Entre sombras

Epílogo

Acacia se estiró con languidez, sintiendo el cosquilleo de la hierba bajo sus piernas desnudas y la brisa jugueteando con el borde de su vestido de verano. Tendidos bajo un sauce llorón en un recodo tranquilo y poco frecuentado del río Cherwell, reclinó la cabeza en el pecho de Eric y suspiró contenta. El trimestre estaba a punto de acabar y hasta el clima parecía estar celebrándolo con una serie de días cálidos y soleados.

—Creo que podría acostumbrarme a esto —murmuró apreciando el efecto de los rayos del sol sobre sus párpados cerrados.

—El tema de tu tesis aprobado —dijo Eric acariciándole el cabello—, uno de los mejores directores en el campo y la grabación de tu primer disco en un par de semanas.

—Y tú vas a comenzar tu carrera docente.

—Nada comparado con convertirse en estrella de la canción.

—Cierto... —respondió la joven con una sonrisa irónica.

—Acacia, quería hablarte sobre la Orden.

La joven se incorporó y lo miró con el ceño ligeramente fruncido.

—Sabes que no todas las sociedades secretas operan igual, ¿verdad? —continuó Eric en tono conciliador apoyándose sobre los codos—. Los esenios, la orden mística a la que pertenecían Santa Ana, San José, la Virgen María, Jesús, San Juan Bautista y otros muchos, practicaban las leyes de la unidad y daban la bienvenida a todos, judíos, gentiles, hombres y mujeres.

—Lo sé, forma parte de mi investigación. La jerarquía religiosa judía los consideraba radicales por su creencia en la astrología, la numerología y la reencarnación.

—Las sociedades, como las religiones, no son más que una herramienta —razonó Eric sentándose—. No son ni buenas ni malas. Todo depende de cómo se las use. Para mucha gente son su introducción a la espiritualidad y solo se convierten en un problema cuando se ven como todo lo que existe.

—Y estoy de acuerdo. La adherencia estricta a cualquier forma de pensamiento convencional, religioso o de cualquier otro tipo, solo cierra nuestras mentes y genera sufrimiento innecesario.

—Ahora que Iris es la Gran Maestra, ¿no quieres reconsiderar tu decisión? Nos gustaría tanto que fueras parte de la Orden.

—Lo he estado pensando, pero la idea de jurar obediencia continúa siendo un gran obstáculo. Me parece más importante ser congruente conmigo misma y con mi conciencia que seguir órdenes ciegamente. Y todo ese secretismo…

Una sutil ondulación en la energía acompañada de un resplandor dorado les indicó la llegada de Enstel. Lo contemplaron mientras se materializaba frente a ellos, un ser luminoso de belleza más deslumbrante que nunca.

—¿Qué te parece, Enstel? Eric quiere seducirnos con malas artes para que seamos parte de la Orden.

—Acacia… —protestó Eric.

—Los secretos implican control y eso solo crea miedo y desconfianza. Ocultar el conocimiento se ha utilizado durante siglos para manipular a la gente y creo que ya es hora de acabar con el reino de las sombras, eliminar el dominio de la elite y exponer todos los secretos a la luz.

—Enstel, ayúdame —le pidió Eric—. Tú sabes lo que quiero decir.

El espíritu se limitó a dedicarles una de sus radiantes sonrisas y se tendió a su lado con un movimiento grácil. Los jóvenes lo imitaron. Recostados con las cabezas tocándose formaban una equilibrada hélice de tres aspas.

—En realidad, mi madre está reevaluando todo lo que constituye la Orden —prosiguió Eric, todavía reacio a tirar la toalla—. Opina que esos votos y actitudes medievales son contrarios a la libertad, la madurez y la responsabilidad personal por las que aboga y hay muchos a favor de su eliminación.

—En ese caso, pregúntame cuando se hayan aprobado los nuevos estatutos —replicó Acacia.

Eric esbozó un sonrisa, sabiendo que, aunque había dado la discusión por concluida, no descartaba la idea por completo.

La joven exhaló un suspiro satisfecho y extendió los brazos, yendo al encuentro de Eric y Enstel. Entrelazaron sus manos, dejándose invadir por la deliciosa aura de paz y armonía que creaban cuando se encontraban los tres juntos.

—Enstel me dijo en una ocasión que en el mundo espiritual hay una ausencia completa de autoridad y jerarquía —murmuró Acacia—. No puede haber un jefe puesto que todos somos iguales en Dios, en nuestra esencia divina. Algunos seres se encuentran temporalmente en niveles más altos de conciencia que otros y pueden parecer superiores, pero saben que no lo son, ni lo pretenden.

—¿Y cuál es el objetivo de esos seres?

—Ayudarnos a encontrar la libertad.

La energía comenzó a vibrar con mayor fuerza a su alrededor. La atmósfera se tornó más ligera y luminosa, los colores más brillantes, los sonidos más nítidos. El universo en su totalidad estaba con ellos. Cerraron los ojos y permanecieron en silencio, envueltos en el profundo amor que los unía.

—Cuando uno se atreve a conocerse a sí mismo y a ser quien es —reflexionó Eric con una conciencia que ya no era solo la suya—, la sensación se revela sublime.

Su sonrisa feliz se expandió ingrávida hasta alcanzar a Acacia y a Enstel, sus corazones henchidos de gratitud por el mero hecho de estar vivos y saberse uno.




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