajo control, que pensó que quizás se encontraba enfermo. Escaneó su campo energético y, efectivamente, su vibración había descendido y los colores presentaban un tono mucho más apagado de lo habitual. Al tenerlo en frente le sorprendió la profunda vergüenza y arrepentimiento que reflejaba su rostro.
—Perdóname, por favor, por mi reacción de la semana pasada —pronunció con evidente contrición—. Lo último que deseo es que te sientas dolida por mi culpa y no tengo excusa.
Acacia lo observó con curiosidad, intentando discernir la confusa mezcla de sentimientos que Eric estaba transmitiendo al tiempo que lidiaba con sus propias emociones. Era consciente de la sinceridad de sus palabras, pero todavía se sentía molesta y frustrada por su falta de transparencia. Entonces percibió un destello mucho más claro de la magnitud del sufrimiento y del conflicto interno a los que Eric se estaba enfrentando. Se preguntó si le había permitido vislumbrarlo o si había sido algo involuntario por su parte, pero sobre todo hubiera querido averiguar por qué se sentía tan avergonzado consigo mismo. ¿Cuáles eran las causas de su tormento? ¿Tenía únicamente que ver con la Orden o escondía algo más?
—Vamos a olvidarlo —decidió. Sabía que era inútil intentar seguir indagando en ese momento.
Eric sonrió con tanto alivio y gratitud que, muy a su pesar, Acacia tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no abrazarlo.
—¿Has estado fuera? —preguntó cambiando de tema.
—Sí, acabo de regresar. No sabía que era tu cumpleaños. Felicidades.
—Gracias. Ahora soy una anciana de veinte años —replicó Acacia con una mueca.
Estaba claro que iba a ser el único en no darle un beso el día de su cumpleaños y trató de ignorar la dolorosa punzada que sentía en el pecho.
—Pareces agotado —comentó.
—Lo estoy. Mañana vuelvo marcharme, así que será mejor que trate de dormir un poco.
La joven asintió. Sabía que, por razones de seguridad, no podía hablarle de ninguno de esos viajes.
—¿Estarás de regreso para la cena con el doctor Bowles?
—Eso espero.
—La tendencia mística forma parte de la naturaleza humana y existen pruebas antropológicas que sugieren que los hombres de las cavernas convocaban a los espíritus de los muertos. Nuestra conciencia parece incapaz de comprender su propia extinción, quizás por eso es inevitable que los humanos empezaran a verse en términos de cuerpo y alma, el primero corruptible y efímero, la segunda eterna y sin límites. Otra de las características que define a la raza humana es la curiosidad. ¿Qué ocurre cuando morimos? La civilización, originada en Mesopotamia seis mil años antes de Cristo, trajo consigo miedo y fe, dos de los componentes esenciales de la brujería. Durante siglos, nuestra actual distinción entre creencia y conocimiento, religión y magia, religión y ciencia o ciencia y superstición simplemente no estaba nada clara. Astronomía y Astrología eran intercambiables. Al fin y al cabo, ¿qué es la ciencia sino una forma respetable de magia?
Acacia pensó en la provocativa pregunta de Michael Bowles, el joven y prestigioso catedrático de Historia, autor de uno de los libros, Brujería en la Europa moderna temprana (1450—1750), que había leído el curso anterior.
—Las brujas resisten la simplificación y son tan diversas y complicadas como los contextos económicos, políticos, religiosos y familiares a los que pertenecen. Encarnan la ambigüedad emocional, a horcajadas en las fronteras entre la vida y la muerte, la noche y el día, manifestaciones subconscientes de relaciones complejas y a menudo en conflicto. La brujería resulta difícil de definir porque pone de manifiesto partes de nosotros que no queremos ver. La parte oscura que todos poseemos, que Jung denominó “la sombra”, es una versión escondida y reprimida de nosotros mismos que no concuerda con la idealización de nuestra imagen pública y las normas sociales. Las brujas son arquetipos que nos ayudan a descubrir quiénes somos en realidad.