28
Miró a su alrededor, observando las amenazadoras nubes tormentosas que cubrían el cielo, y pensó en Eric. No había recibido noticias suyas desde el día anterior, cuando se habían despedido al amanecer. No siempre podía decirle cuándo ni adónde viajaba y lo echaba de menos. Suspiró, sabiendo que incluso la comunicación telepática era poco segura.
—Deberíamos establecer un código secreto —murmuró para sí mientras le mandaba un mensaje al móvil diciéndole que se dirigía al despacho del rector—. “Manzana” por “me he marchado en una misión secreta; regresaré en cuanto haya salvado el mundo.”
Rememoró con soñadora nostalgia su último encuentro, cuando Enstel se había sumado a ellos, transformado la experiencia en algo tan intenso como extraordinario. Habían estado besándose y deleitándose en el otro durante horas, pero había sido la interacción de sus energías lo que había logrado transcender el mero éxtasis físico, conduciéndolos hasta límites insospechados. La unión había sido simplemente mágica y le costaba imaginar una conexión más perfecta.
Cruzó la calle y, con una rápida ojeada a su alrededor, entró en el edificio sintiéndose segura. Antes de recibir el inesperado mensaje del rector, Enstel había salido a alimentarse. Aunque Eric afirmaba que el rector no poseía habilidades psíquicas dignas de mención, prefería que Enstel no estuviera con ella. No sabía si alguien más se hallaría presente y no quería arriesgarse a que se detectara su existencia.
Saludó a la secretaria de Lord Crosswell, quien le indicó que podía pasar al despacho.
—¡Acacia! —exclamó el rector con una sonrisa afable—. Muchas gracias por venir habiéndote convocado con tan poca antelación. He tenido una cancelación de última hora en mi agenda y he pensado en ti. Hacía tiempo que quería hablar contigo. ¿Has tenido unas buenas vacaciones? ¿Está bien tu familia? El comité me ha comentado que tu propuesta de tesis es bastante impresionante.
—Gracias —respondió Acacia sin poder evitar un escalofrío. ¿Cómo no sentirse vigilada con cada rincón de su vida bajo escrutinio?
—¿Qué tal va tu entrenamiento? Confío en que Eric Mumford esté siendo un buen mentor.
—El mejor.
—Estupendo. He recibido un informe suyo sobre tus avances. Todo parece estar correcto, por lo que ha llegado el momento de hablar sobre la ceremonia de iniciación.
—No estoy segura de querer continuar adelante.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el rector frunciendo las cejas con sorpresa.
—Con el debido respeto, no estoy preparada para el voto de obediencia y no puedo adherirme a unos principios en los que no creo.
—¿Sabes lo que estás diciendo? —preguntó Lord Crosswell, la voz contenida—. ¿Eres consciente del honor que representa ser invitada a formar parte de la Orden del Templo Blanco?
—Precisamente porque lo soy, no puedo comprometerme a servirla a medias.
—Explícate, por favor. En toda la historia de la Orden no he oído jamás que nadie se negara a recibir esta distinción.
—No comparto sus valores.
—¿Me estás diciendo que estás en contra de preservar unos conocimientos que, de no haber sido por nosotros, se habrían perdido para siempre en manos ignorantes? —preguntó el rector en un tono más divertido que incrédulo.
—No estoy de acuerdo con sus valores morales, para ser más específicos.
—¿Has hablado de esto con Eric?
—Él no sabe nada de mi decisión.
—Así que has estado recibiendo instrucción de la Orden sin intención de unirte a nosotros —comentó el rector con calma—. Eso se califica de un modo bastante desagradable.
—No era mi intención aprovecharme de las circunstancias, se lo aseguro. Lo he estado pensando detenidamente en los últimos días y solo he tomado la decisión esta mañana. Siento que la Orden opera sobre un principio basado en el egoísmo y mi conciencia no me permite formar parte de algo así.
—¿Te importaría explicarte?
—Para mí, estas sociedades sedientas de saber, cegadas por el conocimiento, se creen superiores a otros seres humanos, superiores incluso a Dios. Y la ciencia basada en un ego sin conciencia nos llevará a la destrucción. El ego es un sistema de pensamiento basado en la ilusión de la separación, el miedo, el egoísmo y la muerte. Es lo que genera la noción de la supervivencia del más fuerte, cuando nos identificamos con nuestro cuerpo y con nuestra mente.
—Eso es todo lo que tenemos —replicó el rector.
—Pero somos capaces de pararnos un momento y observar nuestra mente, nuestros pensamientos, ¿no es así? ¿Y quién observa nuestra mente? Si fuéramos nuestra mente, ¿cómo podríamos observarla? Al identificarnos con ella en lugar de con los seres espirituales que somos en realidad, convertimos el intelecto, el conocimiento, la ciencia y la tecnología en nuestros dioses sin tener en cuenta las consecuencias. Es necesario que empecemos a vivir desde el corazón, que sean los sentimientos y no los pensamientos los que nos guíen. Debemos dejar atrás el viejo paradigma de la mente, que no hace sino perpetuar el mundo de la ilusión.