Entre Sombras y Fuego ( #1 saga fuego)

Capítulo 2: Bajo la máscara

Narrado por Isabella

Apenas habíamos dejado la fiesta cuando supe que algo estaba mal. No era un presentimiento, ni siquiera una sospecha concreta, pero la sensación de haber dejado algo importante atrás era innegable.

Valentina iba sentada junto a mí en la limusina, con una sonrisa satisfecha mientras revisaba mensajes en su teléfono. Alessia estaba frente a nosotras, jugando con los pendientes de diamantes que había recibido como regalo de uno de los anfitriones.

"Fue una buena noche," comentó Alessia con ligereza, rompiendo el silencio.

"Depende de cómo lo definas," respondí, aún distraída por los recuerdos de la fiesta.

"Por favor, Isabella. Todo salió bien. Nadie nos reconoció, nadie hizo preguntas, y nos divertimos. ¿Qué más quieres?"

No respondí. En lugar de eso, mi mente volvió al hombre que se había presentado como "Lev". Había algo en él que me inquietaba profundamente. Esa calma calculada, esa forma de mirarme como si supiera más de lo que decía. Los hombres como él eran peligrosos, y yo había aprendido a reconocerlos desde lejos.

Pero esta vez, en lugar de alejarme, me había quedado.

"¿Quién era el hombre con el que hablabas?" preguntó Valentina de repente, sacándome de mis pensamientos.

"¿Qué hombre?"

"El alto, con el traje negro. Lo vi acercarse a ti antes de que desaparecieras. Parecía... interesante."

"Sólo un desconocido," mentí, aunque el recuerdo de sus ojos me quemaba la mente. "No tiene importancia."

Valentina arqueó una ceja, pero no insistió. Sin embargo, Alessia, que era mucho más perceptiva, me lanzó una mirada que decía que sabía que no estaba contando toda la verdad.

"Isabella, si algo pasó, deberías decírnoslo."

"No pasó nada," corté, con más dureza de la necesaria. "No volvamos a hablar de esto."

Ambas se callaron, pero la tensión permaneció. Nadie discutía conmigo cuando usaba ese tono, y las dos lo sabían bien.

Sin embargo, mientras la limusina avanzaba por las calles oscuras de Mónaco, no pude evitar sentir que esa noche no había terminado realmente.

La semana siguiente transcurrió sin incidentes. Había asuntos importantes que atender en Italia, reuniones con aliados y enemigos, decisiones que no podían esperar. Sin embargo, cada vez que me sentaba a revisar los informes o a planificar el próximo movimiento de la familia, mi mente regresaba a "Lev".

Intenté descartarlo como una distracción insignificante, pero cuanto más lo hacía, más presente se volvía. Su mirada, su voz, incluso su sonrisa apenas perceptible, todo parecía haberse quedado grabado en mí.

Fue Valentina quien finalmente rompió el silencio sobre el tema.

"¿Sabías que hay rumores sobre un jefe ruso en Mónaco?" preguntó durante el desayuno, hojeando un periódico que apenas prestaba atención a leer.

Alessia levantó la vista de su café con un interés renovado. "¿Qué tipo de rumores?"

"Dicen que está aquí para negociar algo grande. Nadie sabe exactamente qué, pero parece que es alguien importante."

No dije nada, pero mi estómago se tensó. No podía ser él, ¿verdad? Era sólo una coincidencia.

"¿Crees que lo vimos en la fiesta?" continuó Valentina, claramente fascinada por la idea.

"Dudo que alguien tan importante se exponga así," respondí con indiferencia, aunque no estaba tan segura de mis palabras.

"Quizás. Pero si estuviera allí, seguro que Isabella lo habría notado." La sonrisa de Valentina era descarada, como si supiera algo que yo no.

"Deja de hablar de tonterías y come," ordené, tratando de cambiar el tema.

Valentina se encogió de hombros y volvió a su desayuno, pero Alessia me observó en silencio durante varios segundos antes de volver a su café.

Esa noche, decidí salir sola. A veces necesitaba un respiro, un momento lejos de las responsabilidades y las miradas constantes de mis hermanas. Conduje hasta un pequeño bar en las afueras de la ciudad, un lugar discreto donde sabía que no encontraría a nadie conocido.

Me senté en una mesa apartada, con una copa de vino que apenas había tocado, cuando lo vi entrar.

Era él.

"Lev", o quienquiera que fuera, estaba de pie en la entrada, hablando con el dueño del bar como si fueran viejos conocidos. Llevaba un abrigo oscuro que hacía que su presencia pareciera aún más imponente, y cuando finalmente se giró hacia la sala, sus ojos se encontraron con los míos.

Por un instante, nadie se movió. Era como si el tiempo se hubiera detenido, como si todo el bar hubiera desaparecido y sólo quedáramos nosotros dos.

Entonces, él sonrió.

Y yo cometí el error de no apartar la mirada.

Se acercó con una calma que me irritó tanto como me intrigó. Cuando finalmente se detuvo frente a mi mesa, me miró con esa intensidad que parecía ser su marca personal.

"Isabella," dijo, como si mi nombre fuera una broma privada.

"Lev," respondí, mi voz tan fría como podía hacerla.

"¿Qué coincidencia encontrarme contigo aquí?"

"No creo en las coincidencias."

"Entonces tal vez el destino nos tiene algo preparado."

"¿El destino?" Solté una risa sarcástica. "No pareces el tipo de hombre que deja su vida en manos del destino."

"Eso es cierto. Pero hay excepciones."

Su tono era relajado, casi divertido, pero algo en su mirada me decía que no estaba aquí por casualidad. No sabía qué quería, pero estaba segura de que no era algo bueno.

"Si me disculpas, estaba a punto de irme." Me levanté de la mesa, intentando poner fin a la conversación antes de que se volviera más peligrosa.

Pero antes de que pudiera dar un paso, él se movió, bloqueando mi camino.

"Creo que todavía no hemos terminado," dijo, y su voz había cambiado. Era más baja, más seria, y por un momento me pregunté si había cometido un error al subestimarlo.

"Levántate de mi camino," advertí, aunque mi corazón latía más rápido de lo que quería admitir.




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