Entre sombras y luces

CAPÍTULO 6 "Voces entre sombras"

La mañana se deslizó con un aire cargado de presagios. Eurídice se despertó antes del alba, con el corazón latiendo de forma irregular como si aún sintiera la intensidad de la noche anterior. Aquel sueño, en el que revivía la experiencia de las luces blancas, la había dejado con una mezcla de angustia y determinación. Con la mente aún envuelta en imágenes de destellos inmaculados y un eco de voces antiguas, se vistió en silencio, sin que nadie notara la gravedad de sus pensamientos.

El internado, con sus muros centenarios y pasillos que parecían susurrar secretos, despertaba lentamente. Mientras caminaba hacia la clase, Eurídice no podía quitarse de la mente la advertencia de la figura encapuchada que, la noche anterior, había dejado entrever una profunda melancolía y un aura de misterio. Esa presencia, que se había hecho notar en el sótano y en los rincones más oscuros de la institución, parecía esperarla, como si supiera que el día traería consigo respuestas.

Durante la clase de Matemáticas, la atención de Eurídice se dispersaba. Las fórmulas y ecuaciones se mezclaban en un vacío sin sentido, mientras su mente divagaba por la enigmática conexión entre los rituales antiguos y lo que ella había vivido. No tardó en darse cuenta de que algo extraordinario estaba a punto de suceder. Al final de la jornada, mientras los estudiantes se dispersaban, Eurídice se quedó atrás, sintiendo una extraña urgencia de encontrarse sola.

Con el cuaderno de Bianca aún guardado en su mochila y el diario antiguo en la mente, se encaminó hacia un corredor poco transitado. Fue allí, en un rincón en penumbra, donde la figura encapuchada apareció de nuevo. Esta vez, no se limitó a deslizarse en silencio; se detuvo y, con una lentitud casi ceremonial, dio un paso hacia ella. La capucha cubría su rostro en sombras, pero sus ojos, intensos y penetrantes, brillaban con una luz que parecía atravesar el alma.

Euridice sintió que el aire se volvía denso a su alrededor. Con la voz temblorosa, pero cargada de determinación, se dirigió a la figura:

—He estado buscándote. Necesito entender... necesito saber qué significa todo esto. ¿Por qué las luces? ¿Por qué este ciclo interminable?

La figura permaneció en silencio por un largo instante. El único sonido fue el leve eco de sus respiraciones en el corredor desierto. Finalmente, la voz, profunda y pausada, emergió de entre la sombra:

—Tú buscas respuestas en un laberinto de secretos, Eurídice. Lo que viviste aquella noche no fue un accidente ni una ilusión. Fue el inicio de una condena, pero también de una oportunidad.

El corazón de Eurídice latió con fuerza ante aquellas palabras. La figura encapuchada continuó, acercándose un poco más, sin revelar aún su rostro:

—Cada vez que revives esos destellos, cada déjà vu, es el eco de un ciclo que se repite. Este internado fue erigido sobre cimientos oscuros, sobre pactos olvidados por el tiempo. Y tú, sin saberlo, fuiste elegida para cargar con el peso de una antigua maldición.

Euridice tragó saliva, sintiendo una mezcla de terror y anhelo por conocer la verdad. Con voz entrecortada, replicó:

—¿Elegida? ¿De qué estás hablando? ¿Por qué yo?

La figura inclinó ligeramente la cabeza, como midiendo sus palabras:

—Porque en ti reside una fuerza que otros han olvidado. Tus recuerdos, las luces que viste, no son simples alucinaciones. Son señales de un poder que se te concedió para enfrentar el dolor y transformar el destino. Cada ciclo que repites es, en realidad, una prueba: una oportunidad para redimir lo que se perdió.

El silencio se extendió entre ambas, pesado y casi sagrado. Eurídice miró fijamente los ojos que, aunque ocultos tras la sombra de la capucha, parecían emitir un brillo que desbordaba conocimiento y pena. Durante unos minutos, el mundo pareció detenerse; el murmullo lejano de la vida en el internado se desvaneció hasta quedar en un susurro.

—¿Y qué hay de Ally, de Bianca, de todo lo que he vivido en este lugar? —preguntó finalmente Eurídice, buscando entender la compleja red de relaciones y eventos que la habían arrastrado a ese destino.

La voz de la figura se tornó más suave, casi maternal:

—Cada persona en este internado tiene un papel en el ritual. Ally, con su arrogancia y su obsesión, es parte del engranaje que mantiene el ciclo. Bianca, con su lealtad y sus conocimientos, es la llave que te ayuda a descifrar el enigma. Y yo... mi existencia es el nexo entre el pasado y el presente, el guardián de los secretos que han perdurado a lo largo de los siglos.

Euridice sintió un escalofrío recorrer su espalda. Aquella revelación abría un abismo de incertidumbre, pero también ofrecía una promesa de redención. Con la voz llena de emoción, dijo:

—Dime... ¿cómo puedo romper este ciclo? ¿Cómo logro liberarme de este limbo que se repite una y otra vez, como si estuviera atrapada en un eterno déjà vu?

La figura encapuchada se quedó en silencio durante unos instantes, como si estuviera sopesando la magnitud de la pregunta. Finalmente, respondió con voz casi imperceptible:

—La liberación se encuentra en el enfrentamiento de tus propios miedos, en la aceptación del dolor y en el perdón a ti misma. El ciclo se cierra cuando decides abrazar tu pasado, incluso el más oscuro, y transformar ese sufrimiento en fuerza. Solo entonces la luz purificadora podrá romper las cadenas de la maldición.




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