Entre sombras y piel

CAPÍTULO EXTRA – Lo que queda cuando todo arde

Dos años después

La casa olía a café y a calma.

El sol entraba por las ventanas abiertas, y el sonido del viento acariciaba las cortinas como si también quisiera quedarse un rato más.

Desde el sofá, Adrik me miraba.
Sostenía en brazos a nuestro hijo, que dormía profundamente sobre su pecho, con los labios entreabiertos y una mano cerrada sobre su camisa.

Se parecía tanto a él que dolía.
Pero tenía mis ojos. Y esa mezcla… era el milagro que nunca pedimos, pero el universo nos regaló igual.

—¿Lo vas a mirar así toda la mañana? —preguntó Adrik con una sonrisa suave, como solo él podía tener ahora.

—Toda la vida —respondí.

Me acerqué despacio, sin romper la paz, y me senté a su lado. Lo besé en la mejilla. Luego en el cuello. Luego un poco más abajo.

—¿Está profundamente dormido? —susurré, provocadora.

—Tan dormido como para que no se entere de nada de lo que estás pensando hacer —dijo, y su voz ya comenzaba a volverse grave, como antes. Como siempre.

Lo llevamos con cuidado a su cuna.
Y cuando volvimos al dormitorio, el aire cambió.

Ya no éramos los mismos que se buscaban entre rabia y miedo.
Ahora éramos dos sobrevivientes que se amaban con todas las cicatrices.
Y eso… encendía distinto.

Adrik me tumbó sobre la cama con calma.
No como quien posee.
Sino como quien honra.

—A veces me despierto y pienso que esto es un sueño —murmuró contra mi clavícula, mientras deslizaba los dedos por mi cintura—. Que todavía estás allá afuera, huyendo de mí.

—Estoy aquí.
—Te elegí, Adrik. Y lo volvería a hacer. Con guerra. Con sombras. Con todo.

Sus ojos se nublaron un segundo.
Pero no lloró.

Me besó como si el tiempo se detuviera.

Me desnudó despacio. Como si aún me descubriera por primera vez.
Y cuando entró en mí, lo hizo con una mezcla perfecta de intensidad y ternura.

Nuestros cuerpos se movían lento, profundo.
Sus manos sabían dónde tocar.
Mi piel sabía dónde temblar.

No éramos fuego descontrolado.
Éramos brasas eternas.
Calor que no se apaga.
Amor que no se rinde.

—Te amo —jadeó sobre mi boca mientras nuestros cuerpos se fundían—. Y si tengo que volver a destruir el mundo por ti… lo haría sin pestañear.

—No hace falta —susurré con lágrimas en los ojos—. Ya me salvaste. Nos salvamos.

El orgasmo nos llegó como una ola tranquila, poderosa.
Y cuando terminó… solo quedó silencio.

El bueno.
El que abraza.

Nos quedamos acostados, entrelazados.
Y entonces lo dijimos.
No con palabras.
Sino con miradas.
Con manos entrelazadas.
Con el pecho latiendo al mismo ritmo.

Lo que queda cuando todo arde…
es esto.

Paz.
Piel.
Y un amor que no se va.

---

FIN



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En el texto hay: mafia +21 herencia, mafia amor

Editado: 26.03.2025

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