Después de clases, Clara y Julián caminaron por el parque cercano a la escuela. La brisa fresca parecía aliviar un poco la tensión acumulada durante el día. Los árboles proyectaban sombras alargadas sobre el camino, creando un juego de luces y sombras que reflejaba la confusión de Clara.
—Me alegra que podamos hablar sin que nadie nos juzgue —dijo Clara—. A veces siento que todos esperan demasiado de mí.
Julián la miró con seriedad. —Todos tenemos nuestros problemas, Clara. Pero lo importante es no dejar que nos consuman. Aprender a afrontarlos nos hace más fuertes.
Caminaron en silencio por un rato, disfrutando del sonido del viento entre las hojas y de la compañía mutua. Clara comprendió que había momentos que debía aprovechar, aunque el mundo a su alrededor pareciera complicado. Pequeños momentos robados de tranquilidad que le daban fuerzas para seguir enfrentando la verdad.
—Gracias por estar aquí, Julián —dijo finalmente—. No sé qué haría sin alguien que me escuche de verdad.
Él sonrió, suave y sincero. —Siempre estaré, Clara. No estás sola.
Ese día, entre risas y confidencias, Clara empezó a entender que incluso en medio de secretos y conflictos, la vida podía ofrecer pequeños espacios de luz.