ADRIAN NAVARRO★
La noche se pegaba a la piel como un veneno frío, pesada, densa, sofocante. Las sombras no solo caían: acechaban, respiraban, murmuraban advertencias que ninguno de nosotros quería escuchar.
—Maldita sea —escupí entre dientes—. Toda la noche detrás de ese bastardo. Empiezo a pensar que ni siquiera es humano… solo una sombra retorcida riéndose de nosotros desde la oscuridad.
Axel, apoyado contra la pared, apretó la mandíbula. Su voz salió baja, casi un gruñido.
—Creíamos que estaba lejos. Pero está aquí. Muy cerca. Y si fallamos una sola vez, no tendremos oportunidad de intentarlo otra vez.
El silencio que siguió fue tan denso que parecía hundir el aire. Francisco, sin mover un músculo, clavó la mirada en un punto que ninguno de nosotros podía ver.
—Adrián… él no es un enemigo común. No lo trates como si lo fuera.
—Lo sé —respondí, sintiendo cómo la impaciencia me ardía por dentro como brasas encendidas.
—Es más astuto de lo que imaginas, Adrián.
—Dije que lo sé.
—Él es…
—¡QUE YA LO SÉ! —rugí, la voz quebrando el aire—. Sé exactamente lo que es: astuto, peligroso… y un cobarde de mierda que prefiere arrastrarse entre sombras antes que enfrentarnos de frente.
La habitación quedó detenida en un silencio que hacía doler los oídos. Solo el fuego en la chimenea se atrevía a moverse, chisporroteando como si también temiera lo que estaba por suceder.
Vladimir, quien había permanecido en silencio demasiado tiempo, rompió el ambiente con una calma tan inquietante que hizo que hasta el aire pareciera tensarse.
—¿Y ella? ¿Y Sara? —preguntó con un tono bajo… pero cargado de algo oscuro, casi tembloroso.
Mi mirada se clavó en la suya.
—¿Qué pasa con ella? —respondí apenas, sin molestarme en disimular mi irritación.
—Ella corre peligro… ¿no?
—Sí… lo corre —admití, sintiendo un nudo en el estómago que detestaba reconocer—. Pero no creo que él quiera matarla. Se acercó para molestarme… para advertirme. Mas me asegurare que no lo vuelva a hacer.
Vladimir frunció el ceño.
—¿Cómo harás eso? No puedes evitar que la gente se acerque a ella, por más que quieras.
—No me subestimes —mi voz salió baja, peligrosa—. Además, no me interesa que todos se alejen… solo aquellos que sean una amenaza para ella.
Él chasqueó la lengua, incrédulo.
—Aja… ¿Y cómo piensas hacer eso?
Mi paciencia, ya rota, estalló.
—Deja de preguntar tantas estupideces. Yo veré cómo lo hago. Soy Adrián Navarro, el líder de la mafia más peligrosa de este puto país. ¿Y de verdad crees que no puedo proteger a mi mujer? Qué estupidez, Vladimir —mi voz salió fuerte, dura, una amenaza disfrazada de una calma que no poseía—. No vuelvas a cuestionarme. No vuelvas a dudar de lo que soy capaz por ella.
Vladimir bajó la mirada.
—No era mi intención —balbuceó.
—Pues empieza a pensar antes de abrir la boca —respondí con frialdad—. Porque a mi mujer la protejo yo. Y si alguien intenta tocarla… aunque sea una sombra… lo desaparezco del mapa.
El silencio cayó como un peso de plomo, Un silencio que hablaba por mí más que mis palabras.
Vladimir tragó duro y asintió.
—Entendido, Adrián…
Le di la espalda y miré a los otros dos, quienes observaban con una mezcla de miedo y respeto.
Me acerqué despacio, ajustando las mangas de mi camiseta con movimientos calculados.
—Quiero más hombres en la mansión —ordené—. En el jardín, en la entrada, en el garaje, en cada maldito rincón. Quiero esa casa completamente protegida. Pero escúchenme bien —mi voz bajó, más grave, más letal —que Sara no se sienta vigilada. Ni incómoda. Si noto siquiera un rastro de incomodidad en ella… ustedes pagarán. ¿Quedó claro?
Asintieron de inmediato. Lo entienden, saben que lo que digo no son solo palabras; son órdenes, claras y directas y ellos saben que deben obedecerlas.
—Y otra cosa… —continué—. Quiero a los 5.410 hombres mañana a las 6:00 a.m., organizados por grupos. Vamos a empezar a jugar… y este juego no es uno cualquiera.
Me dirigí hacia la puerta sin mirar atrás. Ahora tenía un problema mucho más personal. Sara.
Presiento que está enojada conmigo… y eso no puedo permitirlo.
Miré el reloj en mi muñeca: 12:34 p.m.
¿En qué momento había pasado tanto tiempo?
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Al llegar a la mansión, fui directo a su habitación. No estaba allí.
¿Trabajaba hoy? ¿O simplemente decidió salir para evitarme?
La idea me jodió más de lo que debía.
Aunque Prefiero que salga a distraerse a que esté encerrada en ese maldito restaurante trabajando. No entiendo por qué lo hace, si puedo darle todo lo que necesita y más…
Pero Sara es terca.
Orgullosa.
Y sé que ofrecerle dejar su trabajo sería encender una bomba.
Nunca le pregunté si lo disfruta, La primera vez que la vi en aquella biblioteca pensé que trabajaba allí,
nunca lo aclaramos.
Qué mierda… hay tantas cosas que aún no sé de ella.
Mientras llega, iré a mi habitación, desde ayer no he dormido ni un segundo.
Entro a mi habitación, me dejo caer sobre la cama, sin quitarme los zapatos, sin pensar.
El cuerpo me pesa.
El corazón también.
Cierro los ojos lentamente, y la oscuridad me envuelve… hasta hundirme por completo en un sueño profundo.
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Me despierto como dos horas después, obligado por el maldito sonido insistente de mi teléfono. Al principio ignoro las vibraciones… pero cuando ya no puedo más, lo tomo con fastidio.
Y pum.
Una sorpresa.
Notificaciones interminables de compras, montones, todas pagadas con mi tarjeta.
Me quedo en shock durante unos segundos, mirando la pantalla como si fuera un chiste mal contado. Pero cuando proceso lo que significa… una sonrisa se me escapa. Pequeña, peligrosa, demasiado satisfecha.
Sara entró a mi habitación para buscar una tarjeta de crédito.
La imaginé abriendo cajones, revisando, murmurando entre dientes mientras buscaba la correcta.
Y por alguna razón absurda… eso me agrada.
Me levanto de la cama, todavía con esa mezcla rara entre sorpresa y diversión.
Me ducho rápido, me pongo lo primero que encuentro y salgo directo al centro comercial donde usaron mi tarjeta.
No porque esté molesto.
No.
Sino porque quiero verla, quiero ver qué tan lejos llegó esta vez.
Y, sobre todo… quiero ver su cara cuando me aparezca frente a ella.
Porque si Sara quiso jugar… entonces jugaremos bien.