Entre sombras

22

TERCERA PARTE

 

EL REINO DE LOS DIOSES

 

 

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A principios de abril, Acacia y Eric viajaron juntos a Tavistock, donde habían de pasar una semana antes de continuar su camino a St. Agnes y reunirse con Iris. Bill y Lillian Corrigan lo habían conocido en una de sus visitas a Oxford, cuando se unió a ellos para tomar té en The Old Parsonage, y estaban encantados de tenerlo con ellos. Era el primer chico que Acacia llevaba a la granja desde James.

Eric mostró una inesperada curiosidad por todo. Recorrió cada rincón de la granja haciendo preguntas constantes sobre su infancia, los diferentes animales y tipos de cultivo; le pidió que le mostrara la gran acacia bajo la cual Enstel la había depositado veinte años atrás, Burton College y hasta la iglesia en la que solía cantar. Alejado del ambiente de Oxford, Eric pareció perder parte de su seriedad habitual y se mostraba mucho más relajado y con una actitud más ligera. Acacia lo observó desplegar unas insospechadas dotes sociales y un encanto sencillo que conquistaron a la señora Robinson y al resto de los residentes del centro de la tercera edad cuando fueron a visitarlos.

La joven empezó a apreciar su ingenio y tranquilo sentido del humor, algo que le había pasado casi desapercibido hasta entonces y, cuando Millie llegó de Edimburgo para pasar unos días con sus padres durante las vacaciones de Pascua, salieron una tarde los tres juntos. El tiempo pareció volar entre anécdotas, risas y conversaciones distendidas sobre todo tipo de temas.

—¿Me acompañas al tocador? —le preguntó su vieja amiga cuando terminaron sus cafés.

Llevaba toda la tarde poniéndole caras y Acacia la conocía demasiado bien para saber que, si no accedía, era muy capaz de soltar cualquier barbaridad delante de Eric.

En cuanto cerró la puerta, Millie la tomó de los hombros y comenzó su interrogatorio.

—Por Dios Santísimo, ¿de dónde has sacado a semejante portento? Y, lo que es más importante, ¿hay más como él? Está claro que me he equivocado de universidad.

Acacia se rió.

—Sé que te encanta la astrofísica, Millie, pero sigo creyendo que el mundo se pierde una gran actriz.

—De verdad, Acacia, es guapísimo, tiene un cerebro a juego y no puede apartar los ojos de ti.

—Solo somos amigos.

—Lo siento, no me lo trago —replicó Millie con una mueca.

Acacia no podía explicarle que sospechaba que era el brillo de Enstel lo que fascinaba a Eric y no ella misma.

—¿Sabes que Robbie vino a verme cantar a Oxford? —le preguntó en un esfuerzo por cambiar de tema.

—¿En serio? La última vez que lo vi me dijo que, cuando lo expulsaron por tercera vez, decidió dejar los estudios.

—Robbie siempre ha sabido coger las indirectas, ¿verdad? Ahora trabaja en una discográfica en Londres y quiere hablar conmigo sobre la posibilidad de grabar un disco.

—¡Qué oportunidad más fabulosa! Por fin el mundo entero podrá conocer tu talento.

Acacia le contó las últimas noticias de James, que estaba muy contento en Nueva York y había empezado a salir con una estudiante de música de Juilliard, uno de los conservatorios más prestigiosos del mundo. Aliviada por haber conseguido desviar la atención de Millie, regresaron junto a Eric.

 

Cuando Andy y Lorraine llegaron a pasar el fin de semana con ellos, los padres de Acacia no pudieron ocultar la profunda satisfacción que les proporcionaba tener a la familia reunida. El domingo de Pascua lo pasaron en grande buscando los huevos de chocolate que Bill había escondido por toda la casa y por el jardín como cuando eran pequeños.

—Me gusta mucho Eric —le dijo Andy a Acacia cuando se encontraron a solas en la cocina—. Mamá me ha dicho que, a pesar de su torpeza, ha estado ayudándola en el huerto con las lechugas y las endivias y a plantar petunias y begonias en el jardín.

—Creo que es la primera vez que pisa una granja en su vida —respondió Acacia riendo—. Tenías que haberlo visto intentando ordeñar a una de las vacas.

—Creo que podría ser el chico para ti.

Acacia se puso repentinamente seria.

—Andy, ¿crees que existe una persona adecuada para nosotros, un alma gemela?

—A veces sí. Yo la he encontrado en Lorraine.

—No sé… —suspiró Acacia—. Eric no parece interesado en mí en ese sentido.

Andy la miró con una sonrisa.

—¿Tú crees?

 

—¿Dónde está Enstel? —preguntó Eric parándose a sacar agua de su mochila—. Apenas lo he visto desde que llegamos a Tavistock.

—A Enstel le gusta corretear por ahí —respondió Acacia—. Suele regresar cada noche, aunque a veces tarda unos días en aparecer.




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