Entre sombras y luces

CAPÍTULO 7 "Harlow y yo"

El internado parecía despertar con un aura aún más cargada de misterios tras aquella madrugada en la que Eurídice había emergido del corredor con el eco de las palabras enigmáticas de la figura encapuchada. Sin embargo, aquella mañana de luz tenue traía consigo un cambio sutil, casi imperceptible, en el ambiente. Entre los pasillos silenciosos y los murmullos en las aulas, había alguien que se movía con una presencia que desafiaba la cotidianidad: Harlow.

Durante el desayuno, Eurídice sintió una mirada diferente, una que se posó fugazmente sobre ella desde el otro lado del comedor. Al principio, no pudo distinguir nada en concreto, solo la sensación de que alguien la observaba. Mientras servía su comida, notó que uno de los chicos, de cabello oscuro y una mirada intensa, evitaba mezclarse con el grupo habitual. La figura vestía una chaqueta oscura que, junto a su porte sereno, lo distinguía de los demás. Era Harlow, aunque nadie en el internado parecía conocer su verdadero nombre o su pasado. Para la mayoría, era simplemente un compañero más, envuelto en un halo de misterio.

Esa tarde, en el patio, Eurídice decidió tomarse un respiro. Se dirigió al balcón, ese refugio donde solía encontrar momentos de paz y reflexión. Allí, el murmullo de la vida adolescente se entrelazaba con el leve rumor del viento, creando un ambiente propicio para pensar en los secretos que la maldición de la luz parecía encerrar.

Sentada en el borde del balcón, con la vista fija en el extenso campus, Eurídice apenas notó la presencia a su lado. Fue cuando sintió una ligera vibración en el aire, como si la sombra de alguien se hubiera posado a su lado. Giró la cabeza lentamente y, para su sorpresa, encontró a Harlow observándola con una mezcla de timidez y determinación.

—Hola —dijo Harlow, con una voz suave y medida—. Te he visto varias veces por aquí. ¿Te importa si me siento?

Euridice, sorprendida por el repentino acercamiento, asintió con cautela. Algo en esa voz le resultaba reconfortante, aunque no podía evitar sentir un escalofrío de incertidumbre. Mientras Harlow tomaba asiento a su lado, el silencio entre ambos se volvió una invitación a la conversación.

—¿Puedo preguntarte algo? —inquirió Harlow, mirando de reojo hacia el interior del internado—. ¿Has notado que, a veces, este lugar… parece esconder algo más que aulas y pasillos?

La pregunta, formulada con una inocencia que contrastaba con el misterio, hizo que Eurídice sintiera que finalmente había encontrado a alguien con quien compartir su inquietud. Con el pulso acelerado, respondió:

—Sí, lo he notado. Cada día descubro algo que no encaja, una sombra que parece querer contar una historia olvidada. ¿Tú también lo sientes?

Harlow asintió lentamente, sus ojos, oscuros y profundos, revelaban un conocimiento que iba más allá de lo cotidiano.

—No se trata solo de sentirlo, Eurídice. Hay historias, ritos y… ciclos. He escuchado rumores, como si cada rincón de este internado guardara secretos que nadie se atreve a revelar. A veces, siento que estoy destinado a descubrir algo importante, pero no sé muy bien qué.

La conversación se deslizó de forma natural, y por un momento, ambos se olvidaron del bullicio de los demás estudiantes. El balcón, iluminado por la luz dorada del atardecer, se convirtió en un refugio donde se entrelazaban confesiones y silencios cómplices.

Euridice, recordando sus propias pesquisas en la biblioteca y el sótano, se atrevió a comentar:

—Bianca y yo hemos descubierto documentos antiguos, diarios y recortes que hablan de rituales y de una “luz purificadora”. Dicen que este lugar fue erigido sobre antiguos pactos, y que algunos de nosotros estamos… marcados por algo. Es como si viviéramos en un ciclo, repitiendo un día lleno de sufrimiento hasta que podamos redimirnos.

Harlow la escuchaba con atención, y su semblante se tornó pensativo. Después de unos momentos, añadió:

—He tenido mis propias experiencias extrañas. Cosas que no puedo explicar, destellos de luz en medio de la noche, sensaciones de déjà vu que me hacen pensar que el tiempo se repite. Nunca he compartido esto con nadie, pero… tú pareces entenderlo.

La confesión de Harlow encendió una chispa de empatía en Eurídice. Mientras el sol se ponía, tiñendo el cielo de tonos púrpuras y dorados, ambos se quedaron en silencio, compartiendo la carga de un destino aparentemente común. La atmósfera estaba cargada de una tensión que, a la vez, resultaba extrañamente reconfortante: en medio de la soledad y la confusión, habían encontrado un vínculo en su búsqueda de respuestas.

Los días siguientes fueron testigos de una amistad que se forjaba poco a poco entre Eurídice y Harlow. Durante las clases, mientras el internado seguía con su rutina, ambos intercambiaban miradas y pequeños gestos de complicidad. En la biblioteca, se encontraban en secciones apartadas de los libros antiguos, donde discutían en voz baja sobre las leyendas que Bianca había reunido y los documentos que parecían relatar una historia de rituales y maldiciones.

Una tarde, mientras el grupo se dispersaba en el patio, Harlow invitó a Eurídice a caminar juntos por los jardines. El sol se ocultaba tras las torres del internado, y la brisa nocturna comenzaba a calentar el ambiente. Caminaban en silencio, y la conversación fluyó entre murmullos de confidencias y el crujido de las hojas secas bajo sus pasos.




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