Narrado por Alekséi
No me gusta quedarme quieto. El mundo de la mafia no perdona a quienes pierden el tiempo. Y mientras Isabella analizaba nuestra siguiente jugada, yo sentía que cada minuto que pasaba era una invitación al desastre.
Desde la ventana de nuestra guarida temporal, podía ver las luces de la base de Morozov parpadeando en la distancia. Allí, Viktor probablemente estaba enfrentando su destino. Si Morozov no encontraba lo que buscaba, sus métodos de interrogatorio se encargarían de sacar la verdad, ya fuera real o inventada.
"¿Estás bien?" preguntó Isabella desde la mesa donde organizaba nuestras pruebas.
"Estoy pensando," respondí sin apartar la vista de las luces.
"Eso parece peligroso," bromeó, aunque su tono era tan serio como el mío.
Sonreí apenas. Isabella tenía ese efecto en mí. Podía arrancarme un momento de calma incluso cuando el mundo estaba ardiendo a nuestro alrededor.
Me acerqué a la mesa, observando las etiquetas y documentos que habíamos robado. Había suficiente información para incriminar a Viktor y, si todo salía bien, debilitar a Morozov. Pero yo sabía que este movimiento no era suficiente.
"Morozov no se detendrá con Viktor," dije mientras tomaba una etiqueta y la giraba entre mis dedos. "Incluso si lo elimina, buscará a los verdaderos responsables."
"Entonces tenemos que asegurarnos de que no pueda hacerlo," respondió Isabella, su mirada fija en mí.
"¿Y cómo planeas lograrlo?"
Ella sonrió de esa manera que siempre me ponía alerta, una mezcla de desafío y determinación.
"Crearemos más caos," dijo. "Si Morozov está demasiado ocupado apagando incendios, no tendrá tiempo de buscarnos."
Su plan era arriesgado, pero tenía sentido. Si golpeábamos varios puntos clave de la operación de Morozov al mismo tiempo, lo obligaríamos a concentrar sus esfuerzos en mantener el control. Mientras tanto, podríamos movernos con más libertad y preparar nuestro ataque final.
"Necesitamos un equipo," dije después de un momento. "No podemos hacerlo solos."
"Ya lo tengo cubierto," respondió Isabella, levantándose y sacando un teléfono de su bolsillo.
La observé mientras hacía una llamada rápida, hablando en un tono bajo que no pude escuchar del todo. Cuando colgó, me miró con una sonrisa satisfecha.
"Llegarán mañana," dijo.
"¿Quiénes son?"
"Aliados de confianza," respondió, aunque no me dio más detalles.
A la mañana siguiente, tres vehículos negros llegaron a nuestra ubicación. De ellos descendieron varios hombres y mujeres, todos vestidos de manera informal, pero con una mirada en sus ojos que decía que no eran novatos en este tipo de trabajos.
"Ellos son lo mejor que tiene la organización italiana," dijo Isabella mientras me presentaba a los recién llegados.
Reconocí a algunos de ellos: expertos en explosivos, hackers, e infiltradores. Un equipo perfectamente diseñado para causar el tipo de caos que necesitábamos.
"¿Cuál es el plan?" preguntó uno de los hombres, un tipo robusto llamado Marco.
Isabella y yo explicamos nuestra estrategia. Atacaríamos simultáneamente tres almacenes clave de Morozov en la ciudad. Cada uno almacenaba recursos esenciales: dinero, armas, y documentación. Destruirlos no solo sería un golpe económico, sino que también desestabilizaría su red logística.
La primera parte de la operación fue un éxito. Nos dividimos en tres equipos, cada uno asignado a un almacén. Isabella y yo lideramos el ataque al almacén de armas, el más protegido de los tres.
El lugar estaba rodeado de guardias armados, pero con la experiencia de nuestro equipo, logramos neutralizarlos en silencio. Una vez dentro, comenzamos a colocar los explosivos en puntos estratégicos.
"Cinco minutos," dijo Isabella mientras ajustaba uno de los temporizadores.
"Más que suficiente," respondí, vigilando la entrada.
Cuando todo estuvo listo, salimos del edificio y nos reunimos con el equipo en un lugar seguro para detonar los explosivos. Las tres explosiones iluminaron el cielo nocturno casi al mismo tiempo, un espectáculo que envió un mensaje claro a Morozov: no estaba a salvo.
Mientras observábamos las llamas desde la distancia, sentí una mezcla de satisfacción y preocupación. Habíamos dado un golpe importante, pero también habíamos pintado un blanco enorme en nuestras espaldas.
"¿Crees que esto será suficiente?" pregunté a Isabella.
"No lo será," respondió sin dudar. "Pero es un comienzo."
Asentí, sabiendo que tenía razón. Morozov no se rendiría fácilmente, pero al menos ahora teníamos la ventaja del tiempo.
Esa noche, mientras el equipo celebraba nuestro éxito inicial, me encontré solo con mis pensamientos. Miré a Isabella desde la distancia, hablando con Marco y otros miembros del equipo. Era impresionante verla en su elemento, liderando con una confianza que inspiraba a todos a su alrededor.
Pero también sabía que esta guerra la estaba afectando, aunque nunca lo admitiría.
"¿Qué piensas?" preguntó de repente, acercándose a mí.
"Que tienes un talento especial para meternos en problemas," respondí con una sonrisa.
Ella rió suavemente, aunque su mirada era seria.
"Y tú tienes un talento especial para sacarnos de ellos," dijo.
Esa noche, mientras nos preparábamos para el siguiente movimiento, no podía evitar pensar en lo que vendría. Habíamos ganado una pequeña batalla, pero la guerra estaba lejos de terminar.
Y aunque no lo decía en voz alta, sabía que, pase lo que pase, no dejaría que nada le sucediera a Isabella. Morozov era un enemigo formidable, pero yo no dejaría que nadie la tocara.
Tocarla sería firmar una sentencia de muerte.