El día que Jane cumplió ocho años fue un día lleno de risas y alegría. El sol brillaba intensamente en el cielo, y el jardín se había transformado en un mundo mágico de globos de colores y decoraciones brillantes. María había planificado cada detalle con amor, deseando que su hija tuviera un cumpleaños inolvidable. Sin embargo, bajo la superficie de la celebración, una sombra se cernía sobre su felicidad.
María se despertó temprano esa mañana, sintiendo una mezcla de emoción y nervios. Había preparado un delicioso pastel de chocolate, el favorito de su hija, y había adornado el jardín con guirnaldas de flores y luces.
-Hoy es un día especial, mi amor,” le dijo a Jane mientras acomodaba los globos. La pequeña sonreía, sus ojos brillando con la inocencia de la infancia.
Poco a poco, los amigos de Jane comenzaron a llegar. Las risas y los gritos de alegría llenaban el aire, y María sonreía mientras observaba a su hija rodeada de sus compañeros.
-¡Feliz cumpleaños, Jane!”-gritaban, y su hija brillaba de felicidad. María se sintió orgullosa de haber creado un ambiente tan alegre, aunque en el fondo, una pequeña inquietud comenzaba a formarse en su corazón.
Mientras los niños jugaban, María notó que David no había aparecido. Había prometido estar allí para el cumpleaños de su hija, y la ausencia de su esposo era un detalle que no podía ignorar.
-Quizás tiene un retraso,” se dijo a sí misma, tratando de ahuyentar la preocupación que comenzaba a asomarse. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba, su inquietud se transformaba en ansiedad.
Cuando llegó el momento de cantar el “Feliz Cumpleaños”, María se sintió un nudo en el estómago. Encendió las velas del pastel y, rodeada de risas infantiles, hizo una pausa para desear que David apareciera.
-Sopla las velas, Jane,” le animó, intentando mantener la alegría. La pequeña cerró los ojos y, al soplar las velas, hizo un deseo que resonó en el corazón de su madre: -Espero que papá venga pronto.”
Después de cantar, los niños se lanzaron al pastel, riendo y compartiendo anécdotas. María trató de disfrutar el momento, pero cada risa le recordaba la ausencia de David. “¿Dónde estará?” se preguntaba mientras servía el pastel, sintiendo que el vacío se hacía más grande en su pecho.
La fiesta continuó, pero la preocupación de María creció a medida que pasaban las horas. Cuando finalmente se despidieron los últimos invitados y el jardín quedó en silencio, la realidad de la ausencia de David se hizo más palpable. María miró el reloj, cada minuto que pasaba aumentaba su inquietud. “¿Dónde estará David?” pensó, sintiendo que la ansiedad comenzaba a apoderarse de ella.
La noche llegó y la alegría del día se desvaneció. María se sentó en el sofá, abrazando a Jane, quien había comenzado a preguntar por su padre.
-Mamá, ¿dónde está papá?” la miró con esos ojos llenos de inocencia.
-Está en camino, cariño,” respondió, aunque sabía que no era cierto. Esa mentira le pesaba en el corazón, y cada vez que la pronunciaba, se sentía más culpable.
A medida que pasaban los días, la ausencia de David pesaba cada vez más. El sonido del teléfono sonaba como una burla, y cada vez que María miraba la pantalla, su corazón se aceleraba con la esperanza de que fuera él. Pero las llamadas nunca llegaban.
-No puedo creer que se haya ido sin decir nada,” murmuraba, sintiendo una mezcla de tristeza y desesperación.
La rutina diaria se convirtió en una lucha. María intentaba mantener la normalidad para Jane, pero cada sonrisa de su hija era un recordatorio de la ausencia de su padre.
-Papá siempre nos llevaba al parque,” decía Jane, y cada palabra era un puñal en el corazón de María.
-¿Por qué no puede estar aquí?” se preguntaba, sintiendo que su mundo se desmoronaba.
Determinada a encontrar respuestas, María comenzó a buscar a David. Llamó a amigos, familiares y conocidos, pero nadie sabía nada. “¿Por qué se iría sin decir nada?” se preguntaba, sintiéndose cada vez más sola en su búsqueda. La incertidumbre era una carga pesada que llevaba consigo día tras día.
Una tarde, decidió hablar con su madre.
-No sé qué hacer, mamá,” confesó, con lágrimas en los ojos. Su madre la abrazó, intentando consolarla.
-A veces, las personas toman decisiones que no entendemos. Pero tú no estás sola, tienes a Jane,” le recordó. Sin embargo, esas palabras no podían llenar el vacío que sentía en su alma.
A medida que las semanas se convertían en un mes, María se hundía en una soledad abrumadora. Las noches eran las más difíciles. Se acostaba en la cama de Jane, intentando consolarla mientras su propia tristeza la ahogaba.
-Papá vendrá pronto, cariño,” repetía, pero en su interior, la angustia crecía. La incertidumbre la mantenía despierta, y la falta de respuestas aumentaba su ansiedad.
María pasaba horas reflexionando sobre su vida con David. Recordaba los momentos felices, las promesas que habían hecho, y se preguntaba cómo había llegado a este punto. “¿Qué salió mal?” se repetía, sintiendo que la vida que habían construido se desmoronaba. Cada rincón de la casa le recordaba a su esposo, y su ausencia era un eco constante en sus pensamientos.
Jane comenzó a notar la tristeza de su madre. A pesar de su corta edad, captaba el ambiente que la rodeaba.
-Mamá, ¿por qué estás triste?” le preguntaba a menudo, y María se esforzaba por sonreír, ocultando su dolor detrás de una fachada de normalidad.
-Es solo que papá está ocupado, cariño,” respondía, sintiendo que cada mentira la alejaba más de la verdad.
Con el tiempo, Jane comenzó a hacer preguntas más profundas.
-¿Por qué no lo llamamos?” insistía, y María se encontraba en un dilema.
-Porque está ocupado, mi amor,” decía, mientras la culpa la consumía. La inocencia de su hija contrastaba con la realidad que enfrentaba, y cada respuesta que daba era un recordatorio de su dolor.