Entre sombras y piel

CAPÍTULO 1 – El eco del pasado

Cinco años.
Mil ochocientos veinticinco días intentando enterrar un nombre.
Cientos de noches tratando de olvidar el calor de unas manos que nunca deberían haberla tocado.
Y, aún así, bastó con escucharlo una vez más para que todo se resquebrajara.

Valentina Serrano era una experta en ocultar lo que sentía. Había aprendido a fingir sonrisas, a mantener la espalda recta incluso cuando el alma se le partía en mil pedazos. En el mundo donde se movía —lleno de alianzas hipócritas, fiestas de cristal y promesas rotas— no se permitía debilidad.

Hoy no sería la excepción.
Hoy, volvería a ver al hombre que la había amado como nadie…
Y destruido peor que todos.

—Señorita Serrano, el señor Demyanov la espera en el piso treinta y ocho —anunció la recepcionista sin mirarla a los ojos, intimidada por su presencia.

Valentina asintió sin decir palabra. Cada paso dentro de ese edificio le dolía en los recuerdos. El mármol pulido, las luces tenues, el aire frío… Todo tenía su sello. Él siempre dejaba una marca en todo lo que tocaba.

Subió en el ascensor sola. El silencio era ensordecedor. Su reflejo en el espejo del fondo le devolvía una imagen impecable: vestido negro ceñido, escote justo, labios rojos perfectamente delineados. Pero la verdad era otra: tenía el corazón en la garganta.

—Estás aquí para cerrar un trato, nada más —se dijo a sí misma.

Un trato de negocios. Formal. Racional.

Como si eso fuera posible con él.

Las puertas del ascensor se abrieron con un leve ding. Frente a ella, un pasillo de madera oscura y alfombra gris llevaba a una gran puerta de doble hoja. La asistente la esperaba allí con una sonrisa forzada.

—Puede pasar.

El mundo se detuvo por un segundo.

Respiró hondo.

Entró.

Y entonces, lo vio.

Adrik Demyanov. Sentado con la espalda erguida, los dedos entrelazados sobre el escritorio, un traje negro perfectamente entallado, y esa maldita expresión de calma peligrosa que siempre la desarmaba.

Había cambiado. Su mandíbula estaba más marcada, su cuerpo más ancho, sus facciones más duras. Pero sus ojos… seguían siendo los mismos. Un azul glacial que parecía verlo todo, atravesarlo todo.

Ella sintió cómo su pulso se aceleraba, pero no desvió la mirada. No iba a dárselo fácil.

—Valentina —pronunció su nombre como si fuera dueño de él.

Y tal vez lo era. Tal vez siempre lo había sido.

—Demyanov —respondió con tono firme, aunque su pecho ardiera.

Sus ojos se encontraron en un choque silencioso de memorias. Recuerdos de cuerpos entrelazados, de caricias a escondidas, de noches que empezaban con fuego y terminaban con promesas rotas.

Él se levantó lentamente, rodeó el escritorio sin apartar la mirada de ella, y se detuvo a apenas un metro de distancia.

—Pensé que nunca volverías a cruzar esa puerta —susurró, con una voz que arañaba cada rincón de su pasado.

—Yo también lo pensé —dijo ella, clavando las uñas en la palma cerrada de su mano.
—Pero el dinero no conoce resentimientos.

Una sonrisa oscura curvó los labios de él.

—Y yo no conozco el perdón.

El silencio que siguió fue brutal. Tenso. Cargado de todo lo que no se habían dicho.

Y aun así, lo más peligroso era lo que no podían evitar: el deseo seguía allí, latente, escondido bajo capas de rabia, orgullo y heridas abiertas.

Él dio un paso más.

—¿Sigues temblando cuando te toco, Valentina?

Ella no se movió.
Pero sus ojos... ardían.

—¿Quieres comprobarlo, Adrik?

En ese momento, el trato, el orgullo, el pasado… todo dejó de importar.

Porque el fuego que los había consumido una vez…
estaba listo para arder de nuevo.



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En el texto hay: mafia +21 herencia, mafia amor

Editado: 26.03.2025

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