Un año después
La casa no tenía lujos excesivos.
Ni seguridad extrema.
Solo ventanas abiertas, jardines silenciosos…
y nosotros.
Después de todo lo que vivimos, la paz se sentía extraña al principio. Como una prenda que no sabíamos si usar o guardar.
Pero con el tiempo… aprendimos a vestirnos con ella.
Adrik pasaba las mañanas leyendo. A veces entrenaba, a veces solo me miraba como si no pudiera creer que seguía a su lado.
Yo escribía.
Pequeñas cosas. Memorias que no pensaba publicar, pero necesitaba sacar del pecho.
—¿Sabes? —me dijo una tarde, mientras el atardecer se deslizaba por la sala—. Cuando pensé que te perdía, dejé de sentir miedo a la muerte.
Solo sentí miedo… a vivir sin ti.
Lo abracé.
Fuerte.
Como si todavía hubiera algo allá afuera que pudiera arrebatárnoslo todo.
—Ya no tenemos que pelear —le susurré—. Solo quedarnos.
Y eso hicimos.
Nos quedamos.