27
Al día siguiente por la noche, mientras estaba inmersa en una de sus lecturas obligatorias, Acacia escuchó un suave golpe en la puerta de su habitación. La mayoría de los estudiantes no había regresado todavía y St. Swithuns se encontraba inusualmente tranquilo.
—¿Desde cuándo llamas a la puerta? —gritó sin moverse de la cama.
La puerta se abrió y apareció una mano con un ramo de flores silvestres.
—¿De dónde las has sacado? —exclamó Acacia divertida.
—Shhh —respondió Eric en voz baja entrando en el cuarto—. Las he robado del parque.
—¡Señor Mumford!
—Nada puede ya detenerme a la hora de declarar mi amor —declamó con voz afectada—, ni siquiera los más peligrosos actos criminales.
Acacia se rió y dejó el libro a un lado.
—Entonces será mejor que les busquemos un poco de agua —dijo levantándose.
En cuanto depositó el jarrón sobre la mesa, Eric se giró para abrazarla, sosteniéndola contra su pecho como si temiera que fuera a desvanecerse en cualquier momento.
—Veo que me has echado de menos —comentó Acacia con una sonrisa—. ¿Qué han sido, tres horas sin vernos?
—Una eternidad —respondió Eric besándola con ardor.
Llegaron a trompicones hasta la cama, donde cayeron sin dejar de besarse. Acacia deslizó las manos por debajo de su camiseta.
—¿Está Enstel aquí? —murmuró Eric mientras le desabrochaba la camisa del pijama.
—No. ¿Quieres que lo llame?
—Ahora mismo no —respondió contra la suave piel de su estómago.
Acacia se recostó contra el hombro de Eric, apoyando un brazo sobre su pecho. El joven giró la cabeza para besarla en la frente.
—Cuando tenía dieciséis años y estaba totalmente perdida —murmuró Acacia—, la señorita White me dijo que incluso aquellos que buscan los placeres de la carne están buscando en realidad la profundidad del alma. Siempre recordé sus palabras, aunque entonces no las comprendí por completo.
Eric la contempló sin saber muy bien adónde quería ir. Aunque la mayor parte del tiempo era capaz de obtener impresiones de sus pensamientos y emociones sin ni siquiera intentarlo, la comunicación entre ellos no siempre resultaba tan directa.
—Ahora he encontrado mi alma —prosiguió Acacia mirándolo con seriedad— y no estoy interesada en nadie más.
Eric la estrechó entre sus brazos, considerando sus palabras, disfrutando de la sensación de sus corazones latiendo al unísono.
—Mi naturaleza es más bien monógama —respondió al fin, separándose lo suficiente para poder contemplar sus límpidos ojos verdes—, pero no es mi intención obligarte a nada o cambiarte en modo alguno.
—No me siento forzada en absoluto. Más allá de las prisiones del amor condicional, las relaciones deberían basarse en la libertad y el respeto mutuo. No necesito a nadie más.
Eric asintió, todavía inseguro.
—Enstel podía elegir entre permanecer conmigo o volver a casa y decidió quedarse —continuó la joven—. Sé que soy libre de elegir mi propio camino y te escojo a ti para recorrerlo juntos, si tú quieres.
Eric la contempló en silencio, su expresión angustiada un claro reflejo de la confusa mezcla de emociones que bullía en su interior.
—Hay algo que quiero contarte… —comenzó.
—A Enstel siempre le han gustado las duchas —le interrumpió Acacia con suavidad.
—¡Lo sabes!
—Me lo mostró ayer cuando intercambiamos energía.
Acacia posó la mano en su rostro y buscó la profundidad de sus ojos azules, asegurándole en silencio que todo estaba bien.
—Enstel y yo… Nuestras vidas se encuentran ligadas de modo inextricable. Siempre ha estado y estará presente en cualquiera de mis relaciones.
—Lo entiendo y nunca me interpondría entre vosotros dos.
Eric bajó la mirada y respiró hondo, permitiendo que salieran a la superficie los miedos y dudas que hasta entonces no se había atrevido siquiera a formular.
—Durante todo este tiempo he temido no ser capaz de ofrecerte nada que Enstel no pueda proporcionarte de un modo mucho mejor. Me es imposible competir con él, un simple humano.
—Ah, mi amor… —murmuró Acacia con ternura mientras le acariciaba el rostro con la punta de los dedos—. No existe motivo de competición o comparación. Tú eres perfecto tal y como eres y es así como te quiero. Como te queremos. No podría ser de otra forma. ¿Y acaso no sabes que a Enstel y a mí nos encantaría que compartieras tu vida con nosotros?
Eric sintió una cálida sensación de inusitada felicidad extendiéndose por todo su ser, dispersando el enorme peso que había albergado en su corazón. Su rostro se expandió en una sonrisa infinita y supo que, cualquier prueba que el futuro les tuviera deparada, podrían afrontarla juntos.