La mañana se abrió con un cielo grisáceo que parecía haber absorbido toda la luz del sol, como si el internado mismo estuviera enlutado. Eurídice se levantó temprano, sintiendo el peso de la incertidumbre sobre sus hombros. Las palabras de Bianca y los recortes de los antiguos documentos seguían resonando en su mente: “la maldición de la luz”, “ciclos interminables” y “redención a través del sacrificio”. Todo ello la impulsaba a seguir adelante, aunque el sendero estuviera plagado de sombras y preguntas sin respuesta.
Mientras se dirigía al comedor, la atmósfera en el internado no podía ocultar la sensación de que algo importante se estaba gestando. Las miradas furtivas de algunos compañeros, los murmullos en los pasillos y hasta el aire cargado de presagio en la sala de clases parecían anunciar que cada rincón del edificio guardaba secretos inconfesables. Eurídice se sentía más sola que nunca en medio de la multitud, como si la oscuridad que la perseguía fuese visible solo para ella.
Durante el desayuno, Ally volvió a hacerse notar. Con su porte altivo y su sonrisa ensayada, se paseaba entre los comensales, sus ojos destilando una mezcla de envidia y desprecio. En varias ocasiones, su mirada se encontró con la de la figura encapuchada que, sin anunciar su presencia, se desplazaba por el comedor. Aunque nadie conocía su nombre, la silueta era inconfundible, y para Eurídice, era un recordatorio constante de los misterios que envuelven el internado.
La clase de Historia se desarrollaba en un ambiente de aparente normalidad, pero el pensamiento de Eurídice se mantenía en la penumbra de los recortes y manuscritos que había descubierto en la biblioteca. Durante la lección, mientras la profesora hablaba de antiguas civilizaciones y ritos olvidados, Eurídice se sentía transportada a un laberinto en el que cada palabra parecía ser un eco de aquellos rituales ancestrales. La mención de sacrificios y de “la luz que purifica” hizo que su mente volcara nuevamente al recuerdo de la noche del bosque, cuando las luces blancas se habían manifestado sin explicación.
Al concluir la clase, Eurídice se apresuró a reunirse con Bianca en uno de los pasillos laterales, lejos del bullicio. Con voz baja y llena de urgencia, Bianca le mostró un cuaderno en el que había anotado fragmentos de leyendas orales transmitidas por antiguos profesores y algunos empleados del internado.
—Encontré esto entre unos papeles olvidados en el sótano de la biblioteca —dijo Bianca, deslizando el cuaderno por la mano temblorosa de Eurídice—. Se habla de “el portal de la redención”, una puerta oculta en los límites del internado que, según la leyenda, se activa cuando las almas condenadas deciden enfrentar sus peores temores.
Euridice pasó los dedos sobre las páginas amarillentas, leyendo con atención cada línea. La leyenda narraba que en épocas antiguas, cuando el internado aún era un santuario de conocimientos prohibidos, se realizaban rituales para “purificar” a aquellos que habían sido marcados por la oscuridad. Sin embargo, el precio era alto: la víctima debía revivir su último día de sufrimiento una y otra vez, hasta que, mediante un sacrificio personal, se lograra cerrar el ciclo. La “luz purificadora” era la señal del momento en que el portal se abría, permitiendo a la víctima abandonar ese estado de limbo.
La revelación hizo que el corazón de Eurídice latiera con fuerza. ¿Podría ser que lo que ella había experimentado aquella noche, con las luces blancas inundando el bosque, fuera el primer disparo de ese ciclo de condena? Bianca asintió silenciosamente, dejando claro que la conexión era más que una mera coincidencia.
—Tienes que entender, Eurídice —continuó Bianca—, que este internado es mucho más que una escuela. Es un escenario de rituales ocultos, donde el pasado y el presente se entrelazan en un destino que parece escrito en las estrellas. Y tú… tú eres la clave para romper esta maldición.
La conversación se prolongó mientras caminaban hacia la biblioteca, donde el ambiente estaba impregnado de un silencio reverente. Cada estantería, cada libro, parecía guardar una historia secreta. Eurídice se sentó en una mesa desvencijada y, junto a Bianca, comenzó a repasar cada uno de los documentos, trazando conexiones entre los rituales antiguos y la misteriosa aparición de la “luz purificadora”. La mente de Eurídice se llenaba de imágenes: los destellos cegadores, la sensación de estar atrapada en un ciclo sin fin, y la angustia de revivir un día que se repetía eternamente.
Mientras tanto, la figura encapuchada seguía siendo un enigma. En distintos momentos del día, Eurídice logró vislumbrarla a lo lejos: caminando por los pasillos, observando en silencio desde el exterior del comedor o, en ocasiones, deslizándose por el corredor de la biblioteca. Aunque su presencia era constante, sus intenciones permanecían ocultas. Era como si velara por los que estaban destinados a enfrentar los secretos del internado, sin revelar su verdadera identidad.
Con el atardecer, el ambiente en el internado adquirió una atmósfera casi mística. Las sombras se alargaban y los murmullos se volvieron más intensos. Eurídice se retiró a su habitación, donde se encerró en un silencio lleno de pensamientos y preguntas. Sentada frente a la ventana, dejó que la luz tenue del crepúsculo jugara con sus recuerdos. Cerró los ojos, intentando sumergirse en el océano de emociones que la inundaba.
Fue entonces cuando su celular vibró con un mensaje urgente de Bianca:
“Nos reunimos mañana a las 7:00 en la sala de archivos del sótano. Hay algo que debes ver. No tardes.”
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Editado: 27.02.2025