Me sentí tan humillada al presenciar aquella escena… y recordarla era como si el tiempo no hubiera pasado.
A pesar de toda la gente mala de aquella iglesia, también había quienes conservaban el corazón limpio; se podría decir que eran fieles a mi padre y al cariño sincero que él les brindó. Algunas de esas personas decidieron marcharse de ese lugar, como si quisieran seguir sus pasos de mi padre. Mi padre inició una pequeña iglesia a la cual aunque era muy repentino obtuvo buenos contactos con gente más buena y amigable .
Días después, mi padre me llevó a un retiro juvenil, a tres horas de la ciudad. El propósito era conectar con los nuevos hermanos que habían llegado al país como misioneros.
El lugar era tranquilo, rodeado de naturaleza, y buena comida . Conocí a muchos jóvenes, reí, canté, y me divertí de verdad después de tiempo .
Pero, como en todo momento, llegó la hora de regresar a la ciudad. En el viaje nos acompañó el señor Park en el cual mi padre lo respetaba mucho , un hombre coreano amable y sereno, que había venido al país para cumplir su misión.
Íbamos en carro. Yo miraba por la ventana, perdida entre los paisajes que pasan, cuando una voz rompió el silencio.
—Jenna, ¿verdad? —dijo con una sonrisa amable—. Eres hija del pastor Carlos.
—Sí, soy yo —respondí, devolviéndole la sonrisa.
—Jenna… ¿no has pensado en trabajar? —preguntó, mirándome con curiosidad—. Es que necesito una niñera para mi hija menor, Ana. Solo tendrías que venir conmigo a la capital. La paga es considerable. Tienes 16 años, ¿cierto?
Asentí levemente.
—Tu edad no sería ningún problema ¿Que dices?–el señor Park me miró esperando una respuesta.
No podía creer lo que estaba escuchando. Apenas conocía al señor Park y ya me estaba ofreciendo trabajo. Sentí una mezcla de sorpresa y emoción, como si el destino me hubiera guiado justo en ese momento.
Sin pensarlo dos veces, lo miré con decisión y respondí con firmeza:
—Sí… acepto el trabajo.
Ya había aceptado la propuesta, pero la verdadera cuestión era cómo decírselo a mis padres.
Apenas llegamos a casa, reuní el valor y les conté todo. Mi padre y mi madre me escucharon en silencio, y casi al instante dijeron que no.
—¿Qué harías allá? —preguntó mamá con preocupación—. No conoces a nadie, y sería tu primera vez trabajando con personas nuevas… además, estarías lejos de nosotros.
Sus palabras me hicieron dudar , pero también me hicieron insistir aún más. Supliqué, prometí ser responsable, y aseguré que todo saldría bien. Finalmente, mi padre, tras un largo silencio, suspiró y dijo:
—Está bien. El señor Park es un buen hombre… uno de los misioneros más respetados que he conocido. Confío en él.
En ese momento, no perdí ni un segundo. Llené una maleta con mis cosas, mi corazón latiendo fuerte entre los nervios y la emoción. Me despedí de mis padres y de mis hermanas, sonriendo .
Al día siguiente, cuando el hermano Park pasó por mí, subí al carro con el alma llena de emoción. El viaje fue largo y silencioso; la carretera parecía dibujar mi destino paso a paso…
Cuando llegamos a la capital, el ruido, las luces y el movimiento me abrumaron. Era como si me recordaran que estaba lejos de casa.
El señor Park me condujo hasta una casa amplia y ordenada. Al cruzar la puerta, me invitó amablemente a pasar a la sala.
—Jenna, ella es mi hija, Ana —dijo con una sonrisa cálida.
Frente a mí, apareció una niña de unos ocho años, de piel clara y mirada risueña. Sus ojos se curvaron al sonreír, y en un instante su alegría me contagió, disipando un poco mis nervios.
—Y ella es Yuna, mi esposa —continuó el señor Park, señalando a una mujer coreana que, al escuchar su nombre, se giró hacia mí.
La señora Yuna me observó de pies a cabeza, y luego me dedicó una sonrisa amable. Dio un leve paso hacia adelante y, con una pequeña reverencia, me saludó. Yo, algo torpe pero respetuosa, la imité con una inclinación.
—Un gusto, Jenna —dijo con voz suave—. Mi esposo me contó sobre ti. Espero que nos llevemos bien. Ven, te mostraré tu cuarto y te explicaré las cosas que harás con Ana, ya que serás su niñera.
Mientras la seguía por el pasillo, mis pasos resonaban sobre el suelo brillante, y mi corazón latía con fuerza. Cada puerta, cada aroma desconocido, me recordaba que estaba comenzando algo nuevo, algo que aún no entendía del todo….
—Pasa por aquí, Jenna. Espero que estés cómoda —dijo Yuna con una sonrisa amable mientras abría la puerta de una habitación luminosa—. Tengo otra hija, un poco mayor que tú. Estoy segura de que se llevarán bien. Ella aún no ha llegado, pero dentro de un mes volverá de Corea; está terminando sus estudios allá —añadió mirando por la ventana, con un aire sereno.
Luego, volvió su mirada hacia mí y continuó:
—Mira, lo único que tendrás que hacer es muy simple. Ana nació aquí, así que todavía no domina bien el coreano. Ella asiste a varias clases y debe ser puntual. Solo te pido que la acompañes a todas sus actividades y que te encargues de lavar su uniforme. Eso sería todo, nada complicado.
Sonrió de nuevo, esa sonrisa suave que mezclaba gratitud y confianza.
—Te dejo para que te instales —dijo antes de salir de la habitación.
—Claro, gracias por todo —respondí con una sonrisa tímida.
Cuando la puerta se cerró detrás de ella, me quedé observando mi nueva habitación: una cama impecablemente tendida, una ventana por la que entraba la luz de la tarde, y una pequeña sensación de paz. No sabía qué aventuras me esperaban, pero algo me decía que este era solo el comienzo.
Luego de dormir profundamente, me levanté temprano y comencé a revisar el horario de Ana. Tenía muchísimas clases para su edad: coreano, violín, colegio, y otras más que apenas podía recordar. Pero debía obedecer, así que la acompañaba a todas, corriendo de un lugar a otro, entre risas y pequeños descansos.
Editado: 27.10.2025