Entre sombras

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Acacia, despierta…

Las palabras lograron finalmente abrirse paso hasta ella.

Acacia, mi amor, abre los ojos…

Al hacerlo, la joven distinguió al cabo de un momento el rostro ansioso de Enstel cerca del suyo.

Oh, Enstel, he tenido el sueño más curioso…

No ha sido un sueño.

Acacia se incorporó despacio y miró a su alrededor. Parecía estar en una especie de celda. Se llevó la mano a la frente, todavía un poco confusa.

—He eliminado los rastros del narcótico de tu cuerpo. Estarás bien en un momento. Cuando no he podido contactar contigo, he creído volverme loco. Me ha costado mucho llegar a ti.

Acacia lo miró sin comprender. De repente, el pánico se apoderó de ella y comenzó a mirar a su alrededor con desesperación.

¡Desvanécete, por favor! Podría haber cámaras.

Aunque no fueran capaces de registrar la presencia del espíritu, si alguien se hallaba observándola se daría cuenta sin duda de que estaba interactuando con una presencia invisible y eso lo pondría en grave peligro.

—Tranquilízate, ya lo he comprobado. El rector es extrañamente anticuado.

¿Estás seguro?

Enstel la estrechó entre sus brazos y Acacia apoyó la cabeza en su pecho, sintiéndose mejor al instante, notando cómo su respiración recobraba el ritmo normal. 

—El rector ha protegido la estancia con intrincados hechizos. Me ha llevado horas lograr desmantelarlos.

—Creía que no contaba con ese tipo de poder.

—Él no, pero sabe quién lo posee. No tardarán en darse cuenta de lo ocurrido, pero no importa, para entonces ya habré acabado con ellos.

—No puedes hacer eso. Todavía no sabemos cuáles son las intenciones del rector.

—Acacia, cariño, te ha drogado y raptado, ¿qué más prueba necesitas?

—Por favor, Enstel, ya fue bastante malo con los tres borrachos. No quiero que seamos responsables de más muertes.

Enstel la miró dubitativo.

—No sabemos qué se encuentra detrás de todo esto —razonó la joven—. Imagínate que acabamos con Lord Crosswell y después descubrimos que solo él conocía el secreto que puede salvar la vida de cientos de inocentes de otra facción oscura de la Orden.

—Tienes demasiada imaginación.

—Y posiblemente soy demasiado ingenua también, pero me gustaría mucho que siguieras mis instrucciones, ¿sí?

Enstel asintió, renuente, y Acacia acarició su mejilla.

—Gracias. Me temo que tu amor por mí te ciega y te pone a nivel humano, con nuestras pasiones irracionales.

Enstel sonrió y la besó, transmitiéndole al mismo tiempo una ráfaga de energía vital.

Acacia permaneció unos instantes con los ojos cerrados, sintiendo que su cuerpo se revitalizaba y su mente se aclaraba.

—¿Qué quieres que haga?

—Contacta con Eric y cuéntale lo que ha pasado. Quizás Iris ya esté de regreso. Y mantente invisible en todo momento. 

Cuando Enstel desapareció, Acacia estudió la celda con detenimiento, desnuda por completo, sin muebles ni ventanas, con suelo, techo y paredes de cemento gris y una puerta metálica con barrotes. Escuchó con atención, pero ningún sonido parecía filtrarse hasta allí. El rector la había despojado de todos sus objetos personales, incluido el reloj. A través de los barrotes se podía ver otra pequeña estancia, también vacía aparte de una bombilla solitaria en el techo. A la derecha había un arco que presumió conducía a una puerta o a un pasadizo. Debía de tratarse de una habitación subterránea pero, ¿dónde? ¿Todavía en Oxford? No se le había ocurrido preguntarle a Enstel y lo cierto es que podía hallarse en cualquier sitio.

 

Enstel regresó unos veinte minutos más tarde para informarle que no había conseguido localizar a Eric.

—¿Crees que es porque se encuentra fuera del país? —le preguntó Acacia sin poder ocultar la ansiedad que sentía—. O podría ser debido a un hechizo aislante.

—No sabría decirlo.

—Continúa intentándolo. Y también con Iris. Ahora vete. No quiero que nadie sospeche tu presencia.

Acacia percibió la reticencia de Enstel.

—Te llamaré si me encuentro en peligro, te lo prometo.

—Lo sé, pero quizás no me sea posible oírte o llegar hasta ti. Tengo que encontrar a la persona que está reforzando los hechizos.

 

No fue hasta un rato más tarde, quizás una hora, cuando Acacia oyó el sonido de unos cerrojos descorriéndose.

Se puso en pie, pero no se acercó a la puerta de la celda.




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