El timbre de la puerta de la cafetería sonó con un tintineo suave, un anuncio de que el destino de David estaba a punto de cambiar. Con su porte imponente y mirada intensa, cruzó el umbral por primera vez. Llevaba una chaqueta de cuero que acentuaba su figura, y su cabello oscuro caía desordenadamente sobre su frente, dándole un aire de misterio.
La atmósfera en el interior era cálida, pero había un aire de tensión que flotaba, como si los clientes llevaran consigo secretos inconfesables. El suave murmullo de conversaciones y el sonido de las tazas chocando creaban un escenario íntimo. David se sintió curioso ante el ambiente y comenzó a observar a su alrededor.
Las paredes estaban decoradas con fotografías en blanco y negro, capturando momentos de la vida cotidiana. Cada imagen contaba una historia, y David se preguntó si alguna vez habría una foto de él aquí, en este lugar donde se sentía tan fuera de lugar. El aroma del café fresco invadía el aire, creando una sensación de hogar, aunque él todavía se sentía como un extraño.
Al poco tiempo, su mirada se centró en María, la barista que se movía entre las mesas con una gracia natural. Su cabello castaño caía en suaves ondas, y su rostro reflejaba una mezcla de determinación y calidez. María tenía una forma de interactuar con los clientes que hacía que cada uno de ellos se sintiera especial, y David no fue la excepción.
David no pudo evitar sentirse atraído por su sonrisa. Era una sonrisa que parecía iluminar incluso los días más oscuros, y él sintió una chispa de interés que no había experimentado en mucho tiempo. Su corazón dio un vuelco, y una oleada de nerviosismo lo invadió.
María, al percibir su mirada, levantó la vista y sus ojos se encontraron. Fue un momento breve, pero el tiempo pareció detenerse. Ella sintió un ligero cosquilleo en su estómago, una sensación desconocida que la intrigaba. No era la primera vez que veía a un cliente atractivo, pero había algo en David que la cautivaba.
—¿Qué te gustaría tomar? —preguntó María, su voz suave pero firme, como si estuviera invitándolo a compartir más que solo un pedido. David se sintió atrapado en su mirada, como si estuviera siendo leído.
David, sorprendido por la seguridad de su tono, se vio obligado a pensar rápidamente. Nunca había sido tratado así, y eso lo desconcertaba. Finalmente, murmuró:
—Un espresso, por favor.
--Me dices tu nombre porfa?... e-es para cuando termine tu orden
-David-, Le djo con una sonrisa
Mientras ella se giraba para preparar su bebida, David la observó. Cada movimiento suyo era deliberado, y había una elegancia innata en su forma de trabajar que lo fascinaba. El sonido de la máquina de café resonaba, un canto que acompañaba su danza detrás del mostrador.
El café goteaba lentamente, y cada gota parecía resonar con la expectativa que ambos sentían. David se preguntó si María notaba la tensión en el aire, esa conexión silenciosa que parecía crecer entre ellos. La cafetería, con su bullicio habitual, se desvanecía mientras se concentraba en ella.
Cuando María le entregó el espresso, sus dedos se rozaron brevemente. Fue un instante fugaz, pero suficiente para que ambos sintieran un destello de electricidad en el aire. Su piel se erizó, y ambos se sonrojaron al darse cuenta de lo que había ocurrido.
—Gracias —dijo David, su voz un poco más baja de lo habitual, como si temiera romper el hechizo que los unía. María solo asintió, una sonrisa tímida asomando en sus labios.
Mientras se alejaba, el aroma del café fresco se entrelazaba con el eco de su sonrisa. La imagen de María quedó grabada en su mente, y sintió que había encontrado algo especial. Ese pequeño encuentro había sido suficiente para encender una chispa en su corazón.
María, por su parte, observó cómo David se alejaba con una mezcla de curiosidad y deseo. Había algo en él que la intrigaba, un aire de misterio que la empujaba a querer conocerlo más. No podía sacarlo de su mente, y se encontró preguntándose si él también pensaría en ella.
Esa noche, mientras se sentaba en su apartamento, María no podía dejar de pensar en David. La imagen de su mirada intensa la acompañaba, y se sintió ansiosa por saber más de él. Abrió su cuaderno de bocetos y comenzó a dibujar, intentando capturar la esencia de su rostro.
David, en su propio hogar, también se sintió atrapado en sus pensamientos. La soledad que lo había seguido por tanto tiempo parecía desvanecerse con el recuerdo de su encuentro en la cafetería. Se sentó con un libro, pero no pudo concentrarse; sus pensamientos estaban llenos de la risa de María.
Días pasaron, pero el eco de su breve interacción resonaba en sus corazones. Ambos estaban atrapados en un juego de silencios, un baile de miradas que los acercaba sin que se dieran cuenta. Cada día que pasaba sin que se volvieran a ver era una pequeña eternidad.
Finalmente, un día David decidió regresar a la cafetería. Se sintió nervioso, pero el deseo de volver a ver a María era más fuerte que su miedo. Al entrar, el aroma del café lo recibió cálidamente. Era como volver a casa, pero esta vez, el hogar estaba más vivo que nunca.
Sus ojos buscaron a María, y cuando la encontraron detrás del mostrador, sintió que su corazón latía más rápido. Ella, al notar su presencia, sonrió, y el mundo a su alrededor se desvaneció. Era como si el tiempo se detuviera de nuevo.
—Hola, David —dijo ella, como si hubiera estado esperando su regreso. La forma en que pronunció su nombre le hizo sentir que era único, especial. Cada sílaba parecía estar impregnada de una calidez que lo envolvía.
—Hola —respondió él, sintiendo que el tiempo se detenía en ese momento. La tensión entre ellos era palpable, y ambos eran conscientes de la conexión que se estaba formando. Sin embargo, las palabras se atascaban en sus gargantas, como si el miedo a lo desconocido los paralizara.
Mientras conversaban, las palabras fluían naturalmente, pero había un subtexto que solo ellos podían leer. Cada risa compartida y cada mirada cómplice eran un lenguaje propio que los unía más. Había un aura de intimidad a su alrededor, como si el resto del mundo hubiera desaparecido.