El crepúsculo se desvanecía lentamente, y el parque estaba envuelto en un suave manto de luz dorada. María, sentada en una banca de madera desgastada, observaba cómo el sol se ocultaba en el horizonte. Había algo mágico en el aire que la hacía sentir viva, pero su mente estaba centrada en David, el hombre que había irrumpido en su vida como un torbellino, desafiando sus ideas sobre el amor y la conexión.
Desde su primera cita, la química entre ellos había sido palpable, como un hilo invisible que los unía. David, con su mirada profunda y su sonrisa enigmática, había despertado en María sentimientos que nunca había experimentado antes. Las primeras conversaciones se habían llenado de risas y miradas furtivas, y aunque sabía que él tenía un pasado complicado, no podía evitar sentirse atraída hacia él.
Las noches que pasaban juntos eran un juego de palabras y emociones. En un pequeño restaurante italiano, mientras compartían un plato de pasta, la tensión se palpaba en el aire. Cada vez que sus manos se rozaban, una corriente eléctrica recorría sus cuerpos.
Un roce casual, una mirada prolongada, y de repente, el mundo se desvanecía a su alrededor. A veces, David se perdía en sus pensamientos, y María podía ver la lucha interna que libraba. Pero en esos momentos de silencio, ella lo miraba con ternura, queriendo acercarse más a su corazón.
Era como si una fuerza magnética los atraía el uno hacia el otro. María se preguntaba si David también sentía esa conexión, esa chispa que iluminaba cada conversación y cada sonrisa compartida.
A pesar de la atracción, había un aire de misterio que rodeaba a David. María sabía que había algo más bajo la superficie, algo que él no estaba dispuesto a compartir. Esa incertidumbre la mantenía intrigada y ansiosa por conocerlo más a fondo.
Una noche, mientras caminaban por la orilla del río, la luna llena iluminaba sus rostros. David se detuvo, y el aire se volvió denso con la expectativa. Mirando a María a los ojos, su voz se volvió seria, casi temerosa.
-María, hay algo que tengo que contarte”, comenzó, su tono grave resonando en la tranquilidad de la noche.
-He estado huyendo de mi pasado, y aunque siento una conexión contigo, tengo miedo de que descubras quién soy realmente.”
María sintió un nudo en el estómago. -¿Qué quieres decir? Todos tenemos un pasado. Lo que importa es el presente, David. Estoy aquí contigo.”
-Mi vida no es sencilla. He hecho cosas de las que no me enorgullezco. Pero contigo, siento que puedo ser diferente. Quiero ser diferente.”
María se acercó un poco más, sintiendo la intensidad de su mirada. -No tienes que ser perfecto. Solo tienes que ser tú mismo. Y yo quiero conocerte, todas las partes de ti, incluso las que crees que son oscuras.”
En ese momento, David sintió que una parte de él se liberaba. La vulnerabilidad de María era como un faro en medio de su tormenta interna.
Sus manos se encontraron, y un escalofrío recorrió su cuerpo. Era como si, bajo la superficie, algo poderoso comenzara a florecer entre ellos. La noche se sentía mágica, y en la profundidad de sus ojos, María vio un destello de esperanza.
-Te prometo que te seré honesto. Quiero que esta conexión sea real”, dijo David, su voz firme y decidida, mientras la miraba con una intensidad que le hacía sentir viva.
A medida que pasaban los días, su relación se profundizaba. Las risas compartidas se mezclaban con conversaciones profundas, y cada vez que estaban juntos, el mundo exterior parecía desvanecerse.
Desde caminatas bajo las estrellas hasta cenas improvisadas en su cocina, cada momento era un regalo. María comenzó a descubrir la parte sensible de David, un hombre que todos temían, pero que en su interior anhelaba ser amado.
David, a su vez, se dio cuenta de que abrirse a María era un regalo, no una carga. Su amor le ofrecía un refugio donde podía ser auténtico, un lugar donde podía dejar de lado las máscaras que había usado durante tanto tiempo.
Un día, mientras compartían un café en su lugar favorito, María notó cómo David se iluminaba al hablar de su pasión por la fotografía. Sus ojos brillaban al mencionar los paisajes que había capturado, y María se dio cuenta de que había un artista sensible bajo esa fachada dura.
Decidieron pasar un fin de semana en las montañas. La belleza del paisaje los rodeaba, y mientras caminaban juntos por un sendero, David tomó la mano de María, sintiéndose más libre que nunca.
-Siempre he soñado con tener un estudio donde pueda desarrollar mis fotografías y mostrar el mundo a través de mis ojos,” dijo David, su voz llena de pasión. María sonrió, imaginando un futuro donde ambos pudieran crear juntos.
Sin embargo, había algo que no podían ignorar: el pasado de David seguía acechando.
Una tarde, mientras estaban sentados en su sofá, David recibió un mensaje en su teléfono. Su expresión cambió instantáneamente, y María sintió cómo la tensión llenaba la habitación.
-Es de alguien que no debería estar contactándome. Me hace recordar cosas que preferiría olvidar,” confesó David, su voz temblando.
María lo miró con comprensión. -Si hay algo que necesitas contarme, estoy aquí para escucharte. No quiero que eso te aleje de mí.”
David se sintió dividido. Por un lado, quería abrirse a ella, pero por otro, temía que su pasado la asustara. ¿Cómo podría explicarle la vida que había llevado antes de conocerla?
A medida que el tiempo pasaba, su relación se fortalecía, pero el peso del secreto comenzaba a volverse más pesado.
Un día, mientras paseaban por un mercado local, David se detuvo frente a un puesto de arte. María lo observó, notando cómo su mirada se perdía en las obras. Se dio cuenta de que había un lado apasionado en él que anhelaba ser liberado.
-A veces siento que estoy atrapado entre dos mundos,” dijo David, su voz un susurro. -Quiero ser el hombre que tú ves, pero mi pasado sigue persiguiéndome.”