★Sara Villalov★
Siento el miedo recorrer mi cuerpo nuevamente, helándome la piel.
—Y-yo… ya me iba, disculpen… —murmuro con la voz temblorosa mientras me doy la vuelta para irme.
Pero el me detiene al sujetarme del brazo con fuerza. El aire se me corta.
Entonces escucho esa voz que me estremece hasta los huesos:
—Suéltala… Vladimir —la voz firme, fría y tan amenazante de Adrián que hace que el mundo se detenga por un segundo—. No me hagas repetirlo.
Vladimir me suelta al instante. Yo miro a Adrián sorprendida, sintiendo cómo mi cuerpo tiembla, pero también cómo una extraña seguridad me envuelve ahora que él está conmigo.
—Perdón… —murmura Vladimir bajando la mirada.
Adrián me mira entonces, y su presencia me rodea como una sombra cálida y peligrosa.
—¿Estás bien? —pregunta en voz baja.
—S‑sí… gracias… —respondo evitando su mirada.
Él se acerca. Siento su mano firme tomar mi barbilla y obligarme a levantar el rostro hacia él.
—Si sigues envitándome así… voy a empezar a pensar que me estás mintiendo —susurra, mirándome con una suavidad que me derrite por dentro.
Me sonrojo de inmediato; siento el calor subir por mi cuello, mi piel arder bajo su mirada. Él sonríe al verlo, un gesto pequeño pero que me deja sin aliento. Suelta mi barbilla, pero sigue observándome, como si quisiera memorizar cada detalle.
—Te ves fea cuando te sonrojas —dice en tono burlón. Yo bajo la mirada, muerta de vergüenza.
—No lo dije en serio —añade, aún mirándome.
—Ya sé que no lo dijiste en serio… tú también te ves feo… —le digo, y él suelta una risa suave que hace que levante la mirada.
—¿De qué te ríes? —pregunto.
—De ti. Eres muy graciosa cuando estás avergonzada.
—No estoy avergonzada… solo… tengo hambre, es todo.
Me arrepiento inmediatamente. Su sonrisa burlona me confirma que lo notó.
—Entiendo… vamos a comer algo —dice, sin dejar de sonreír.
No digo nada.
—Ven, vamos. Acabas de decir que tienes hambre —me ofrece su mano.
La tomo, y ese simple contacto hace que mi corazón lata con fuerza. Subimos a su auto. Él conduce, pero de vez en cuando me mira, y cada mirada me deja sin aire.
En el semáforo veo autos negros detrás de nosotros. Los mismos de hace un rato. Él no parece notarlo, y decido no decir nada.
Llegamos a un restaurante. Nos sentamos, el camarero trae las cartas.
—¿Qué vas a pedir? —me pregunta sin mirarme.
—Un… brownie —respondo nerviosa
Él pide lo mismo y deja la carta. Me mira. Yo también suelto la mía.
—¿Por qué sigues nerviosa?
No respondo. Bajo la mirada. Él no insiste; mira por la ventana. Yo suspire y murmuro:
—Perdón… voy al baño.
Me levanto. Él me sigue con la mirada hasta que desaparezco.
Al regresar, la comida llega. Comemos en silencio, pero siento su atención sobre mí incluso cuando no mira.
—Yo pago… —susurro, atreviéndome a verlo.
—¿De verdad crees que voy a dejarte hacer eso? —dice levantando una ceja.
—Pues…
Él ya tiene la billetera en la mano. Paga sin dudar. Bajo la mirada.
—Te lo pagaré… después —susurro.
Él sonríe burlonamente.
—Ya que insistes…
Regresamos a la casa. Cada uno va a su habitación.
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Al día siguiente me levanto temprano para trabajar en el restaurante. Pero Adrián no está.
—¿A dónde habrá ido? —me pregunto.
Llego al trabajo. Irina me saluda.
—Me enteré que te sentiste mal y no viniste ayer… ¿estás mejor, Lim‑Jin?
—Sí… ya estoy mejor. Pero… ¿quién te contó?
—El señor Adrián… —responde bajando la voz.
—Él… ¿por qué susurras?
—Porque las paredes tienen oídos… —dice casi inaudible.
Me río sarcásticamente.
—¿Por qué dices eso?
—Porque todos sabemos que él casi te mata en aquella biblioteca… y ahora vives en su casa.
Me pongo nerviosa de inmediato.
—V‑vamos a trabajar… —murmuro. Irina se ríe.
El día avanza. Estoy agotada.
A las 4:35 pm llega un cliente grosero. Lo atiendo. Pero cuando dejo su plato, él estalla:
—¡ESO NO FUE LO QUE PEDÍ! —Me sobresalto.
—P-perdón, ya se lo cambio…—Intento tomar el plato, pero me empuja y lo tira al suelo.
—Perdón, señor… no era necesario—
—¡TODO ES NECESARIO SI ME ATIENDE UNA TONTA COMO TÚ!
Me empuja, caigo sobre los vidrios. Me arden las palmas y las rodillas. Me mira con una sonrisa cruel.
Se agacha frente a mí, toma un vidrio y lo acerca a mi rostro.
—¿Qué pasaría si te corto esa cara bonita? ¿Aprenderías?
El miedo me paraliza. Las lágrimas corren por mis mejillas.
Pero entonces sucede.
La sombra de Adrián aparece. Su mano toma al cliente por el cuello y lo lanza lejos de mí. El hombre cae al suelo, aterrado. Adrián lo mira con una furia que quema. Su rostro es puro hielo, pero sus ojos… son fuego descontrolado.
Luego voltea hacia mí, Se arrodilla frente a mí.
Su expresión sigue fría, pero sus ojos… en ellos hay preocupación, dolor, rabia.
Toca mi mejilla herida con sus dedos. Su mirada cambia. La preocupación se convierte en odio.
Chasquea los dedos. Cinco hombres de traje negro entran al restaurante.
—Elimínenlo —dice con una voz tan fría que me hiela la sangre.
Se llevan al cliente. Yo miro todo sin poder moverme, sin poder hablar. Estoy en shock.
Adrián me levanta en brazos, sin esfuerzo, como si fuera algo natural. Me aprieta contra su pecho, fuerte, firme, como si temiera perderme.
Me lleva a su auto y me sienta en el copiloto. Se sube, me mira directo a los ojos. Su rostro es serio. Sus ojos… arden con algo que no sé si es peligro, rabia… o una forma retorcida de amor.
Un escalofrío me recorre el cuerpo. Pero no es miedo. Es algo mucho más profundo. Mucho más inevitable.
Lo miro, y por primera vez lo acepto:
lo que siento por él no es normal.
Es intenso.
Es peligroso.
Es… adictivo.
Y no quiero que se detenga.