Entre sombras y deseo

CAPITULO N°7

ADRIÁN NAVARRO★

Esa noche en el restaurante, sentí cómo la rabia se apoderaba de mí al ver cómo esa basura humana le gritaba, como si no entendiera a quién estaba desafiando. Nadie toca lo que yo dije que protegería… y él lo aprendió, enfrentando las consecuencias.
Ahora estoy en mi despacho, mientras ella duerme plácidamente en su habitación. La calma de su respiración, la suavidad de su piel bajo las sábanas, me hace sonreír. Está segura, aquí, en mi casa… y eso, para mí, es un triunfo. Que nadie le haga daño mientras yo esté cerca.
Me levanto y voy a su habitación. La observo dormir, y una sonrisa involuntaria se dibuja en mi rostro. Es hermosa… imposible de ignorar, y aunque nunca me atreví a admitirlo, ahora lo hago sin miedo, como si todo lo demás dejara de existir. Mi mente repite una pregunta desde que vi el pequeño pastel en sus manos: ¿por qué no le pregunté cuándo cumplía años? Ese pastel, simple y común, no era suficiente para ella… porque ella merece algo único, tan único como ella misma.
—Le compraré algo único… —susurro, dejando que mi voz se pierda entre los susurros de la noche.
Regreso a mi habitación, pero no puedo dormir del todo. Mis pensamientos están llenos de ella, de su fragilidad y fuerza, de la tentación de acercarme más, de protegerla y reclamarla al mismo tiempo.
A la mañana siguiente, me levanto temprano. Al pasar frente a su habitación y ver la puerta entreabierta, una leve sonrisa se dibuja en mis labios. La veo dormir y suspiro suavemente:
—Espero volver pronto para verte —susurro para mí, descendiendo las escaleras con el corazón latiendo más rápido de lo que debería.
En mi oficina, mientras algunos de mis hombres discuten asuntos que parecen triviales, yo sigo en mi propio mundo, uno donde solo existe ella. Mientras paso un lapicero entre mis dedos, pienso en que le podría regalar, como si ese fuera el único problema que tengo en esos momentos.
—¡Adrián! —la voz de Axel me arranca de mis ensimismamientos, mientras volteo a mirarlo, su rostro enojado me mira como si yo hubiera hecho trampa en un juego de ajedrez.
—¿Qué? —respondo, cortante.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan distraído?
—Eso no te importa, Axel —digo, levantándome y dirigiéndome a la puerta.
—¿A dónde vas?
—Eso tampoco te importa —susurro, cerrando la puerta detrás de mí.
Estoy en una joyería, recorriendo cada vitrina, observando cada accesorio con una atención obsesiva. Algunos de oro, otros de plata… hasta que algo me detiene: un collar.
—Quiero ese —digo, señalando la pieza que parece haber sido hecha para ella.

Es un collar sencillo, pero imposible de olvidar. Una mariposa de alas púrpuras cuelga de una cadena casi invisible, como flotando en el aire. Las piedras brillan con una luz cálida y suave, sin exigir atención, pero atrayendo la mirada de quien la ve. Cada detalle parece delicado, frágil… pero esconde fuerza y misterio.
Observo la pieza un largo momento y entiendo: el púrpura no es solo color. Es poder, es misterio… y también calma. La mariposa no es solo belleza; es transformación, renacer después del caos. Por eso lo elijo para ella. Porque a mis ojos, ella es eso: una promesa que sobrevivió a la tormenta. Una mariposa que no necesita protección… pero que igual, decido proteger.
Regreso a la mansión. Al abrir la puerta, la veo sentada en el sofá, leyendo un libro que parece haber sacado de la biblioteca. Me acerco, y ella voltea rápidamente, saludándome con la mano y esa sonrisa que detiene el tiempo a su alrededor.
—Feliz cumpleaños —digo, extendiendo la pequeña bolsa dorada, con una leve sonrisa que no puedo ocultar.
Ella me mira sorprendida, pero sus ojos brillan con un destello de felicidad. Se levanta del sofá y se acerca a mí. Levanto la pequeña caja lila con detalles dorados y morados.
—Ojalá te guste —susurro.
Sus manos temblorosas abren la caja, y sus ojos se abren de par en par. Se lleva la mano a la boca, y una sonrisa dulce y tímida escapa de sus labios.
—Por tu reacción veo que te gustó… ¿puedo? —digo, acercándome para colocar el collar suavemente sobre su cuello. Mis dedos rozan su piel, y siento cómo un estremecimiento recorre su cuerpo.
La miro a los ojos mientras el brillo de sus pupilas refleja un universo de emociones. Ella respira hondo, y por un momento, el mundo entero desaparece. Solo existimos nosotros, la mariposa púrpura sobre su cuello y la tensión que nos envuelve, tan densa que casi duele.
No digo nada más. Solo la sostengo cerca, dejando que el silencio hable, que la electricidad de nuestra cercanía se sienta en cada latido. Y mientras la observo, sé que esta es solo la primera de muchas promesas…
El futuro queda abierto, lleno de posibilidades, de momentos peligrosos y dulces, de un vínculo que ni la distancia ni el tiempo podrían romper. Y en ese instante, mientras ella sonríe con ese brillo en los ojos, sé que ella sabe, aunque no diga nada… que le pertenezco, tanto como ella me pertenece a mí.

