Entre sombras

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Acacia había imaginado una especie de obra de teatro en la que le sería posible compartir el espacio con sus padres y observar lo ocurrido sin ser vista, o quizás una película desarrollándose frente a sus ojos, pero lo que experimentó fue algo muy diferente. Relajó la mente y cada uno de sus músculos con el fin de ajustarse con mayor facilidad a la energía de Enstel introduciéndose en su cuerpo. Trató de adaptarse con rapidez a las intensas sensaciones que le producía la unión, obligándose a mantenerse centrada en lo que se proponían en lugar de quedarse mirando embobada la repentina belleza de todo lo que la rodeaba. Incluso tras los párpados cerrados podía percibir la enorme presencia energética de Iris y Eric proporcionándoles un apoyo adicional.

En cuanto su nueva mente, fusionada con la de Enstel, pidió ser trasportada a un momento significativo del pasado, notó que todo comenzaba a alabearse, distorsionándose en una desconcertante explosión de formas y colores.

Poco después, la imagen mental se fue esclareciendo y reconoció a Lord Crosswell cuando era muy joven, observando con deseo a una niña rubia a la que identificó como Iris. Notó también una inmensa envidia hacia Carlyon Venton, cuya posición, poder e influencia ambicionaba con furiosa determinación. La imagen se disolvió y fue sustituida de nuevo por el rector, contemplando con resentimiento a Iris, Ennor y Kenan, adolescentes, riendo despreocupados en una habitación donde estaban practicando juegos mentales. Además de los celos brutales, sentía una envidia insuperable hacia los talentos psíquicos y habilidades de los jóvenes que él no poseía.

Lo vio estudiar durante noches interminables, devorando libros de todo tipo. Reconoció algunos volúmenes dedicados a la magia negra. Fue testigo de su rabia e impotencia cuando ninguno de sus experimentos resultó ser exitoso. Casi podía notar el amargo sabor de la decepción en su boca.

Un nuevo salto en el tiempo la llevó ante un Alexander Crosswell más contemporáneo, el rostro enrojecido por la ira, interrogando implacable a un hombre y a una mujer aterrorizados, incapaces de darle las respuestas que buscaba.

A partir de ese momento, empezaron a llegarle una multitud de imágenes, sonidos y emociones sucediéndose a tanta velocidad que comenzó a sentirse mareada.

Abrió los ojos con una exclamación.

Enstel se separó de ella con cuidado, su resplandor un poco menos acusado que antes, y estudió su rostro con detenimiento.

—Estoy bien —le aseguró Acacia— ¿Y tú?

Enstel asintió. Iris y Eric los contemplaban en sobrecogido silencio.

—Estoy bien —repitió mirándolos, esforzándose por calmar las palpitaciones de su pecho.

Iris le tendió un vaso con agua y bebió agradecida.

—Ha sido lo más extraordinario que he visto nunca —murmuró Eric.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó la joven.

—Cuando Enstel se ha introducido en ti ha sido como si te iluminaras desde el interior —le explicó Eric—. Algo increíblemente hermoso. Y luego tu cuerpo ha empezado a cambiar, ha aumentado de tamaño y el contorno se ha vuelto borroso, convirtiéndose en una mezcla de ti y de Enstel, los rasgos andróginos y un intenso resplandor dorado alrededor.

—Creo que es lo que se asocia con un ser de luz —dijo Iris, todavía conmovida por la visión.

—Pensaba que obtendríamos algo relacionado con mis padres, pero todo lo que hemos descubierto tiene que ver con Lord Crosswell.

—¿Una confirmación de que se encuentra detrás de los asesinatos? —preguntó Eric con la mandíbula tensa.

Acacia asintió, recordando algunas de las horribles imágenes que tanto la habían perturbado.

—Creo que el rector ha perdido la cabeza —musitó—. Quiere invocar a un espíritu Tau, eso es lo que ha estado buscando todos estos años con desesperación. Sabe que no se trata de una leyenda, aunque jamás ha contemplado a uno, y está convencido de que dominar a un espíritu de tal categoría es lo que necesita para hacerse con el control total de la Orden y… ¿del mundo?

Iris cerró los ojos durante unos segundos y se frotó la frente.

—Si no lo conociera, y si no supiera lo peligroso que puede ser, me reiría de la ridiculez de semejante empresa. Es como un niño pequeño que quiere poseer todos los juguetes que ve.

—No creo que sea buena idea subestimarlo —dijo Eric con tono sombrío.

—No, desde luego que no.

—Ha estado intentando arrancarle el secreto de cómo traerlo al mundo físico a docenas de personas —prosiguió Acacia—, tanto pertenecientes a la Orden como fuera de ella. Cuando no consigue sus propósitos, los manda asesinar. Y cuenta con mucha ayuda.

—¿Dentro y fuera de la Orden?

Acacia asintió.

—Me temo que solo he percibido la idea, sin ver rostros ni nombres. ¿Qué vamos a hacer?

Iris se levantó y paseó inquieta por la habitación.




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