Esa noche, Clara no podía dormir. La conversación con Sofía seguía dando vueltas en su mente, como un eco persistente que no la dejaba en paz. Había algo que su hermana ocultaba, algo importante, y cuanto más lo pensaba, más urgente parecía descubrirlo.
Al día siguiente, Clara decidió acercarse de nuevo. Encontró a Sofía en su habitación, revisando libros y papeles esparcidos sobre la cama. La luz del sol de la mañana iluminaba su rostro, revelando una expresión que mezclaba miedo y resignación.
—Sofía, si hay algo que me estás ocultando, podemos enfrentarlo juntas —dijo Clara, tratando de sonar firme pero calmada.
Sofía la miró, bajando la vista y jugueteando nerviosamente con el borde de una hoja. Finalmente, suspiró. —No es tu culpa, Clara. Pero… no puedo contarte todo ahora. Prométeme que no dirás nada a mamá y papá.
Clara asintió, aunque su corazón latía con fuerza. —Lo prometo —murmuró.
Ese pequeño secreto, apenas insinuado, comenzó a dibujar un panorama más complicado de lo que Clara había imaginado. Algo dentro de ella sabía que la vida que conocía estaba a punto de cambiar, y que los secretos familiares podrían afectar todo lo que creía seguro.