Entre sombras y destinos

El Heredero de las Sombras

—Estás cansado, Kael. —La Madre de las Sombras extendió una mano pálida y delicada—. Has luchado durante demasiado tiempo. Yo puedo darte lo que siempre has deseado: un lugar donde pertenecer, donde no tengas que esconderte ni temer.

La voz de ella era un eco nocturno, casi una melodía perdida en la inmensidad, que parecía envolver a Kael con una extraña calidez. El bosque, que antes había sido un lugar oscuro e impenetrable, ahora parecía recibirlo con los brazos abiertos, como si hubiera estado esperándolo desde siempre.

—¿Pertenecer? —susurró Kael, la voz rota y desgastada, apenas un hilo de sonido en la inmensidad de la noche—. ¿Qué pertenencia podría tener en un lugar como este… en la oscuridad?

Ella sonrió, una sonrisa triste y comprensiva, como si pudiera leer la profundidad de su dolor.

—La oscuridad es hogar para muchos que no encuentran su luz —respondió—. Es un refugio para los que han sido olvidados, para los que han sido rechazados. Tú no eres un monstruo, Kael. Eres especial, una que puede caminar entre sombras y luz, si así lo decides.

De nuevo sus palabras eran tan suaves y tan tranquilizadoras. En su interior, algo cedía, como si finalmente estuviera en el lugar al que pertenecía, como si las sombras fueran, en realidad, su verdadero hogar. Pero una pequeña chispa aún ardía dentro de él, un leve recuerdo de quién había sido, una última resistencia a la atracción oscura que lo llamaba. Como en un susurro de otro tiempo.

—¿Y qué seré si te sigo? —preguntó Kael, su voz temblorosa, sintiendo curiosidad y deseo un anhelo que nunca espero sentir.

—Ser tú mismo, sin miedo, sin culpa. Te convertirás en algo que ni ellos ni tú mismo puedes imaginar. —La voz de la Madre de las Sombras se volvió un susurro bajo, seductor—. Serás mi heredero, Kael. Serás un rey en la oscuridad, y todos aquellos que te temieron, todos aquellos que te hicieron daño, temblarán a tus pies. Nadie te volverá a hacer daño, nunca más.

Kael cerró los ojos. Aquellas palabras resonaron en lo más profundo de su ser, una promesa de paz, de consuelo. Ser su heredero, un rey en la oscuridad… la tentación era enorme, un alivio a su tormento, una posibilidad de redención en medio de un mundo que lo había rechazado. En la oscuridad, no tendría que cargar con el dolor del rechazo, no sentiría más esa soledad punzante. Tendría un propósito, un lugar donde finalmente pertenecer.

Con un temblor en las manos, levantó la mirada y vio la mano extendida hacia él, una invitación final. Si tomaba su mano, no habría vuelta atrás; sabía que la humanidad que le quedaba se desvanecería, que se convertiría en algo más, en algo que ya no sería del todo humano. Pero ¿qué más podía perder?

—Acepto —susurró, su voz apenas un murmullo.

—Eres mío ahora, Kael —dijo la Madre de las Sombras, sus palabras reverberando en su mente—. Ya no eres un simple niño. Ahora eres mi heredero, mi príncipe

Después de la conversación, cerrar el trato fue como tocar algo helado, un frío que quemaba, como un pedazo de hielo que se incrustaba en su alma, helando cada pensamiento. Sentía aquella energía poderosa, y el cambio en su ser era sorprendente. Su piel se volvió más pálida, casi translúcida; su mirada penetrante veía más allá, sus oídos captaban sonidos que antes eran meros susurros, ahora claros como si fueran parte de él. Pero con aquel cambio, sintió algo distinto, como si sus memorias se desvanecieran, como si las partes más humanas de él se disolvieran en la oscuridad. Su cabeza le dolía; sentía que una parte de sí mismo se desmoronaba. Las heridas de su pasado, los gritos, el rechazo, el odio… se desvanecían en la negrura, reemplazados por una serenidad fría y perfecta.

Lo único que quedo guardado fue aquel recuerdo de la niña, el único recuerdo de felicidad, esa chispa de humanidad que resistía la transformación total. Y aquella chispa le susurró, en un último intento desesperado

—No te olvides de quién eras, Kael…

Mientras caminaban por el bosque, la niebla comenzó a rodearlos mientras avanzaban por el bosque, pero esta vez Kael no sentía el frío. No sentía nada. Por un lado, sentía una conexión profunda con el bosque, como si las sombras celebraran su llegada, y ahora las comprendía claramente, en un idioma que no necesitaba palabras. Ya no era solo un niño perdido; ahora era parte de algo mucho más grande, una presencia ancestral que lo envolvía y lo aceptaba. Por otro lado, el mundo en el que había crecido, la vida que había conocido se desvanecía lentamente, casi como un sueño.

—No quiero ser como ellos piensan que soy —dijo Kael, con una voz tensa y cargada de una tristeza apenas reconocible—. No quiero convertirme en el monstruo que tanto temen.

—¿De verdad crees que puedes escapar? —le dijo su voz interior—. ¿Que puedes ser… algo más? Ellos te hicieron así, Kael. No puedes cambiarlo. No tienes elección.

—Quizás no —susurró Kael, alzando la mirada hacia su reflejo—. Pero todavía me queda algo… algo que ellos nunca me quitarán.

—¿Y qué es, Kael? ¿Qué podría ser tan valioso para ti? Estás solo. Ella no volverá. Nadie vendrá a salvarte.

—Todavía soy yo —murmuró—. Aunque todos digan lo contrario, todavía soy Kael.

En aquel momento de duda, a cada paso que daba, el bosque parecía querer llevarlo más adentro. Pero ¿quién era ahora? ¿El "niño maldito", el "rey de las sombras"? No sabía si el destino lo había forzado a ser un monstruo o si él mismo había abrazado esa oscuridad por su propia voluntad. ¿Qué futuro podía tener alguien como él, alguien que todos miraban con desprecio y temor? Pero entonces recordó… recordó a su amiga, la única persona que lo había aceptado, que lo había visto sin miedo. La imagen de su sonrisa brilló por un instante en su mente, tan fugaz como un rayo de luna entre las ramas.

Quería seguir luchando contra ese dolor… aun quería mantener mis recuerdos, su brillante sonrisa, quizás solo quería desear no convertirme en lo que temía, pero siempre me quedaba solo



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En el texto hay: fantasia, romance, fantasía hadas

Editado: 04.11.2024

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