Entre sombras

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La despertó un horroroso estruendo metálico. Alzó la cabeza con esfuerzo y comprobó que el rector había regresado y golpeaba los barrotes con unas llaves.

—¡Pero qué aspecto más terrible tienes! —exclamó Lord Crosswell con jovialidad.

Acacia le lanzó una mirada desde el suelo, demasiado débil para ponerse en pie.

—No tienes ni idea de cuánto tiempo has estado aquí, ¿verdad? ¿Sabías que la muerte por deshidratación se produce entre tres y cinco días? ¿Cuánto crees que te queda?

Acacia apartó la mirada.

—Permíteme que te ilustre sobre los síntomas, cada vez más severos, que debes esperar. Ya habrás notado la fatiga, el vértigo, el dolor de cabeza, las náuseas y hormigueos. Tus frecuencias cardiaca y respiratoria están aumentando para compensar la disminución del volumen del plasma sanguíneo y de la presión arterial, mientras tu temperatura aumenta por la disminución de la sudoración. Cuando pierdas de un diez a un quince por ciento del agua corporal, tus músculos se tornarán espásticos, se te secará y arrugará la piel y la vista se te enturbiará. Entonces empezarán los delirios.

El rector se giró y desapareció para regresar al cabo de unos minutos con un vaso de agua en la mano.

—Quizás en otras circunstancias habría tratado de razonar contigo. El profesor Weber me contó el impresionante modo en el que afrontaste su prueba. En realidad, al lanzarte el pisapapeles solo estaba comprobando tu nivel de presencia y tus reflejos, pero tú nos diste mucho más, ¿no es así? De otro modo, es posible que hubiéramos cometido el error de subestimarte.

Acacia se sintió invadida por el alivio. No había mencionado a Enstel. Quizás todavía se encontraba a salvo.

El rector comenzó a beber con deliberada lentitud.

—Ah, ¡deliciosa! Tan fresca y pura… En cierto sentido, es una pena asistir al espectáculo de tu deterioro. Ese cerebro privilegiado, perdido, todo ese talento, tirado a la basura. Y nunca sabremos de qué eres realmente capaz. Claro está, Eric no llegó a enseñarte nada de valor auténtico... ¿de qué podría servirte aquí el poder acelerar el crecimiento de las plantas o hacer levitar unas cuantas piedras? El profesor Weber también echará de menos tu belleza. Siempre ha tenido debilidad por las chicas monas. En estos tiempos uno tiene que pretender apreciar las aportaciones femeninas, aunque personalmente siempre he considerado el sexo débil una distracción innecesaria.

La estudió un momento con los ojos entrecerrados.

—Innecesaria y peligrosa —repitió—. Lo cierto es que, en cierto sentido, me has defraudado. Esperaba un espíritu más combativo.

—Jesús dijo: “No resistas el mal” —murmuró Acacia con voz apenas audible—. La resistencia siempre refuerza. Al luchar en contra de algo, lo alimentamos y le damos más poder.

Alexander Crosswell echó la cabeza hacia atrás y rió con estruendo.

—Y mira adónde lo llevó su actitud. ¡Al mismo lugar que a ti! Hay gente que nunca aprende…

Acacia empezó a levantarse con trabajo, apoyándose en la pared, la cabeza gacha, y se dirigió con paso tambaleante al fondo de la celda, donde la iluminación era un poco más tenue.

El rector la contempló divertido.

—Te molesta la luz, ¿eh? El malestar general se irá intensificando hasta que desearás haber muerto cuando te correspondía.

Acacia no respondió, pero sus hombros se hundieron un poco más y los cabellos le cayeron lacios y sin vida sobre el rostro en la penumbra.

—Ya has experimentado los primeros espasmos musculares, ¿no es así? —preguntó el rector casi con amabilidad—. No alcanzo a entender esa aceptación pasiva. Dime, si tuvieras la ocasión, ¿no te encantaría clavarme los dedos en los ojos? ¿Arrancarme el corazón? ¿Sería eso suficiente para vengar la muerte de tus padres y del resto de tu familia?

De repente, el vaso que sostenía se deslizó entre sus dedos y cayó al suelo rompiéndose en añicos. Acacia alzó la mirada y vio la expresión de horror en su rostro.

—Lord Crosswell —pronunció lentamente con voz rasposa—, tengo el honor de presentarle a Enstel. Ha tenido que absorber gran parte de su energía vital, como habrá notado, para reponerse del desgaste que le ha supuesto llegar hasta aquí. No le importa, ¿verdad? Primero se ha visto obligado a encontrar y desactivar a la persona encargada de mantener y reforzar los hechizos de la habitación y luego ha tenido que desentrañarlos y desmantelarlos. Comprenderá su necesidad.

Acacia sonrió con labios pálidos y resquebrajados.

—Ah, no puede hablar, ¿verdad? Enstel, mi amor, ¿te importaría dejarle respirar un poco? ¿Lo suficiente para que no muera asfixiado? No queremos que nadie nos acuse de malos modales.

El rector tomó aire como un pez arrojado a la orilla de la playa. Estaba macilento y todo su cuerpo temblaba sin control.

—En cuanto a que Eric no me enseñó ningún truco de valor, permítame que le saque de su error.




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