Entre sombras y luces

CAPÍTULO 2 "una nueva vieja conocida"

Eurídice se encontraba sentada en la oficina del director, perdida en sus pensamientos, mientras las palabras de las otras dos mujeres a su lado parecían flotar en el aire, sin poder penetrar su mente. La directora Eliana y su madre, McKenzie, discutían detalles sobre su llegada, procedimientos y expectativas. Pero Eurídice no escuchaba. Sus pensamientos giraban en círculos, atrapados en la vorágine de sus emociones, un torbellino de confusión, ansiedad y una sensación de alienación que la envolvía.

Pensaba en lo que dejaba atrás. En su ciudad natal, en su vida que se desmoronaba lentamente mientras ella se veía arrastrada por los cambios que no había pedido. En su madre, que ahora parecía una sombra distante en el espejo de su memoria. Y luego estaban sus propias inseguridades: ¿realmente era suficiente? ¿Estaba preparada para estar tan lejos, en un lugar tan extraño y rodeada de gente que no conocía? Sentía el nudo en su estómago apretarse con cada palabra que llegaba a su oído. Eliana le hablaba sobre la adaptación, sobre lo que significaba ser parte de esa institución, de lo que se esperaba de ella, pero nada de eso parecía importar en ese momento. Solo el sonido de su respiración se mezclaba con las voces que flotaban a su alrededor, distantes.

Fue entonces cuando una nueva voz interrumpió su ensimismamiento. “Disculpen, soy Bianca. Vengo a dar el recorrido a Eurídice”, dijo una chica que acababa de entrar en la oficina.

Eurídice levantó la cabeza, centrando su mirada en ella. Bianca era una chica de cabello corto, negro, con reflejos rojizos que caían de manera desordenada sobre su frente. Su rostro tenía una mezcla de rasgos árabes, lo que la hacía destacar entre las demás personas que había visto hasta ese momento. Su actitud era decidida, segura, y a pesar de la calidez en su voz, había algo en su postura que indicaba que no era alguien a quien se pudiera tomar a la ligera. Su presencia llenaba la sala, y por un momento, Eurídice sintió que de alguna manera la chica se imponía sobre el entorno.

Eurídice la reconoció al instante, ya la había visto en el internado, pero no dijo nada. No estaba en su naturaleza hablar mucho con las personas que no conocía bien, y menos en un momento tan vulnerable como ese.

Mientras McKenzie se levantaba para abrazar a Eurídice, las palabras de despedida fueron una mezcla de tristeza y amor. “Cuídate mucho, hija. No olvides que siempre te apoyaremos. Te llamaremos, y cuando quieras volver a casa, lo harás. Siempre serás bienvenida.” McKenzie trataba de sonar firme, pero la emoción en su voz no podía esconderse.

Eliana, con lágrimas en los ojos, abrazó a Eurídice con una calidez reconfortante.

Las palabras de ambas resonaron en la mente de Eurídice mientras se despedían. Pero la realidad de estar sola en un lugar tan desconocido, tan lejano, le parecía casi surrealista. Cuando ambas salieron de la oficina, Eurídice se sintió vacía, pero al mismo tiempo aliviada. El calor de su madre había sido un bálsamo, pero el nudo en su estómago seguía allí.

—Perdón, no escuché tu nombre…murmuró Eurídice al dar unos pasos hacia el pasillo, después de que la puerta se cerró tras su madre y Eliana.

Bianca sonrió con amabilidad, aunque había algo de cierto en su expresión que denotaba comprensión. —Soy Bianca, ya te lo había dicho. Vamos, te llevaré a tu habitación y te haré un recorrido por el lugar, no es nada del otro mundo.

A medida que caminaban por el pasillo, Eurídice notó que algunas personas las miraban, otras apartaban la mirada con rapidez, como si evitaran cualquier tipo de interacción. El internado, aunque grande, tenía un aire intimidante. El pasillo parecía interminable, y cada paso que daban resonaba con el eco de un futuro incierto. La gente que se cruzaba con ellas no era amigable ni distante, solo indiferente, como si fueran personajes que pasaban desapercibidos en la historia que se desarrollaba allí.

De repente, algo llamó la atención de Eurídice. Mientras caminaban cerca de una puerta que estaba entreabierta, miró hacia adentro. Había un salón grande, casi vacío, salvo por una figura que estaba sentada en el centro de la habitación. La figura era de un chico, y la imagen que proyectaba la hizo detenerse por un segundo. Él estaba de espaldas, pero la postura relajada con la que estaba sentado, su cabello oscuro y desordenado, y la forma en que se recostaba sobre la mesa con una mano detrás de la cabeza, le daban una sensación de despreocupación que la atrajo.

Él giró lentamente la cabeza hacia ellos, y Eurídice notó sus ojos, de un color oscuro, casi negro, que parecían analizar cada movimiento de las personas a su alrededor. Había algo en él que era difícil de describir, una mezcla de misterio y una presencia que no podía pasarse por alto.

—¿Quién es él?— murmuró Eurídice en voz baja, sin poder evitar sentir curiosidad.

Bianca, al notar su distracción, la jaló suavemente del brazo para que continuara caminando. —Es Harlow. Uno de los chicos más ricos e influyentes aquí, por su familia y sus conexiones. Si sabes lo que es bueno para ti, aléjate de él. Es el tipo de persona que trae más problemas que soluciones.

Eurídice frunció el ceño, mirando a Bianca con cierta sorpresa. —¿Por qué? ¿Qué tiene de malo?

Bianca se encogió de hombros, pero su mirada era seria. —No te metas con él. Su familia tiene demasiados líos, y estar cerca de él solo te pondría en problemas. Créeme, ya he visto suficientes consecuencias de acercarse demasiado.




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