Había pasado un año desde lo ocurrido.
Euridice no había vuelto al internado desde entonces, y aunque sus madres creían que la educación en casa seguía siendo lo mejor para ella, y en gran parte, ella también lo pensaba. Por supuesto, su psicóloga no lo compartía, pues, según ella, Euridice debía salir y convivir con personas de su edad para enfrentarse a la realidad.
Euridice seguía cuestionándose: si nadie creía su historia, si realmente la tachaban de loca, ¿por qué no la habían internado en un centro especializado? ¿Por qué no la medicaban hasta que toda su imaginación se apagara?
Inexplicable. Esa era la palabra que más escuchaba; ya había aprendido cada uno de los significados que la Real Academia tenía para definirla.
De todos modos, se estaba desviando de lo que realmente importaba...
—¡Euridice, te estoy hablando! —interrumpió su madre, quitándole el audífono. Ah, sí; sus madres tenían un fanatismo por la mitología griega, y esa fue la primera pieza del rompecabezas que las unió en la universidad.
Romántico pensó Euridice.
—Oh, lo siento, yo estaba… —murmuró mientras se pausaba "Exile" de Taylor Swift, una canción que realmente amaba. Era imposible no identificarse con cada una de sus letras, pero, al mismo tiempo, cuando la escuchaba, simplemente lo hacía… Aquella cantante parecía no ser de este mundo, lo que reafirmaba su teoría.
De todas formas, tenía que ambientar su viaje en auto. Mirar el bosque tétrico a través de la ventana era el escenario perfecto para escuchar esa canción y… allí estaba, una vez más, divagando en sus pensamientos, mientras era observada por su madre
—Es mi culpa —pensó Euridice—, suelo desconcentrarme de todo.
McKenzie sonrió con algo de pena mientras la adolescente solo la miró detenidamennte para tratar de grabarse todos los detalles en su madre, una castaña con los ojos más hermosos y azules que jamás se habían visto; tenía unas cuantas pecas en la cara, parcialmente ocultas por sus gafas de botella con aros negros. ¿Qué más se podía decir? Era la persona más gentil, comprensiva y optimista que se conociera… todo lo contrario a su otra madre, quien ahora conducía el auto hacia su destino inevitable. Eliana, o Ela, como se la podía llamar, respondía al apellido West, de la casa familiar.
De nuevo, Euridice se estaba desviando.
Eliana tenía el cabello corto, rasgos asiáticos, piel tan tersa aunque fuese regordeta y una alimentación desequilibrada… "¡Maldita gente!" era lo que solía pensar, además de que era amargada, realista y trataba de mantener la calma con ellas; muchas veces Euridice se sentía responsable de que no fuese así… Quizá por eso, ella y McKenzie habían conectado desde el primer momento.
Los opuestos se atraen.
De todas formas, esas mujeres habían sido lo suficientemente valientes para defender su amor y criar a Euridice; le debían todo, pero ella nunca supo cómo agradecerles. Parecía que siempre hacía lo opuesto.
—Bueno, te preguntaba si estás lista para regresar, ya sabes… —dijo alguien.
—¿Todos piensan que estoy loca? —preguntó Euridice, queriendo preguntar, pero la forma en que lo dijo sonó más como una afirmación; no necesitaba respuesta, ya que lo vio en el ceño fruncido y en la risa nerviosa de su otra madre. —¿Qué? De hecho, lo hacen… o lo harán.
—Tranquila, nadie mencionará eso. Hemos pagado bastante para que nadie se atreva a mencionarlo, el direc… —comenzó a decir otra voz.
—¡Eliana! —exclamó McKenzie, ya que solo ella podía llamarla así sin enfadarse.
No era extraño escucharla interrumpir a Ela cuando ésta se dejaba llevar por su franqueza brutal. Euridice suspiró y apoyó la cabeza contra la ventanilla. No le importaba; ya sabía lo que todos pensaban, lo que murmuraban a sus espaldas. No importaba cuánto pagaran sus madres para silenciar las habladurías, la verdad flotaba entre los pasillos del internado como un fantasma. Nadie lo olvidaría.
Eliana resopló con fastidio y tamborileó los dedos sobre el volante.
—No deberías tomártelo de esa manera. Estamos haciendo esto por tu bien.
—¿Por mi bien? —repitió Euridice con incredulidad, girando la cabeza para mirarla—. Nadie aquí está pensando en mí, solo quieren que todo vuelva a la normalidad. Pero para mí, eso nunca sucederá.
McKenzie la miró por el retrovisor con una expresión de tristeza y comprensión. Era la única que parecía intentar entenderla.
—Euridice, sé que esto es difícil para ti —dijo con suavidad—. Pero necesitas volver a intentarlo. No puedes vivir encerrada en casa para siempre.
—No veo por qué no —contestó Euridice con sequedad—. Si a todos les resulta tan fácil ignorar lo que pasó, podría hacer lo mismo.
Eliana soltó una carcajada amarga.
—¡Ignorar lo que pasó… como si fuera tan sencillo! —exclamó, golpeando el volante con una mano—. Mira, Euridice, podrías al menos mostrar un poco de agradecimiento. Hemos hecho todo lo posible para que vuelvas aquí en las mejores condiciones.
Euridice reprimió una carcajada y la miró de reojo.
—Yo no pedí nada de lo que pasó el año pasado —dijo con voz más firme de lo que esperaba, cargada de un resentimiento que ni siquiera sabía que tenía.
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Editado: 27.02.2025