★SARA VILLALOV★
Después de lo sucedido seguí haciendo mi trabajo… o al menos intentándolo.
Porque cada vez que parpadeo, su voz vuelve a mí.
Sus palabras queman.
Se clavan en mi mente como si hubieran sido diseñadas para no dejarme en paz.
«Adrián no te tiene confianza.»
No sé por qué me dolió tanto.
No debería dolerme.
Él no tiene ninguna obligación conmigo.
Él y yo no somos nada, absolutamente nada…
y aun así hay algo dentro de mí que se aprieta, que arde, que alerta cada vez que pienso que me ocultó algo.
Mi pecho se siente extraño, pesado, como si una parte de mí hubiera esperado más de él sin darme cuenta.
Intento trabajar, pero mi cuerpo no me responde.
Mi mente está en otro sitio.
Todo se me cae de las manos.
Una bandeja repleta golpea el suelo con un estruendo que hace a varios clientes mirarme.
Luego un vaso se me resbala y se rompe a mis pies.
Sé que esta vez sí me despedirán.
Estoy limpiando mesas con movimientos torpes y mecánicos.
La cabeza me late, siento presión detrás de los ojos y el estómago revuelto.
Irina me observa desde la caja, preocupada, casi maternal.
Se acerca despacio, como si tuviera miedo de que cualquier estímulo me rompiera aún más.
—¿Pasa algo? —me pregunta, con esa voz tranquila que solo usa cuando sabe que algo está realmente mal—. Estás distraída. ¿Qué fue lo que te dijo ese hombre… en verdad?
Intento responder.
Las palabras se forman en mi mente, pero mi boca… no se mueve. Es como si estuvieran atrapadas, como si no pudiera compartirlas con nadie. Como si fueran demasiado peligrosas, o demasiado íntimas, o ambas cosas.
Mi alma quiere guardarlas para mí sola.
Porque, aunque no lo entienda, lo que él dijo cambió algo dentro de mi.
—N-no… no es nada importante —murmuro al fin, pero mi voz sale pequeña, opacada, rota—. No te preocupes.
Irina no me cree.
Lo veo en sus ojos.
Veo preocupación.
Se acerca y me abraza.
No sé por qué lo hace, ni por qué siento un nudo en la garganta cuando lo hace.
Es extraño… sentir consuelo cuando no sé por qué estoy tan triste.
Adrián no me debe nada, no tiene por qué contarme su vida, no tiene por qué confiar en mí.
Yo también le oculto cosas.
Los dos lo hacemos.
Y aun así… duele.
No saber en qué lugar estoy.
No saber qué significo para él.
No saber por qué siento todo esto.
Irina se separa, iba a preguntar algo más, pero...
La puerta del restaurante se abre.
Y todo el ambiente cambia.
Una tensión pesada cae como una sombra sobre cada persona en el lugar.
Porque Adrián entra.
Su presencia no es normal…
es dominante, afilada, peligrosa.
No solo camina, invade el espacio.
Y cada mirada se desvía porque nadie quiere cruzarse con esos ojos grises azulados, que parecen analizarlo todo.
Su postura es rígida.
Su mandíbula, apretada.
Sus manos, escondiendo una rabia que casi puede sentirse en el aire.
Su voz corta el silencio como una hoja:
—¿Quién estuvo aquí?
Así.
Sin titubear.
Sin suavidad.
Sin pedir permiso.
Él no pregunta porque no sabe.
Pregunta porque ya tiene la respuesta…
y quiere escucharla de alguien para justificar lo que hará después.
Y entonces su mirada cae en mí.
No me mira como siempre.
No con deseo, ni con contención, ni con ese algo extraño que nunca sé cómo nombrar.
Me mira para asegurarse de que estoy completa.
Para buscar heridas.
Para confirmarse que no me tocaron… más de lo que su orgullo permite.
Sus ojos se mueven sobre mí como si quisiera memorizar cada detalle, asegurarse de que sigo viva, de que nada cambió, de que sigo ahí.
Pero detrás de esa preocupación silenciosa… hay furia.
Irina tiembla.
Literalmente.
—S-señor… —logra decir con voz temblorosa, tragando saliva
El miedo de Irina es tan fuerte que puedo sentirlo.
Pero el de ella no es el que me preocupa…
Es el de Adrián.
Ese silencio.
Ese fuego en su mirada.
Esa tensión en su postura…
Está preparado para destruir a quien sea.
Por mí.
Y lo peor…
o lo mejor…
es que una parte de mí quiere dejar de respirar, porque entender eso me golpea con demasiada fuerza:
Él vino aquí por mi…
---
★ADRIÁN NAVARRO★
No planeaba venir aquí.
No después del día que tuve.
Pero cuando recibí el mensaje de uno de mis hombres que vigilan en restaurante—“alguien preguntó por ella”—
algo dentro de mí se fracturó.
O se encendió.
No lo sé.
Solo sé que terminé caminando directo a este maldito restaurante.
Abro la puerta y el ruido me golpea como un murmullo inútil.
La gente, el olor a comida, las luces… nada me importa.
Porque la veo.
A ella.
Con su delantal, el cabello suelto y esa expresión que siempre me desarma:
mitad inocencia, mitad tormenta.
Mi atención pasa de Sara a la empleada. Esa empleada cuyo miedo… suena más ensayado que real. Como si ocultara algo.
No necesito levantar la voz. No necesito amenazar.
La gente así habla sola.
—Habla —ordeno.
Ella traga saliva.
—Un hombre estuvo aquí hoy. Rubio… alto… ojos muy claros. Estuvo hablando con sara.
El mundo se queda quieto.
No lo muestro.
Pero por dentro algo se me enciende, oscuro, violento.
No digo nada. No tengo que hacerlo todavía.
—¿Cómo era? —pregunto, sin apartar mis ojos de la empleada.
—Tranquilo… demasiado. Como si no le importara nada… —se frota las manos—
Mi mandíbula se tensa. Mínimo. Un gesto que casi nadie vería.
Pero Sara sí. Ella siempre ve.
Ah. Así que finalmente se muestra. Tarde o temprano iba a pasar.
Giro la cabeza hacia Sara. Ella intenta parecer firme, pero su respiración la delata.
Doy un paso hacia ella.
Dos.
Tres.
Hasta quedar lo suficiente mente cerca como para que cualquier otra persona se alejase por instinto. Pero ella se queda quieta.