Entre sombras y deseo

CAPITULO N°3

★ADRIÁN NAVARRO★

Vivo fuera de los límites de la sociedad, no por accidente, sino por elección. Mi nombre apenas se pronuncia, y en eso radica mi poder: el anonimato me hace inmune, indomable. Soy un aliado que puede salvar vidas o un enemigo capaz de hacer que se desmoronen, y en cada paso soy ambas cosas y ninguna a la vez.
Cuando aparezco, el aire cambia; se carga de tensión, como si la realidad misma contuviera la respiración, temerosa de lo que puedo desatar. No busco atención, no necesito aplausos: mi presencia habla en silencio, y en ella se refleja un peligro que no se anuncia pero se siente, un magnetismo que arrastra y repele al mismo tiempo.
Vivo en la frontera entre la luz y la sombra, y allí donde camino, dejo ecos de lo que pudo ser y lo que nunca será. Algunos me llaman frío, otros despiadado… yo solo me observo a mí mismo, y sonrío ante la fragilidad de quienes creen comprender la oscuridad.
Yo no nací para obedecer, Nací para conquistar. Para imponer. Para reescribir las reglas con sangre ajena.
Soy Adrián Navarro, el hombre al que todo Estados unidos teme, teme incluso cuando no pronuncia mi nombre. El líder, el rey, la sombra que gobierna desde lo profundo de la mafia más letal del país.
Mi poder no se heredó: lo construí arrancándole el aliento a quienes intentaron detenerme.
Mis manos—estas manos—levantaron mi reinado desde el barro, desde la violencia, desde el silencio absoluto de los que ya no respiran.
Nunca he temido a nada.
Nunca he suplicado por mi vida.
Al contrario: otros la han suplicado arrodillados frente a mí, con la frente golpeando el piso, temblando como animales rotos.
Los que me desafían no viven para contarlo. Los que me sirven saben que su lealtad es lo único que mantiene sus corazones latiendo.
En cada calle por la que paso dejo una advertencia invisible:
la muerte me sigue, y el miedo me precede.
No soy un hombre… soy un juicio inevitable
Mi presencia aplasta.
He visto a habitaciones enteras callar al sentirme entrar, como si el aire mismo entendiera quién manda aquí.
El silencio es mi compañero más fiel, no porque yo carezca de palabras, sino porque nadie tiene el valor de romperlas.
Mi mirada… fría, calculada, letal.
He cortado almas sin necesidad de tocar un arma.
Jamás levanto la voz.
Jamás pierdo el control.
Cuando hablo, mis palabras pesan más que cualquier bala.
Yo no ordeno. Sentencio.
Mi estilo es mi firma:
trajes oscuros que saben moverse con la noche, relojes que marcan el tiempo de otros y manos que han tocado oro… y también carne tibia que dejó de estarlo segundos después.
En mis dedos llevo marcas invisibles que solo yo conozco: decisiones que sellaron destinos, vidas extinguidas, alianzas forjadas a fuego.
Nadie recuerda cuándo aparecí en este mundo, pero todos saben que desde que llegué, el miedo dejó de ser un concepto.
Se convirtió en mi sombra.
Jefes, políticos, mercenarios… todos cayeron.
Uno tras otro. Hasta que el trono quedó vacío. Y yo me senté en él sin pedir permiso. No lo necesité.
Mi imperio está construido con huesos de traidores, con lealtad forjada en la oscuridad y con el terror como cimiento.
Cada paso que doy deja una huella que nadie osa seguir.
Mi rostro rara vez muestra emociones; mi voz es un susurro que perfora voluntades.
Cuando doy una orden, incluso la noche escucha.
Cuando doy una advertencia, alguien muere.
Nadie me desafía dos veces.
Nadie sobrevive a hacerlo una.

Y aun así, existe ella.
La única grieta en mi reino.
La única capaz de hacer que desvíe la mirada dos veces.
Una chica fuera de este mundo, sin armas, sin poder, y aun así… inexplicablemente intacta frente a mí.
Su presencia no me debilita; me desarma de otra forma.
No entiende el peligro. O tal vez lo entiende demasiado bien.
Vi algo en ella, único, algo que no vi en ninguna otra.
Todos vieron cómo la miré.
Todos sintieron el peso de mi decisión cuando dije, con una calma que heló la sangre de la sala:
“Nadie toca lo que yo decido proteger.”
Y desde ese instante, ella se convirtió en mi límite.
Mi línea roja. Mi única obsesión, Mi declaración de guerra silenciosa.
Quien intente acercarse… desaparece.
No queda rastro, No queda sonido.
Solo queda el eco de lo que soy:
El rey que volvió la muerte su herramienta, el miedo su idioma, y el silencio… su legado.

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(Tenía otra versión de este capítulo pero lo reescribí por qué sentía que no trasmitía lo que yo quería, pero lo importante es que aquí está, dejen en los comentarios si les gusta o no por favor 🥺)




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