Liam ajustó el cuello de su camisa por tercera vez en menos de un minuto mientras esperaba en la puerta de la mansión. A su lado, Jane, su esposa, lo miró con una mezcla de ternura y diversión.
—Tranquilo, Liam. Mi papá no muerde... creo —bromeó ella, apretándole suavemente la mano.
Liam intentó sonreír, pero el nudo en su estómago no lo dejaba relajarse. Conocía la reputación de David Anderson, un hombre que había liderado con puño de hierro la mafia alemana durante años. Tras su desaparición, se creyó que había muerto, pero regresó tiempo después, marcado por las cicatrices físicas y emocionales de haber sido torturado por sus enemigos. Ahora, frente a esa puerta imponente, Liam se sentía como un niño a punto de enfrentar un examen imposible.
La puerta se abrió y ahí estaba él: David Anderson. Alto, de porte elegante, con una presencia que llenaba el espacio. Sus ojos grises parecían analizar cada rincón del alma de Liam en un solo vistazo. A su lado, un grupo de familiares y amigos esperaban, curiosos por conocer al hombre que había conquistado el corazón de Jane.
—Así que tú eres Liam —dijo David, con una voz grave y medida.
Liam tragó saliva y extendió la mano.
—Sí, señor. Es un honor conocerlo. Siempre he admirado su... su liderazgo. Usted es un ejemplo a seguir.
El silencio que siguió a esas palabras fue denso. Luego, David arqueó una ceja y esbozó una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—¿Un ejemplo a seguir? ¡Eso sí que es nuevo! —dijo, con un tono que hizo que todos los presentes estallaran en carcajadas.
Liam sintió cómo el calor le subía al rostro. Intentó reír también, pero su nerviosismo era evidente. Jane, aunque también reía, le dio un codazo a su padre.
—¡Papá! No seas tan cruel. Liam sólo está intentando causar una buena impresión.
David levantó las manos en un gesto de inocencia.
—¿Cruel? ¡Si apenas estoy empezando! —replicó, con una sonrisa traviesa.
El grupo siguió riendo y bromeando, pero Liam se sintió pequeño, como si cada palabra fuera un peso adicional sobre sus hombros. Jane lo abrazó por la cintura, susurrándole al oído:
—No te preocupes, amor. Esto es su forma de darte la bienvenida.
Unos minutos después, David se acercó a Liam, esta vez con un semblante más serio. Le hizo un gesto para que lo acompañara lejos del bullicio. Liam siguió al hombre, sintiéndose como si caminara hacia un juicio final.
En un rincón del jardín, lejos de los demás, David se detuvo y se cruzó de brazos. Miró a Liam con intensidad, pero esta vez no había burla en sus ojos, sino algo que Liam no pudo identificar de inmediato.
—Mira, chico —comenzó David—. Jane es mi hija, mi niña. Y ahora también es tu esposa, la madre de tus hijos. Lo que quiero saber es esto: ¿puedo confiar en que la cuidarás como se merece? ¿Que harás todo lo posible por ella y por esos pequeños?
Liam sintió un nudo en la garganta. Sabía que esta era la verdadera prueba.
—Señor Anderson, lo prometo. Haré todo lo que esté en mis manos para cuidarlos y protegerlos. Jane y los niños son mi vida.
David lo observó por un largo momento, luego asintió lentamente.
—Bien. Eso quería oír. Pero no olvides esto: si alguna vez fallas, estaré ahí. Y no seré tan amable como hoy.
Aunque sus palabras eran serias, había un leve destello de aprobación en sus ojos. David le dio una palmada en el hombro y, por primera vez, esbozó una sonrisa genuina.
—Vamos, regresemos con los demás. No quiero que piensen que te estoy enterrando en el jardín.
Liam dejó escapar una risa nerviosa, pero al seguir a David de vuelta al grupo, sintió que había dado un gran paso. Puede que su suegro fuera intimidante, pero también era un hombre que valoraba la familia por encima de todo. Y Liam estaba decidido a estar a la altura de esa expectativa.