El sol se filtraba lentamente por la ventana del cuarto de Clara, iluminando los estantes llenos de libros, fotografías y recuerdos cuidadosamente ordenados. Todo parecía perfecto: la habitación, la casa, incluso su vida. Al menos eso era lo que todos veían.
Clara se sentó en la cama, abrazando sus rodillas mientras miraba las fotos familiares colgadas en la pared. En todas, sonrisas impecables, gestos amables y felicidad aparente. Sonrisas que, por años, habían ocultado silencios incómodos, discusiones veladas y secretos que nadie se atrevía a mencionar. Esa perfección era agotadora, pensó. Cada gesto, cada palabra, parecía calculado para no romper la armonía familiar.
—¿Vas a llegar tarde otra vez a clases? —preguntó su madre desde la cocina, con una mezcla de curiosidad y preocupación.
Clara suspiró y se levantó de la cama, recogiendo su mochila. —No, voy a salir ahora —respondió, tratando de sonar despreocupada. Su voz sonaba más firme de lo que se sentía.
Mientras bajaba las escaleras, saludó a su hermana mayor, Sofía, quien apenas levantó la mirada de su celular. Un leve temblor en sus manos o quizá un parpadeo demasiado rápido llamó la atención de Clara, pero decidió no preguntar. Algunos secretos, pensó, estaban mejor guardados… al menos por ahora.
En la esquina de la sala, Julián esperaba con su típica sonrisa despreocupada. —¿Lista para otro día de “perfección familiar”? —bromeó, intentando aliviar la tensión.
Clara sonrió, aunque por dentro sentía un nudo en el estómago. —Sí… o eso parece —respondió, mientras ajustaba la correa de su mochila.
Mientras caminaban hacia la escuela, la brisa fresca de la mañana no logró disipar la sensación de inquietud que la acompañaba. Cada paso la hacía preguntarse si la perfección que todos esperaban de ella realmente existía. ¿Quién decidiría por ella? ¿Quién sabía la verdad de sus sentimientos, sus miedos y sus inseguridades?
En clase, Clara se sentó en su lugar habitual, observando a sus compañeros. Sonrisas forzadas, conversaciones superficiales, gestos estudiados. Todo parecía una actuación, un teatro en el que todos conocían el guion, excepto ella.
Esa noche, al volver a casa, Clara se recostó en su cama y cerró los ojos. Pensó en las sonrisas que había visto, en los silencios de su familia y en la conversación pendiente con Sofía. Algo dentro de ella le decía que su vida estaba a punto de cambiar. Que la perfección era solo una ilusión, y que enfrentar la verdad sería más difícil de lo que jamás había imaginado.