Entre sombras y deseo

CAPITULO N°4

★SARA VILLALOV★

Al despertar, el cansancio me envuelve como un manto pesado. Anoche no dormí; su rostro y sus palabras no me dejan en paz, rondan mi mente como sombras persistentes. Me levanto tarde, sin tiempo para desayunar, y corro hacia el trabajo, pero aun así llego tarde.

—¿Por qué llegas tan tarde, Sara?

—Perdón… me levanté tarde —susurro, sintiendo que mi voz tiembla.

—Como sea, ponte a trabajar —dice Irina, y se aleja. Me pongo el uniforme y me pierdo entre horas interminables de clientes, pero cada minuto me recuerda mi hambre y mi cansancio.

Llega la hora de almorzar, pero no tengo dinero. Paso sin comer. Las horas se arrastran hasta que el mundo gira demasiado rápido y siento que voy a caer. Son las 6:30 pm, y Irina lo nota.

—¿Estás bien? Te ves pálida… —su voz me atraviesa, una mezcla de preocupación y algo más, algo que hace que mi corazón se acelere.

—Sí… solo un poco cansada —susurro, tratando de mantenerme firme.

—Ve a casa… te sentirás mejor —su tono tiene un filo de autoridad que no puedo ignorar.

Camino a casa, pero un mareo me obliga a sentarme en una banca. Me apoyo la cabeza entre las manos, incapaz de recobrar el aire. Entonces lo veo: Adrián. Su mirada me atraviesa y algo en su expresión se tensa.

—¿Estás bien? —su voz es profunda, peligrosa y… posesiva.

—Sí… no te preocupes —intento ignorar el temblor que recorre mi cuerpo.

—No te creo… ¿te sientes mal, verdad? ¿Has comido algo?

No puedo responder. Solo cubro mi rostro con las manos. Él se acerca con movimientos firmes, letales, y me obliga a mirarlo, bajándome las manos con cuidado pero con autoridad.

—Estás pálida… no has comido nada, ¿verdad? —su voz es un filo que corta el aire; peligro y preocupación se mezclan en cada palabra. No respondo. Solo me levanto y lo miro.

—Te traeré algo para que comas… —dice, y hay en su voz una promesa que me hace estremecer.

El mareo me vence y caigo al suelo. Él reacciona de inmediato, atrapándome antes de que toque el piso y levantándome entre sus brazos. Siento su fuerza y control, su cercanía que me consume y me protege a la vez. Camina hacia su auto sin soltarme, y cada segundo bajo su mirada intensa me hace temblar.

El viaje es silencioso, pero sus ojos nunca se apartan de mí. Su presencia lo llena todo: el aire, el espacio, mi corazón. Llega a su casa y me coloca en una habitación. Me deja en la cama y me cubre con una manta, sus ojos prendidos en los míos, posesivos, peligrosamente atentos, antes de retirarse a su propia habitación.

Al día siguiente despierto en un lugar desconocido. Me levanto, confundida, y me sorprendo por la grandeza de su casa. Justo cuando voy a regresar, lo veo.

—¿Qué haces? ¿Tienes hambre? —su voz es seria, peligrosa, y aun así hay un hilo de preocupación que me derrite.

—N-no… solo… ¿Dónde estoy? —mi voz tiembla, nerviosa.

—En mi casa… te desmayaste ayer… no comiste nada en todo el día —dice mientras baja las escaleras, cada paso marcando autoridad, cada movimiento reclamando el espacio.

No digo nada, solo lo sigo con la mirada.

—Ven a desayunar —dice, sin voltear, pero su autoridad es imposible de ignorar.

Lo sigo hasta el comedor. Me siento, perdida entre admiración y miedo.

—¿Cómo se dio cuenta de que no había comido? ¿En verdad se preocupa por mí? —susurro para mí misma.

Al escucharme, sonríe apenas y coloca un plato frente a mí. Su voz es un susurro, profundo y peligroso:

—Sí…

Lo miro sorprendida. Él empieza a comer con una leve sonrisa, y yo no puedo evitar corresponder, sintiendo cómo su presencia me envuelve y acelera mi corazón.

Terminamos de desayunar, y él se levanta a llevar los platos. Me acerco para ayudar:

—Yo lavo los platos… —digo, tímida, pero deseando estar cerca.

Me mira unos segundos. Su voz suave, todavía con ese filo frío, responde:

—Está bien… —y se dirige a su oficina.

Decido recorrer la mansión. Paso frente a su oficina y él me ve.

—¿Qué haces?

—Quería conocer tu casa antes de irme… —digo, emocionada y nerviosa.

—No me molesta… ¿quieres que te acompañe?

—Sí… eso sería genial —susurro.

Camino a su lado y cada detalle de la mansión me fascina. Su cercanía me hace sentir segura y vulnerable a la vez. Cada tanto, sus ojos me escudriñan, peligrosamente posesivos, y siento que nada ni nadie podría tocarme mientras esté junto a él.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Sí… ¿qué es?

—¿Por qué no me mataste aquel día en la biblioteca? —mi voz es apenas un hilo.

Se detiene un instante, sus ojos fijos en los míos, y responde con suavidad y firmeza:

—Porque… tú me lo pediste. Vi tu miedo, tu súplica… y no pude… nadie te hará daño mientras yo esté, aunque yo mismo sea peligro para ti.

Mi corazón se acelera, las lágrimas me invaden. Me cubro el rostro, pero él sonríe levemente y me abraza. Su calor y fuerza me envuelven, y no puedo evitar corresponder.

—¿Por qué lloras? —susurra, su voz acariciando cada fibra de mi ser.

—No lo sé… solo me conmoviste —susurro.

—Es hora de que regreses a tu casa —dice al separarse.

—¿En serio quieres que me vaya? —mi voz es baja, triste.

—No… pero tú quieres irte, ¿no?

—No… no quiero irme… tú quieres que me vaya.

—No es así. Si quieres, puedes quedarte… vivir aquí… —su mirada me envuelve, peligrosa y cálida al mismo tiempo.

Me sorprendo y levanto la mirada.

—¿En serio?

Asiente levemente.

—Sí… puedes quedarte. Luego podrás traer tus cosas —me sonríe, dándome unas palmadas suaves en la cabeza.

Asiento, emocionada y nerviosa. Horas después estoy en mi habitación, decorándola a mi manera. Él entra, sorprendido:

—Wow… te está quedando muy bonita…

—Gracias…

—Voy al trabajo… volveré más tarde. Si quieres, puedes ir por tus cosas a tu casa —su voz es seria, peligrosa, y a la vez suave y protectora.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.