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★Sara Villalov★

Cuando sus dedos rozaron mi piel, el aire se me escapó del pecho como si me lo hubiera robado sin permiso. No fue un toque… fue una marca. Un punto exacto en mi cuello que siguió ardiendo incluso cuando su mano ya no estaba.
El collar descansaba sobre mi clavícula, ligero, perfecto, como si hubiera estado esperando este momento… esperándome a mí. Pero su mirada… su mirada pesaba más que cualquier joya, como si él mismo decidiera cuánto debía latir mi corazón.
Lo levanté entre mis dedos. Temblaba.
—Es… hermoso —susurré, admirando cómo brillaba contra mi piel, como si hubiese sido creado exclusivamente para mí.
Levanto la mirada.
Adrián está ahí. Frente a mí. Demasiado cerca. Tan cerca que siento el calor de su cuerpo sin que me toque. Sus ojos gris azulado me sostienen con esa intensidad que solo él sabe dar. No me incomoda. Me atrae. Me arrastra. Y es precisamente eso lo que me aterra.
—Gracias… —murmuro, con la voz temblándome más de lo que quisiera admitir.
Él arquea una ceja, Respiro hondo, sin apartar mis ojos de los suyos.
Quiero que lo entienda.
Que lo escuche.
Que lo sienta.
—Nunca nadie me había regalado algo tan hermoso.
Las palabras salen suaves, sinceras… demasiado vulnerables quizá.
Pero no las retiro.
Él me observa un segundo como si evaluara cada sílaba que dije.
Su mirada baja a mi cuello, al collar brillando contra mi piel, y vuelve a subir hacia mis ojos… más intensa que antes.
—Porque nadie te ha visto como yo te veo —responde sin pestañear.
Mi pecho se tensa. Su voz es tan suave… pero tan peligrosa.
—No tenías que hacerlo —logro decir, —logro decir, mi voz sale apenas un susurro.
Él inclina apenas la cabeza, como si mis palabras fueran un reto innecesario.
—Lo hice porque quise —susurra—. Y porque tú… mereces esto. Y más.
Su mano sube lentamente hasta tocar mi mejilla. Su toque es ligero, casi un roce… pero me estremece entera.
—Ese collar —continúa— no es nada comparado con lo que pienso darte.
Trago saliva, sintiendo cómo su dedo baja hasta el borde de mi mandíbula, delineando cada línea de mi piel como si fuera suya.
—Adrián… —mi voz tiembla, y me odio por ello. Bajo la mirada. Él sonríe, una sonrisa lenta, segura… posesiva.
—Mírame —ordena en un susurro suave.
Lo hago.
No podría no hacerlo.
Sus ojos son una tormenta contenida.
—Cuando te vi con ese pastel ridículo en las manos… susurró— algo dentro de mí se rompió.
—No voy a permitir que vuelvas a conformarte con tan poco.
Siento un calor subiendo por mi pecho, un temblor inexplicable.
—Este collar… —toma la mariposa púrpura entre sus dedos y la sostiene justo sobre mi corazón—es solo el inicio. Una mínima parte de lo que estoy dispuesto a hacer por ti.
—Sus palabras pesan más que el silencio que las rodea.
—¿Por qué…? —pregunto—. ¿Por qué haces tanto por mí?
Él no duda.
No piensa.
No titubea.
—Porque eres mía, Sara —responde, con una calma que me corta la respiración.
Mi corazón da un vuelco salvaje.
Su dedo se desliza desde mi cuello hasta mi clavícula, lento… deliberado.
—Desde el primer día en que entraste en mi vida… ya eras mía —susurra, acercándose más—. Aunque todavía no lo entiendas. Aunque todavía no lo aceptes.
Mis labios se abren, sin palabras.
Él inclina su frente y la roza con la mía.
No me besa.
Pero podría.
Y sabe que quiero que lo haga.
—No necesitas decir nada —susurra contra mis labios, casi tocándolos—.
Solo… no huyas de esto.
“Esto”.
Ese vínculo que ninguno de los dos ha nombrado… pero que ambos sentimos ardiendo entre nosotros.
—Yo voy a quedarme —dice, acariciando mi mejilla con la palma—.
Voy a protegerte.
Voy a darte todo lo que nunca te dieron.
Y voy a demostrarte que perteneces en mis brazos… aunque todavía no te des cuenta.
Mi respiración se corta.
Él sonríe apenas, con esa mezcla de ternura y posesión que me derrite.
—El collar es nada —susurra, rozando mis labios, pero sin tocarlos— en comparación con lo que haré por ti.
Mi corazón golpea tan fuerte que duele.
Él se aleja solo un centímetro, lo suficiente para hacerme necesitarlo.
—Y voy a probarlo —sus ojos se clavan en los míos—Una y otra vez.
El mundo entero se reduce a él. Y aunque no lo digo… sé que ya no puedo escapar. Soy suya. Pero algo en mi pecho late fuerte… una duda, un deseo, una necesidad.
—¿Y tú? —mi voz tiembla— ¿Tú eres mío?
— Él sonríe. Esa sonrisa peligrosa que me arrastra siempre.
—Soy más tuyo de lo que imaginas —responde con esa voz suave, posesiva… mortal—Todo en mí es peligroso, Sara.
Pero tú… tú me tienes. Y eso es lo que me jode más.
Porque no quiero dejar de ser tuyo.




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