La tarde caía con un cielo grisáceo y nubes que amenazaban lluvia. Clara caminaba por la avenida principal, sintiendo un peso en el pecho. Las palabras de Sofía resonaban en su mente, mezclándose con conversaciones pasadas que ahora parecían fragmentos de un rompecabezas.
—Clara, a veces la verdad duele más que la mentira —había dicho Sofía días antes.
Mientras caminaba, recordó los secretos familiares que había ido descubriendo: pequeñas omisiones, medias verdades, gestos que ocultaban la realidad. Cada mentira blanca, cada silencio, parecía acumularse en su interior, generando un dolor sordo que no podía ignorar.
Al llegar a casa, Clara se encontró con un mensaje inesperado de un amigo que conocía parte de la situación familiar. Las palabras escritas eran sinceras, pero también difíciles de aceptar: “A veces proteger a alguien significa ocultarle la verdad, aunque duela.”
Clara suspiró, sentándose frente a la ventana. La lluvia comenzó a caer suavemente, y ella sintió que cada gota representaba las verdades que había ignorado durante años. Comprendió que la vida familiar no era perfecta, y que enfrentar las mentiras, aunque doloroso, era necesario para crecer y entenderse a sí misma.