Entre Sombras y Fuego ( #1 saga fuego)

Capítulo 40: La alianza inesperada

Narrado por Isabella

Las luces de Berlín eran un contraste absoluto con la tensión que sentíamos al llegar a la ciudad. Los rascacielos brillaban como si la vida aquí estuviera libre de los juegos de poder en los que estábamos inmersos, pero sabía que, bajo esa fachada, esta ciudad era un campo de batalla tan peligroso como cualquier otro.

Alekséi había insistido en mantener nuestro movimiento bajo el radar. Solo llevábamos a Lorenzo y a dos de nuestros hombres de confianza. El contacto que Alekséi había mencionado era un hacker conocido solo como "Kronos". Si alguien podía ayudarnos a usar el dispositivo contra Sokolov, era él.

"¿Estás segura de que esto es una buena idea?" preguntó Lorenzo mientras estacionábamos frente a un edificio aparentemente abandonado.

"No," respondí, ajustando la pistola bajo mi chaqueta. "Pero no tenemos otra opción."

Alekséi abrió la puerta de la camioneta y salió con calma, su expresión imperturbable.

"Si Kronos nos traiciona, no vivirá para arrepentirse," dijo, su tono frío.

El interior del edificio era tan decadente como el exterior: paredes descascaradas, ventanas cubiertas de polvo y una tenue luz parpadeante que iluminaba un pasillo estrecho. Alekséi iba al frente, como siempre, con su pistola lista. Lorenzo y yo lo seguíamos de cerca.

Al final del pasillo, una puerta metálica bloqueaba el paso. Alekséi tocó tres veces, siguiendo un patrón que claramente ya conocía.

Después de unos segundos, la puerta se abrió con un chirrido, revelando a un hombre joven, con gafas gruesas y un aura de nerviosismo.

"Kronos," dijo Alekséi, con un tono que no daba lugar a dudas.

"Es un milagro que hayas sobrevivido tanto tiempo, Alekséi," respondió el hombre, aunque su mirada estaba fija en mí. "¿Y quién es ella?"

"Isabella," dije, cortante. "¿Vamos a perder el tiempo con preguntas o puedes ayudarnos?"

Kronos levantó una ceja, sorprendido por mi tono, pero se hizo a un lado para dejarnos pasar.

El lugar era exactamente lo que esperaba de un hacker: computadoras por todas partes, cables colgando del techo y un caos organizado que hablaba de alguien que vivía al margen de todo. Kronos se sentó frente a una de las pantallas, encendiendo varios monitores al mismo tiempo.

"¿Qué tienes para mí?" preguntó.

Alekséi sacó el dispositivo y lo colocó sobre la mesa frente a él.

"Esto pertenece a Sokolov," dijo. "Lo queremos reconfigurado para infiltrarnos en su red."

Kronos silbó, claramente impresionado.

"¿Saben lo que tienen aquí? Este dispositivo puede derribar sistemas de seguridad enteros en minutos."

"Eso ya lo sabemos," respondí. "La pregunta es: ¿puedes hacerlo funcionar a nuestro favor?"

Kronos se inclinó hacia el dispositivo, examinándolo detenidamente.

"Puedo hacerlo," dijo finalmente. "Pero necesitaré tiempo y acceso a una red segura."

"Tienes 48 horas," dijo Alekséi, su tono más amenazante de lo necesario.

Mientras Kronos trabajaba, Alekséi y yo aprovechamos el tiempo para discutir nuestro próximo movimiento. Nos refugiamos en una pequeña habitación adjunta al laboratorio del hacker, donde un mapa de Europa cubría la pared.

"¿Qué sigue después de esto?" pregunté, cruzándome de brazos.

"Interceptaremos el próximo cargamento," respondió Alekséi. "Ahora que sabemos cuáles son sus rutas, podemos desmantelar toda la operación en Europa."

"¿Y si Sokolov contraataca?"

Alekséi se encogió de hombros, como si la posibilidad no lo preocupara.

"Que lo intente. Para entonces, estaremos dos pasos por delante."

La confianza de Alekséi era contagiosa, pero no podía ignorar la sensación de que algo estaba a punto de salir mal. Siempre había un riesgo cuando dependíamos de terceros, y Kronos no me inspiraba confianza.

"¿Estás segura de que puedes confiar en este hombre?" le pregunté a Alekséi en voz baja.

"No," admitió. "Pero Kronos sabe que traicionar a la mafia rusa o a la italiana sería su sentencia de muerte. Eso es suficiente."

Asentí, aunque no del todo convencida. En este mundo, la lealtad era tan volátil como el poder.

Dos días después, Kronos nos llamó a su laboratorio. Su rostro estaba pálido, pero había un brillo de emoción en sus ojos.

"Lo tengo," dijo, señalando los monitores.

En la pantalla, aparecía una serie de mapas digitales que mostraban los movimientos recientes de Sokolov. Cada punto representaba una base, un almacén o una ruta de transporte.

"Con este dispositivo, ahora pueden infiltrarse en cualquier red que Sokolov esté utilizando. Incluso pueden interceptar sus comunicaciones."

"¿Puedes garantizar que no rastrearán nuestra ubicación?" pregunté, todavía desconfiada.

"Sí," respondió Kronos, aunque su tono no era tan firme como me habría gustado.

"Bien," dije, mirando a Alekséi. "Es hora de movernos."

"¿Y qué pasa conmigo?" preguntó Kronos, visiblemente nervioso.

"Quédate aquí y no te metas en problemas," respondió Alekséi. "Te contactaremos si necesitamos algo más."

El hacker asintió, claramente aliviado de no tener que involucrarse más.

Salimos del edificio con el dispositivo en mano, sintiendo que habíamos ganado una pequeña pero crucial ventaja.

"Esto cambia el juego," dijo Alekséi mientras subíamos a la camioneta.

"Sí," respondí, mirando por la ventana mientras Berlín se desvanecía a nuestras espaldas. "Pero también lo hace más peligroso."

Sabía que Sokolov no se quedaría de brazos cruzados. Este golpe lo haría reaccionar, y tenía que estar preparada para lo que viniera.

La guerra estaba entrando en su fase más peligrosa, y no había vuelta atrás.




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